Friday 13 de December, 2024

MUNDO | 01-02-2021 11:46

Alexei Navalny logró exponer con su arresto del régimen de Putin

Con su regreso a Rusia y su detención, arriesgó la vida pero reveló el autoritarismo imperante. Protestas masivas y los reclamos de Joe Biden y la UE.

Se metió en la boca del lobo porque es la única forma de quitarle los colmillos. Eso intenta Alexei Navalny. Y sabe que en esta cruzada se juega la vida. Volver a Rusia fue ponerse al alcance de Vladimir Putin, pero el hombre que logró convertirse en el máximo exponente de la resistencia contra el amo del Kremlin, sabe que no existe otro modo de enfrentarlo.

En la batalla que está librando arriesga todo. Puede terminar acribillado o envejecer en una celda. Lo sabe porque el poder desmesurado al que se enfrenta ya lo había encarcelado y también intentó matarlo. Después del envenenamiento en Siberia y de que lo salvaran médicos alemanes luego de que Angela Merkel lograra sacarlo de Rusia, Navalny pudo optar por quedarse en Berlín luchando por la democracia desde afuera, como hizo Solzhenitsyn durante veinte años. Pero decidió volver.

En el cielo de Rusia se encontró con el poder oscuro y omnipresente de Putin. El avión que lo traía de Alemania debía aterrizar en el aeropuerto moscovita de Vnukovo, pero terminó aterrizando en Sheremetievo, el otro aeropuerto de la capital rusa. Por los parlantes de la cabina el piloto explicó que el cambio se debía a malas condiciones climáticas, pero la verdadera razón era que en Vnukovo esperaban a Navalny miles de simpatizantes dispuestos a impedir que la policía lo lleve detenido.

En Sheremetievo los agentes abordaron al líder disidente con una orden de arresto por treinta días, aunque tratándose de la Rusia de Vladimir Putin, podría convertirse en un largo encarcelamiento por denuncias inventadas para justificar procesamientos y condenas.

Nada puede descartarse. Tampoco que en prisión atenten contra su vida. El poder omnímodo que en Siberia le inoculó un poderoso agente nervioso de altísima letalidad, probablemente buscaría otra forma de asesinarlo que se parezca menos a una firma del autor, como ocurre con los venenos desde los tiempos del KGB.

Con tantos enemigos de Putin muertos por envenenamiento, como Alexander Litvinenko, más los que sobrevivieron a esos brebajes letales, como Sergei Skripal y el propio Navalny, lo que cabría esperar es que el Kremlin busque otros medios para deshacerse de enemigos. A Ana Polikovtskaya, la periodista que denunció la guerra sucia contra el separatismo caucásico, la mataron a balazos después de un intento fallido de envenenarla. Lo mismo ocurrió con Boris Nemtsov. El ex vice-primer ministro del presidente Boris Yeltsin fue acribillado a pocas cuadras del Kremlin, cuando empezaba a crecer de manera sorprendente el apoyo popular a su liderazgo opositor.

Navalny comenzó a sufrir el asedio del gobierno hace diez años, cuando creó la ONG con la que investiga corrupción en las cúpulas del poder. Las denuncias que hizo y las detenciones y proscripciones que padeció por ellas lo visibilizaron en Rusia y en el mundo. El envenenamiento al que sobrevivió después de varias semanas en coma, lo hizo más visible aún y apuntó las sospechas del mundo hacia el Kremlin.

Navalny decidió dejar Berlín para regresar a Moscú, a pesar de que expertos alemanes confirmaron que había sido envenenado con Novichok, arma química de cuarta generación desarrollada por el programa secreto “Foliant”, en la era soviética. Lo protege la mirada atenta de las potencias occidentales con las sospechas acrecentadas por el envenenamiento en Siberia. Pero a la sombra de Vladimir Putin nadie puede estar seguro. Mucho menos quien se convirtió en su archienemigo.

El jefe del Kremlin se debilitaría si permite que las miradas interna y externa lo condicionen. Por eso ordenó reprimir ferozmente las protestas que estallaron por toda Rusia reclamando la inmediata liberación de Navalny.

A Putin no le importó que el mundo viera a la policía embistiendo contra multitudes y deteniendo a más de tres mil manifestantes, entre los que estaba Yulia Navalnaya, la esposa del líder apresado.

Su envenenamiento, su regreso desde Alemania, la versión mentirosa que tuvieron que hacer los pilotos sobre el cambio de aeropuerto, su detención ni bien puso el pié en la pista de Sheremetievo y las masivas protestas con la consiguiente represión, le dan fuerza a su lucha. Pero la última jugada que hizo para poner en jaque a Putin implica jugarse la vida. Sabe que las condenas occidentales y las protestas masivas en Rusia no detendrán al presidente si decide eliminarlo.

Si Putin optara por encarcelarlo con las pruebas que su gobierno invente para justificar una condena, Navalny podría convertirse en una suerte de versión rusa de Mandela, el preso número 466/64 que derrotó al apartheid desde su celda en la prisión insular de Robben Island. Pero ser el “Madiba” de Rusia le llevaría a Navalny muchos años en prisión. El padre de la democracia sudafricana estuvo casi tres décadas encarcelado para lograr que la presión del mundo doblegara al régimen racista.

No es el único que se está jugando el pellejo en una cruzada. En el mismo puñado de días en que Navalny decidía volver a Rusia, un fiscal de Calabria se atrevía a sentar en el banquillo de los acusados a toda la cúpula de la ‘Ndrangheta. Se llama Nicola Gratteri y tiene menos prensa internacional, pero animarse a procesar casi cuatro centenares de mafiosos resulta heroico.

Lo muestra claramente la historia: en 1992 los jueces Giovanni Falcone y Paolo Borsellino pagaron con la vida haberse atrevido a encarcelar a casi medio millar de mafiosos.

Cuando asesinó a los dos magistrados que la habían desafiado, la Cosa Nostra era la mafia más famosa del mundo, pero su poder se limitaba a Sicilia y su influencia no iba más allá de Italia. En cambio la ‘Ndrangheta es desde hace años la mafia más poderosa del mundo y sus vínculos con el narcotráfico extienden su influencia por casi todo el planeta. Por lo tanto la amenaza sobre Gratteri es inmensa. Aún así, hizo detener y sentó en el banquillo de los acusados a la cúpula de la mafia calabresa.

Con la misma mezcla de temeridad y heroísmo con que el fiscal italiano enfrenta a la mafia de Calabria, el abogado ruso que desafía a Putin se atrevió a lo que muy pocos se atreven en Rusia: meterse en la boca del lobo para quitarle los colmillos.

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Claudio Fantini

Claudio Fantini

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