Lo que a Joe Biden le arruinó un festejo, a Xi Jinping le vino como anillo al dedo. La visita de Nancy Pelosi a Taiwán dio al líder chino la oportunidad de agitar emociones nacionalistas justo cuando el enfriamiento de la economía suma malestar al generado por los métodos totalitarios que usó contra la pandemia.
En cambio, al jefe de la Casa Blanca la escalada de tensión que provocó el periplo de la presidenta de la Cámara de Representantes, le eclipsó el logro que acababa de obtener en la guerra contra el terrorismo: la muerte del jefe de Al Qaeda abatido en Kabul.
El dron estadounidense que mató a Aymán al Zawahiri compensó, en alguna medida, la mancha que dejó la retirada de Afganistán. En aquel momento, mientras el mundo observaba con estupefacción los aviones que despegaban con enjambres de afganos colgados de las alas, Biden aseguró que Washington seguiría combatiendo al terrorismo en Afganistán pero que, para hacerlo, ya no necesitaba tener tropas allí.
La muerte del jefe de Al Qaeda en Kabul se convirtió en el hecho probatorio de que, efectivamente, la guerra contra el terrorismo puede continuar sin que haya tropas norteamericanas en Afganistán. Además, el certero ataque acabó nada menos que con el creador del terrorismo global. El número dos de Osama Bin Laden lo había ayudado a concebir y organizar la estructura de “células dormidas” que son activadas desde una neurona central.
El jeque saudita era el líder por su carisma místico y por ser el cerebro financiero de Al Qaeda. Pero el médico egipcio que dejó la clínica familiar en El Cairo para curar mujahidines afganos heridos en combate contra los soviéticos, era el cerebro estratégico y el organizador de los ataques más impactantes y devastadores.
Había organizado los atentados contra las embajadas norteamericanas en Nairobi y Dar el Salam en 1998, el ataque en el 2000 contra el buque militar USS Cole en Yemen, y el atentado con aviones de pasajeros el 11-S del 2001.
Ese estratega del terrorismo que había asumido el liderazgo de Al Qaeda cuando comandos de elite abatieron a Osama Bin Laden en la ciudad paquistaní de Abottabbad, estaba ostentando Biden como un trofeo de guerra cuando Nancy Pelosi aterrizó en Taipei, generando la reacción de China que parece el prolegómeno de una invasión a Taiwán.
No es la primera vez que China, Taiwán y Estados Unidos merodean la cornisa de una guerra. La primera escalada de tensiones ocurrió en 1954, cuando Chiang Kai-shek desplegó tropas en las islas Matsu y Quemoy con intenciones de saltar al continente y reiniciar la lucha contra los comunistas. Como Mao Tse-tung respondió bombardeando esas islas, Washington firmó un tratado de defensa mutua con la por entonces llamada República China, y amenazó a Pekín con un ataque nuclear
En 1958 se produjo la segunda gran escalada. Eisenhower desplazó la Séptima Flota hasta el estrecho de Taiwán para ayudar a las fuerzas del Kuomintang a repeler una ofensiva del ejército comunista en Matsu y Quemoy. Mientras que el tercer pico de tensión fue después de que Chou En-lai y Kissinger negociaran el entendimiento que selló el abrazo de Nixon y Mao por el cual Washington pasó a considerar a la isla como la considera Pekín, una “provincia china en rebeldía”, pero obteniendo el compromiso chino de no atacarla ni intentar la reunificación unilateralmente.
A ese pico de tensión lo causó que el presidente taiwanés Lee Teng-hui viajara a Nueva York, aunque la razón principal es que fue el primer líder del Kuomintang que renunció a la reunificación derrotando al PCCh que pretendía Ciang Kai-shek, para postular como objetivo la independencia de Taiwán.
Pekín reaccionó con maniobras militares que fueron respondidas con los portaviones Independence y Nimitz patrullando el estrecho. Pero el secretario de Defensa William Perry aclaró que no esperaba del moderado Jiang Zemin una invasión en aquella escalada.
Xi Jinping no es Jiang Zemín. Tiene más poder, más ambiciones geopolíticas y también más decisión de implantar el liderazgo chino en todos los órdenes. Además, la China actual tiene el doble de poder militar y de peso en la economía mundial, que en aquel momento.
En 1997, por primera vez un presidente de la Cámara de Representantes viajó a Taiwán. Pero fue un caso diferente porque se trataba de Newt Gingrich, un republicano ultraconservador que, junto a Kenneth Starr, el fiscal que atormentó a Bill Clinton con el caso Lewinsky, era archi-enemigo de aquel presidente. Por tanto, China no vio una hostilidad norteamericana en su contra, si no una hostilidad republicana contra Clinton. La pregunta es por qué Pelosi desoyó el pedido de Biden, si los dos pertenecen al mismo partido.
Ella ha sido siempre la voz más crítica con el régimen chino, pero el jefe de la Casa Blanca lleva semanas manteniendo contactos con Xi Jinping para que China no entregue a Rusia las armas que le pide. La prioridad de las potencias de Occidente no está en Asia sino en Europa central, donde procuran impedir que Vladimir Putin alcance la totalidad de lo que se propuso al invadir Ucrania.
Lo que Pelosi denunció con su viaje es el crescendo de presiones chinas sobre Taiwán, que incluye reducción de importaciones taiwanesas, boicot al turismo chino en la isla y ataques cibernéticos. Según la veterana legisladora, si Washington no le remarca la línea roja que no debe traspasar, Xi se sentirá liberado el camino para invadir Taiwán. Pero la decisión de Pelosi podría tener el efecto contrario.
La jugada de la dirigente demócrata acrecentó el riesgo del país que quedó aturdido por los tambores de guerra que redobla China desde la controversial visita. El peligro que representa este pico de tensión puede dimensionarse en la escala de las maniobras navales, que incluyeron misiles pasando por encima de la isla y ejercicios militares con munición real.
Su viaje no sólo podría acelerar el plan de Xi Jinping para que China imponga su control sobre la isla; también podría decidir al líder chino a colaborar de lleno con el jefe del Kremlin, enviándole los armamentos que reclama para aplastar la resistencia de Ucrania.
Además de aumentar la posibilidad de que el ejército ruso incremente su capacidad destructiva en Ucrania incorporando armas chinas, dejó expuesta una inédita fractura en la dirigencia demócrata que está gobernando a Estados Unidos. Y Joe Biden se ve más débil desde que Pelosi desoyó su pedido justo cuando trataba de fortalecerse anunciando la muerte de Aymán al Zawahiri, la presa que cazó en Kabul.
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