Dos vidas a contramano se cruzaron en una esquina de la historia. Quien de joven era tímido, sensible y desprovisto de ambición de poder, terminó presidiendo una dictadura cruel. Y quien de joven era un salafista fanático que anhelaba ser jihadista para matar infieles, judíos, occidentales y chiitas, al punto de enrolarse en una guerra ajena y combatir en las organizaciones terroristas más letales de este tiempo, acabó presentándose al mundo como un líder moderado y tolerante que promete ser un estadista constructor de paz.
Ambos cambios fueron tan sorprendentes como la definición de una guerra civil iniciada hace trece años, que llevaba un lustro congelada en lo que parecían estertores de un conflicto extenuado y con el régimen sirio como virtual vencedor, pero se resolvió en sólo diez días con la victoria de quienes parecían derrotados.
De joven, Bashar al Assad era taciturno, amable, hablaba poco y estudiaba mucho. No se interesaba por el poder que ostentaba su familia. Lo contrario del joven Ahmed al Sharaa, ferviente islamista sediento de “guerra santa”, que soñaba con restituir a Siria el territorio que Israel le había arrebatado en 1967.
Bashar al Assad estudió medicina y se radicó en Londres para trabajar como oftalmólogo. En cambio, Al Sharaa viajó a Irak tras la caída de Saddam Hussein, fue reclutado por el ex lugarteniente de Osama Bin Laden en Afganistán, Abú Musab al Zarqawi, convirtiéndose en miembro de Al Qaeda Mesopotamia y combatiendo contra norteamericanos y chiitas iraquíes.
Cuando murió su hermano mayor en un accidente automovilístico, su padre, el dictador Hafez al Assad, ordenó a Bashar regresar a Siria porque, muerto el primogénito, debía preparar como sucesor a su segundo hijo varón. Bashar se resistió, no quería gobernar, pero su padre le ordenó volver, abandonar la medicina y entrar a la academia militar para alcanzar el grado de coronel y así poder sucederlo en el poder cuando muriera. Los sirios lo conocían poco pero tenían buena imagen de ese hombre altísimo y con un aire a Charles De Gaulle. Sus buenos modales contrastaban con su hermano Bassel, presuntuoso y agresivo como el padre de ambos.
Bashar regresó y, al morir el dictador, asumió la presidencia. Al principio impulsó reformas democráticas y liberó presos políticos, pero la llamada “Primavera de Damasco” fue obstruida por la nomenclatura, planteando que la democracia llevaría al poder a la mayoritaria etnia sunita, y que ésta se tomaría venganza con la minoría alauita, a la que pertenece el clan Assad y el régimen creado en 1970.
Bashar terminó siendo un dictador, o la máscara con rostro amable de una brutal dictadura. La duda que queda en la historia es si ese joven taciturno que atendía pacientes en una clínica de Londres fue realmente quien ordenó masacres y torturas a escalas industriales, o si la nomenclatura alauita logró encapsularlo hasta que quedó desconectado de la realidad, viviendo un universo paralelo.
Al menos eso sugiere el hecho de que no le aparecieron canas ni en los peores momentos de la guerra civil, cuando a su régimen lo rescataron los bombarderos rusos, los comandos iraníes con las estrategias del general Qasem Soleimani, y los combatientes de Hezbollah.
En 1967, Hafez al Assad invadió el Líbano. En 1982, aplastó a sangre y fuego la rebelión sunita en Hama. El creador del régimen alauita, al que de niño sus familiares llamaban “wahish” (bestia salvaje), era tan brutal que bombardeó el feudo en Latakia de Rifaat al Assad, su propio hermano, cuando éste lo enfrentó por más cuotas de poder.
Superar tanta bestialidad parecía difícil. Pero lo hizo el oftalmólogo de buenos modales que regresó a Siria con intenciones democratizadoras y acabó siendo un feroz dictador.
A contramano de Bashar marchó Ahmed al Sharaa, el jihadista sirio que en Irak se sumó a Al Qaeda y tomó como nombre de guerra Abú Mohamed al Golani. Pasó también por las filas de ISIS, la milicia que grababa videos decapitando gente, antes de regresar a su país para comandar Jabhat al Nusra, el brazo de Al Qaeda en Siria.
En 2016, Al Golani rompió con Al Qaeda y cambió su discurso ultraislamista por uno moderado. En pocos años pasó de promover limpiezas étnicas contra alauitas, kurdos, drusos, jazidíes y cristianos, a garantizarles paz y convivencia. También pasó de despreciar a Occidente, a Israel y a Turquía, a garantizarles buenas relaciones con la Siria pos Assad. De ese modo pudo crear Hayat Tahrir al Sham aglutinando milicias pro-turcas. También consiguió el respaldo de Turquía, además, posiblemente, de la colaboración israelí.
La metamorfosis incluyó volver a su nombre real, Ahmed al Sharaa, ya que Al Golani hace referencia a las Alturas del Golán, el territorio sirio donde vivía su familia y debió abandonar en 1967, cuando fue ocupado y anexado por Israel.
¿Puede alguien que usó como seudónimo una suerte de declaración de guerra a Israel, garantizar convivencia al Estado judío? Se sabrá en los próximos capítulos de una trama colmada de giros sorprendentes.
De momento, Siria está en una licuadora encendida. La certeza murió sepultada bajo los escombros de la dinastía caída. La dictadura que sólo un par de semanas antes era considerada vencedora, fue derrotada en un puñado de días por los jihadistas que llevaban años sin poder salir de Idlib.
La única certeza es que terminó un régimen criminal que duró más de medio siglo. Pero no es seguro que esta nueva etapa del país que conquistó su independencia hace menos de un siglo, sea menos sangrienta.
Si Al Sharaa realmente cambió, estabiliza la situación interna y cumple los compromisos asumidos con Turquía, Israel y las potencias de Occidente, será un caso excepcional. Todos los jihadistas que conquistaron territorios impusieron leviatanes demenciales, como los talibanes en Afganistán, Hamas en Gaza, los hutíes en Yemen, ISIS en el califato con capital en Raqqa y Al Shabab en Somalia.
Puede darse esta excepción histórica, aunque también es posible que se imponga una dictadura sunita ultraislámica. O que estalle una lucha de facciones que prolongue la guerra civil. Ante tales riesgos, Israel ataca y destruye arsenales y cuarteles del régimen caído.Lo que viene es indescifrable. Como el cruce de dos vidas a contramano, en una esquina de la historia.
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