Las imágenes esparcieron la inquietante seducción del populismo autoritario. Los días posteriores a la difusión del video, en toda la región brotaron “bukeles”. Dirigentes que, en distintos países, prometían ser tan implacables con sus respectivos malhechores como ese presidente centroamericano que compuso una coreografía totalitaria y puso a danzar a miles de reos.
En toda Latinoamérica millones de personas aplaudieron la escena que, con estética de campo de concentración, muestra a dos mil miembros de las maras salvadoreñas siendo trasladados a una flamante prisión gigantesca, especialmente construida para esas poderosas y criminales pandillas.
Desnudos, rapados y encadenados, los reos danzaron lo que parecía la coreografía de una ópera sobre el totalitarismo. Descalzos, caminaron en los tramos en los que debían caminar, trotaron en los que debían trotar y avanzaron de cuclillas cuando les ordenaron avanzar así. Siempre mirando al suelo.Los cientos de uniformados que les marcaban cada paso, tenían un aire a los domadores que, látigo en mano, hacen actuar a las fieras.
Mientras en la región brotaban “bukeles” prometiendo hacer lo mismo con los delincuentes de sus respectivos países, también aparecían dedos señalando con reprobación a la mayoría de los salvadoreños por aceptar la seguridad que da un líder que avasalla leyes y aplasta Derechos Humanos.
En ese dedito acusador también hay algo hipócrita y absurdo. No ponerse en el lugar de la gente indefensa ante el accionar delictivo, implica no entender que a la demagogia autoritaria la engendra el Estado ausente y la institucionalidad carcomida por la corrupción dirigencial.
En esa intemperie, las sociedades se sienten víctimas de la democracia representativa, a la que consideran colonizada por dirigencias mediocres y envilecidas, que llegan al poder sólo para hacer negocios. Los representados que viven sometidos por la violencia delincuencial, sienten que los representantes les robaron el poder y que los presidentes como Nayib Bukele se lo devuelven.
Es errado plantear que Bukele es la causa del derrumbe de la democracia representativa en países con estado fallido. Es como afirmar que los hongos son la causa de la humedad en la tierra, cuando es obvio que la humedad dejada por la lluvia es lo que los engendra.
Frente a sistemas legales en disolución, entender el orden de los factores resulta imprescindible. Aunque, por cierto, el video no prueba que Bukele esté realmente venciendo a las maras. La prensa independiente y también organismos de Estados Unidos denunciaron acuerdos con jefes de las maras para qué bajaran el índice de crímenes, a cambio de impunidad y otras prebendas. El video mismo pone en duda que esté reduciendo el delito en los niveles que anuncia. Aunque la caída es fuerte, los índices que Bukele difunde hablarían por sí mismos y no necesitarían un video para generar la sensación de victoria sobre las pandillas.
El video fue demagogia. Lo revelador es que tenga tan buen resultado. No se puede cuestionar a los pueblos que llevan décadas atormentados por los pandilleros y ovacionan la mano dura que arrasa el sistema de leyes mientras ataca a esas mafias. Pero la historia está plagada de líderes que cumplieron con reclamos sociales tras haber pisoteado leyes y aplastado Derechos Humanos. Y todos terminan siendo un pésimo remedio.
En la Italia de la primera mitad del siglo 20 nadie había golpeado tan duramente a la mafia siciliana como Mussolini. El fascismo arrinconó a la Cosa Nostra. Por eso Lucky Luciano y la mafia colaboraron con Washington y fue en Sicilia el desembarco que acabó con el cadáver del duce colgado en Milán. Entre el apogeo del fascismo y su caída, los italianos vivieron la alianza criminal con Hitler, perdieron familiares en la guerra de Abisinia, tuvieron campos de concentración donde se exterminó judíos y antifascistas, hasta que se quedaron con el país arrasado.
Un ejemplo más cercano en el espacio y el tiempo está en Perú, donde Fujimori aplastó a Sendero Luminoso y también a los miembros del Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA) que en 1997 ocuparon la residencia del embajador japonés durante la cena de gala por la asunción de Akihito al Trono del Crisantemo.
La exitosa “Operación Chavín de Huantar” ejecutó decenas de guerrilleros que ya se habían rendido y Fujimori posó junto al cadáver del comandante Cerpa Cartolini, como en la postal del cazador con el pie sobre su presa.
Tras cerrar el Congreso, Fujimori apostó a la guerra sucia logrando éxitos impactantes que la mayoría aplaudió. Pero el desastroso final de su gobierno, además de las revelaciones de corrupción y de otros crímenes del régimen, mostró el alto costo que puede tener la eficacia del autoritarismo.
El video de estética totalitaria que difundió el gobierno salvadoreño, exhibe la naturaleza autoritaria que Bukele ya había mostrado en el 2020, al ingresar al Congreso con militares armados y también al someter la judicatura y otros resortes claves del sistema judicial. Pero amplias mayorías sienten que Bukele “les devolvió el poder” que la democracia representativa “les había quitado”. Demasiada gente estaba desprotegida ante las maras, por eso aplaude verlas reducidas a rebaño desvalido.
El poderío de esas mafias es tan grande e impune, que sus miembros visten un uniforme que no pueden quitarse: los tatuajes que cubren sus cuerpos. Se entiende que pueblos desguarnecidos se sientan protegidos por gobiernos que avasallan DD.HH. pero eso no implica que realmente estén más seguros. La protección que les brindan en un momento, se transforma en indefensión total en otro posterior.
Nayib Bukele no es de izquierda ni de derecha, sino un exponente de la cultura autoritaria. Fue alcalde de Nuevo Cuscatlán y luego de la capital, San Salvador, por el frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), reciclaje político socialdemócrata de la antigua guerrilla izquierdista. Y después creó su propio partido: Nuevas Ideas.
La democracia liberal se debilita en el mundo, atacada por izquierda y por derecha. Es un sistema en el que las mayorías, agobiadas por incertidumbres y miedos, van dejando de creer porque no les da respuestas. El populismo autoritario convence a los desguarnecidos de que la “elite”, “casta”, “burocracia” o el seudónimo que elijan para referirse a la dirigencia del sistema, le roba el poder y él se lo devuelve. Algo tan ficcional como la sensación de seguridad que genera la estética totalitaria
Comentarios