Javier Milei volvió a apelar a la cadena nacional y eligió hablarle directamente a la ciudadanía con un discurso en el que buscó exhibir logros de gestión, ratificar el rumbo económico y advertir sobre los riesgos de un eventual retroceso. Más allá de los números que presentó como prueba del “ordenamiento fiscal más drástico en décadas”, la exposición estuvo atravesada por un tono pedagógico que combinó cuadros, cifras y comparaciones internacionales, con un lenguaje enfático que apuntó tanto a defender las medidas de ajuste como a desacreditar a los críticos.
Ni bien finalizó la cadena nacional, en redes sociales, varios usuarios subieron videos de distintos sectores del país que protestaron con "cacerolazos" los dichos del presidente. Una medida de protesta popular que remite a las respuestas que los ciudadanos utilizaban ante los discursos televisados del gobierno de Fernando De la Rúa en el 2001 y que aún, pasada dos décadas, se mantiene en vigencia.
En el segmento, el mandatario comenzó describiendo lo que definió como “la herencia más devastadora de la historia”, con énfasis en el déficit y el nivel de endeudamiento, y enseguida buscó contrastar ese punto de partida con los primeros resultados de su administración, donde destacó el superávit primario y la desaceleración inflacionaria como señales de éxito de su programa. Al mismo tiempo, dedicó pasajes completos a responsabilizar a lo que llamó “la casta política y sindical” por los obstáculos que enfrenta el Gobierno, y deslizó que existen sectores que, en sus palabras, “prefieren dinamitar cualquier cambio antes que perder privilegios”.
Como parte de esa narrativa, mencionó el rechazo legislativo a varias de sus iniciativas, lo que le sirvió para insistir en la idea de que la sociedad debe presionar a los representantes para acompañar reformas que, según él, permitirían consolidar la recuperación. El mensaje no quedó limitado a la economía: Milei aprovechó para reforzar su identidad ideológica, reivindicó el ideario liberal y planteó que la Argentina tiene la oportunidad de encaminarse hacia un modelo similar al de países que atravesaron ajustes dolorosos y luego crecieron con fuerza.
Cerró con un llamado a la paciencia social, convencido de que los costos actuales son inevitables, y enmarcó su gestión como una batalla cultural que, en su mirada, excede lo económico y se libra contra una forma de hacer política que busca perpetuarse. Así, el discurso, lejos de ser un simple repaso de números, se configuró como un ejercicio de reafirmación: la construcción de un relato donde Milei se presenta como el único intérprete posible de la crisis y como el líder que está dispuesto a sostener el sacrificio con tal de garantizar un futuro distinto.














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