En la embriaguez que llevaba años, Maradona acabó abrazándose a una estatua y la torció. La metáfora explica el impacto del escándalo post mortem de “el 10” en la imagen de un prócer revolucionario: Fidel Castro.
Al llamarlo “nuestro Papa”, Hugo Chávez mostró lo que el líder cubano representaba para la mayoría de los izquierdistas latinoamericanos: una referencia espiritual y moral, además de ideológica.
Esa referencia mostró una fase desilusionante para su feligresía: la mancha que dejó la deriva maradoniana a su paso por Cuba. La revelación de la mujer cubana a la que, con sólo 16 años, su madre, tía y abuela acostaron en la cama de un argentino famoso y millonario, no sólo expuso el envilecimiento en el que había caído Maradona a esa altura de sus adicciones. También expuso un costado miserable del líder comunista que quienes idolatran en América Latina y otras partes del mundo no imaginaban.
Por cortejar al futbolista debido al valor estratégico que tenía para su régimen tenerlo en la isla, Fidel Castro le concedía tener sexo con menores de edad y consumir drogas.
Hacer creer al mundo que Maradona se estaba curando de la drogadicción en Cuba, fue una estafa global. Este escándalo muestra que el astro del fútbol seguía consumiendo drogas durante el tratamiento que recibía en Cuba. Y Fidel era quien perpetraba esa estafa, porque sabía todo al respecto. No podía no saberlo. Es imposible que los médicos que trataban a Maradona no se percatasen de que estaba consumiendo cocaína, y también es imposible que no lo reportaran a la cúpula del régimen.
Si Maradona recibía y consumía drogas en Cuba, Fidel lo sabía. Y también sabía que, dando regalos carísimos y una vida inaccesible para el común de los cubanos, obtenía el permiso familiar para disponer de una adolescente. La prueba irrefutable es una foto. En ella, el comandante posa junto a Maradona y su novia adolescente. En el encuentro quedó claro la relación que el futbolista tenía con la niña para la cual solicitó el permiso del comandante que le permitiera llevarla al exterior.
Por cierto, es aberrante que Maradona haya tenido en Cuba una relación que incluyó drogas y sexo con una menor de edad. También que ese entorno de amigos que lo visitaban haya mantenido un silencio cómplice sobre la relación. Pero el tema no es Maradona, sino Fidel.
A esa altura de su deriva, Maradona no era un prócer moral de nadie. Los integrantes de su séquito tampoco. “El 10” acumulaba síntomas de un desquicio personal importante. La cocaína lo arrastraba a la bancarrota psicológica y moral. Es posible que ya no pudiera calibrar lo que implica aprovechar la pobreza de una familia cubana para llevar una adolescente a su cama. Pero la mayor sorpresa no es esa conducta. Amén del repudio que merece, la sorpresa no está en lo que hacían Maradona y su séquito, sino en lo que permitía Fidel Castro.
El astro argentino recibía y consumía cocaína estando en Cuba, precisamente, para curarse de su adicción a las drogas. Es imposible que los médicos que lo trataban no lo percibieran. El consumo da señales visibles y si ese equipo de expertos sabía que Maradona continuaba drogándose, lo reportaba a las autoridades; ergo, Fidel lo sabía.
Para Castro tener a Maradona en Cuba tenía valor estratégico. “El 10” servía a la propaganda castrista, por lo tanto si algo malo le ocurría, por ejemplo si se descomponía por una sobredosis, impactaba de manera negativa en la imagen del régimen.
Los agentes del G-2 lo habrán tenido bajo la lupa. El aparato de inteligencia cubano es el más eficaz de Latinoamérica y nada de lo que hizo Maradona pudo pasar desapercibido para semejante red de espionaje.
De todos modos, no hacía falta que los médicos y “los gerardos” (como llaman los cubanos a los agentes del G2) le reportaran al líder cubano que el argentino más famoso del mundo convivía con una adolescente. El propio comandante lo comprobó en persona porque Maradona se la presentó cuando fue a pedirle que le firme el permiso para viajar.
Al célebre futbolista la droga le había alterado el rumbo hacía tiempo, pero Fidel Castro estaba plenamente en sus cabales. Todo lo que ocurría en la isla estaba bajo su control.
Mientras Fidel vivió, fue considerado un faro de la moral revolucionaria. Cuando llegó al poder venciendo al régimen corrupto de Fulgencio Batista, prometió que Cuba dejaría de ser “el prostíbulo de América”. No obstante, siempre estuvo a la vista de los turistas extranjeros que la prostitución siguió existiendo en gran escala. Las “jineteras” se concentran donde hay dólares.
Prostitución hay en todo el mundo, pero la revolución no logró que Cuba se distinguiera del resto de países caribeños y centroamericanos reduciendo significativamente, aunque más no sea, la prostitución infantil. La mayor de las Antillas es uno de los puntos del planeta más apetecidos por el “turismo sexual”. Y la envergadura de ese rubro de la industria turística cubana tiene entre sus causas la laxitud de las leyes locales respecto a las relaciones sexuales con menores.
La mayoría de edad se alcanza a los 18 años, pero el carácter delictivo del sexo con menores está en un terreno lo suficientemente ambiguo como para que el turismo sexual resulte atractivo en Cuba. Aún así, que Fidel Castro haya incluido una menor como pertenencia de un multimillonario famoso, debería generar estupefacción y espanto, además de impactar sobre la imagen del prócer revolucionario en el mundo.
En la década de 1980, para desvincular al régimen de la oscura sociedad que se descubrió entre altos funcionarios cubanos y el cartel de Medellín, se hizo recaer toda la culpa sobre Arnaldo Ochoa. El general que había combatido en la Sierra Maestra bajo el mando de Camilo Cienfuegos y había sido condecorado como héroe nacional por sus proezas en Angola y en la guerra de Ogadén, donde Cuba colaboró con Etiopía contra Somalia, fue fusilado en 1989 por asociación con la por entonces mayor mafia narco del mundo.
Cuando estalló aquel escándalo, Fidel cargó a Ochoa con toda la responsabilidad, pero es difícil creer que semejante sociedad pudiera existir a sus espaldas.El hecho es que Castro aseguró que jamás permitiría el ingreso de drogas y ahora Mavys Alvarez confirma que Maradona se drogaba en Cuba.
Estando protegido por el G2, al astro le llevaban cocaína que ingresaba a la isla a pesar del blindaje con que el régimen controla todo lo que entra y sale. Algo así no podía ocurrir sin la venia del comandante. Por eso, la cocaína y la adolescente que Maradona consumía, impactan en la imagen del líder cubano. Falta ver como lo digiere la feligresía latinoamericana que lo venera como un apóstol de la moral revolucionaria.
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