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MUNDO | 06-10-2020 15:22

Qué hay detrás del ataque de Azerbaiján a Armenia

Los vecinos reiniciaron su vieja guerra, cuando el aliado caucásico de Turquía lanzó una ofensiva para reconquistar un enclave armenio.

El fantasma de la limpieza étnica recorre Transcaucasia. Desde que tanques y tropas azeríes avanzaron hacia Nagorno-Karabaj, el recuerdo de pogromos y aniquilamientos volvió a merodear aldeas y ciudades armenias.

A finales del siglo XIX, los jenízaros otomanos se ensañaron con esa antigua nación cristiana, incendiando comarcas y cometiendo masacres en las montañas Zangezur y en toda Nagicheván, para vaciar de armenios esas tierras. El sultán que ordenó aquella barbarie fue Abdul Hamid II, hijo de Abdul Mejid I y su esposa Tirimüjgan, que era armenia.

El sur del Cáucaso también fue escenario de las operaciones de exterminio que se multiplicaron al comenzar el siglo XX, alcanzando su punto máximo bajo el régimen de “Los Jóvenes Turcos”.

El Genocidio Armenio en Anatolia llevó también la muerte en masa a las tierras que se extienden entre el Mar Caspio y el Mar Negro. Por esos ríos de sangre navega parte de la razón por la cual los armenios de Nagorno Karabaj no quieren quedar bajo soberanía de un estado turcomano y musulmán.

Lo que está en juego explica por qué la República Armenia movilizó infantería y escuadrones de bombarderos Sukhoi ni bien las fuerzas de Azerbaiján avanzaron sobre el enclave montañoso y la artillería empezó a atacar su capital, Stepanakert.

Cristianos y musulmanes vuelven a enfrentarse, como en las antiguas guerras entre cosacos y tártaros en el noroeste del Mar Negro y las luchas entre reinos armenios y túrquicos en Transcaucasia. En esta oportunidad, se trata de un conflicto que estalló en la última década del siglo XX y quedó congelado sin un acuerdo de paz.

Nagorno es una palabra rusa que significa tierras altas, mientras que Karabaj es la versión turca de una palabra también persa, que significa “jardín negro”. Con esas dos palabras los musulmanes de Asia Central denominan al enclave montañoso habitado por armenios, pero ellos lo llaman por el nombre de la décima provincia del antiguo reino armenio: Artsaj.

Los azeríes quieren restablecer su control pleno sobre Nagorno Karabaj, poniendo fin a la autonomía, de hecho, que ese enclave insular en el territorio azerí mantiene desde el armisticio que impuso Rusia en 1994.

Las diferencias políticas y culturales dificultan la coexistencia pacífica. Con falencias y defectos, la República Armenia es una democracia y su cultura está marcada por el cristianismo ortodoxo de la Iglesia Gregoriana Apostólica. Desde el mandato de Lebon der Petrosian, se han sucedido distintos presidentes y se ha mantenido la división de poderes, mientras en Azerbaiján, el presidente Ilham Aliyev lleva 17 años construyendo una autocracia, que se profundizará si el ejército azerí logra reconquistar ese territorio.

El Islam y la raza túrquica de los azeríes los conecta con Turquía, mientras que el antiguo cristianismo armenio sintoniza con la eslava Rusia a ese pueblo caucásico con raíces indo-germánicas.

El mapa de Azerbaiján había empezado a crujir a fines de los ’80, cuando el KGB lanzó un golpe de Estado, apresando a Mijail Gorbachov en Crimea. El contragolpe de Boris Yeltsin frustró la asonada, pero la fallida operación del KGB marcó el comienzo del fin de la Unión Soviética.

Los habitantes armenios de Nagorno Karabaj se sienten inseguros bajo soberanía de un Estado musulmán. Por eso quisieron la secesión y pidieron integrarse a la vecina Armenia.

La guerra se prolongó varios años, dejó más de 30 mil muertos y enfrentó directamente a los ejércitos de los dos archirrivales transcaucásicos. La “pax” impuesta por Rusia no le dio a los armenios la anexión que pretendían, pero el resultado no fue mejor para los azeríes, que de hecho perdieron el control de ese territorio.

La razón del reclamo armenio va más allá de Nagorno Karabaj. Los armenios, que eran parte de la población de Najichevan, donde también había población turcomana, fueron expulsados de esas tierras. La ocupación otomana y el Genocidio de 1915habían reducido su presencia y, en 1921, Lenin puso esos territorios bajo soberanía de Bakú, a pesar de que no habían continuidad territorial porque entre Azerbaiján y Najichevan está Armenia.

Poco después también Nagorno Karabaj fue entregada a los turcos azeríes. Pero el hecho de que Armenia y Azerbaiján integraran la URSS atenuaba la tensión étnica. Siendo soviéticos, Moscú les garantizaba coexistencia entre etnias y culturas. Además, la Constitución soviética imponía el ateísmo, atemperando la influencia divisiva de las religiones.

Pero la desaparición de la URSS acrecentó el temor armenio de ser expulsados de Nagorno Karabaj mediante limpiezas étnicas, como lo habían sido de Najichevan. Por eso estalló aquel conflicto, que ahora vuelve a surgir porque los azeríes, con entusiasta respaldo de Turquía, intentan recuperar el control del enclave, reconquistando primero los territorios adyacentes que habían sido ocupados como zona de seguridad.

El hecho es que las fuerzas armadas de Armenia y Azerbaiján han reiniciado la guerra de fines del siglo XX. El país turcomano y musulmán es rico por el petróleo. Armenia, en cambio, es pobre. Pero cuenta con que sería socorrida por Rusia si la entente turco-azerí se lanzara a destruirla para crear un gran Estado musulmán transcaucásico aliado de Ankara.

No está claro hasta qué punto la iglesia ortodoxa rusa presionará al Kremlin para que tome partido por el pueblo cristiano del Cáucaso meridional, en guerra contra una alianza musulmana.

Rusia tiene una base militar en Armenia, pero a Turquía la gobierna un autócrata islamista con ínfulas otomanas: Recep Erdogán.

El jefe del Kremlin tarda en reaccionar, aunque es posible que la proyección hasta el Cáucaso del sultánico líder turco le active el nacionalismo ruso, que rechaza cualquier influencia extra-regional sobre algún sector de su hinterland.

Tampoco está claro si la OTAN se involucraría en defensa de Armenia. Por membrecía, es Turquía el país que debería contar con el apoyo de la Alianza Atlántica, pero una serie de razones culturales y políticas podrían colocarla del lado de Armenia y, por ende, en la misma trinchera de Rusia, su histórico enemigo.

Lo único claro es que entre el Mar Negro y el Mar Caspio ha comenzado una guerra que, si no es detenida a tiempo, podría derivar en un conflicto de impredecibles consecuencias. Entre ellas, una nueva limpieza étnica para expulsar armenios de sus tierras ancestrales.

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Claudio Fantini

Claudio Fantini

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