ue haya pasado por los claustros de prestigiosas universidades norteamericanas, sumado a su discurso inteligente y contrario al populismo de izquierda y de derecha, hacía suponer que el joven presidente ecuatoriano sería una gota de racionalidad institucional y conducta democrática en la turbulenta América Latina. Sin embargo, Daniel Noboa tomó una decisión que ni siquiera habrían tomado autócratas impresentables como Nicolás Maduro y Daniel Ortega.
Ordenar el asalto a la embajada de México y zamarrear a sus autoridades fue cruzar una línea roja que ni el truculento ayathola Jomeini habría cruzado tan campante. Al fin de cuentas, al brutal asalto en 1979 de la embajada estadounidense en Teherán el régimen chiita no lo hizo con la policía ni con el ejército iraní, sino con una turba de fanáticos. Obviamente, fue una salvajada peor a la de Noboa pero, aunque mal, hasta el fanático líder islamista intentó cubrirse de una acción tan ilegal y violatoria de la Convención de Viena.
En cambio el presidente de Ecuador simplemente mandó a la policía a derribar puertas y saltar muros para sacar del cogote a Jorge Glas, el ex vicepresidente que llevaba meses en la sede diplomática gestionado un asilo político que recién recibió horas antes del asalto.Los norteamericanos invadieron Panamá en 1989, pero no se atrevieron a entrar a la Nunciatura Apostólica para sacar por la fuerza al general Noriega, asilado en esa embajada del Vaticano.
Lo que hicieron los marines de la Fuerza Delta fue colocar bafles gigantescos y aturdir durante días a los que estaban dentro, hasta que el nuncio papal, harto y en crisis de nervios, casi que sacó a empujones al dictador. Y hay más ejemplos en la lista de estropicios diplomáticos que ayudan a dimensionar la magnitud del desastre causado por Noboa. El lado oscuro de Jorge Glas, que por cierto es denso y viscoso, no justifica que haya invadido territorio mexicano entrando a su embajada en Quito. Lo que justifica es que México haya roto relaciones con Ecuador, en una de las peores crisis binacionales ocurridas en la región.
La crisis comenzó con una injerencia descarada y absurda del presidente mexicano. Andrés Manuel López Obrador (AMLO) dijo una barbaridad que implicas una gravísima acusación contra Daniel Noboa, quien respondió con una acción irresponsable y peligrosa: el asalto policial a la embajada de México en Quito, para capturar al ex vicepresidente de Rafael Correa y de Lenin Moreno.
El imperdonable exabrupto de AMLO fue señalar la llegada al poder de Noboa como consecuencia del asesinato del candidato Fernando Villavicencio. Como uniendo piezas de un rompecabezas delirante, el presidente de México dijo que Villavicencio acusaba a los gobiernos del ex presidente Rafael Correa de vínculos con las bandas narcos, lo que impactó negativamente en la campaña de Luisa González, la candidata del correísmo.
Según AMLO, el magnicidio de ese paladín de la lucha contra el narcotráfico y la corrupción fue lo que dinamitó la carrera de Luisa González hacia el Palacio de Carondelet, permitiendo el triunfo de Noboa. Razonamiento rebuscado y malicioso que, de hecho, insinúa una acusación tan grave como improbable.
Los países que, con buen criterio, están condenando la acción de Noboa, deberían también cuestionar el asilo concedido por AMLO a un condenado por corrupción. Pero nada justifica la invasión a la embajada de México; una violación de la Convención de Viena, acordada en 1961, que establece la inviolabilidad de las embajadas y consulados. Una chispa más en un continente empapado de nafta y susceptible de avanzar hacia un incendio generalizado.
Entre los focos ígneos está la región Esequibo, que podría derivar en un choque directo entre Venezuela y la República Cooperativa de Guyana, e indirecto entre las superpotencias que están detrás de ambos países. Las mismas que empiezan a pulsear sin disimulo por quedarse con la ficha argentina en el tablero geopolítico: China y Estados Unidos.
El paso de la general que encabeza el Comando Sur Laura Richardson y su reunión con Javier Milei en Ushuaia, anunciando una alianza estratégica entre Buenos Aires y Washington, confirma a la Argentina como casillero en el tablero geopolítico de las dos potencias en pugna por el liderazgo global.
Quedó claro que Xi Jinping debe olvidarse de un puerto chino en Río Grande, para posicionarse en un punto de conexión interoceánica.
En el Canal de Panamá está posicionado Estados Unidos desde el origen mismo de la vía que conecta el Atlántico y el Pacífico. Por eso China busca construir un canal que atraviese Nicaragua, a la altura del gran lago que está en el sur de ese país. Pero el daño ambiental que causaría, sumado a los daños económicos a campesinos y hacendados, obstruyen la decisión que ya tomó Ortega a favor de China.
Ante esa dificultad, Xi procura que se cumplan los principios de acuerdo alcanzados con gobiernos anteriores, para tener un puerto cerca del paso interoceánico y también un punto de proyección a la Antártida. Uno de los instrumentos chinos es la deuda que contraen con Beijing los países que reciben infraestructuras y préstamos. Se ve claramente en países centroasiáticos. También en África, donde construyó carreteras, puertos y vías férreas obteniendo posicionamientos en zona con minerales estratégicos como el coltán.
Para Beijing, lo más importante no es cobrar el swap que concedió al gobierno de Cristina Kirchner, sino usar esa condición de acreedor para obtener posicionamientos estratégicos. De ese modo logró que en el 2012 la entonces presidenta firmara el Acuerdo de Cooperación por el cual China recibió cien hectáreas en Neuquén donde estableció una base de observación espacial. Cómo el acuerdo tiene sugestivas opacidades y la base es de una entidad científica que pertenece al Ejército Popular Chino, Washington sospecha que no se dedica realmente a lo que se dijo en forma oficial, o sea el estudio de la luna, sino a la inteligencia geoespacial.
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