En un discurso cargado de provocaciones ante el Comité Nacional Republicano del Congreso, el presidente Donald Trump volvió a reivindicar su estilo agresivo de negociación en materia comercial. Afirmó que los países afectados por sus recientes aumentos de aranceles están “desesperados” por alcanzar un acuerdo y, en sus palabras, “me están besando el trasero”. La frase, pronunciada con su habitual tono performático, forma parte de una estrategia más amplia que ya ha empezado a mostrar impactos en los mercados globales.
Las declaraciones del mandatario se producen justo cuando entra en vigor una nueva ronda de aranceles: 20% a productos de la Unión Europea y un 104% a importaciones chinas. La medida ha desatado turbulencias en los mercados financieros: el Ibex 35 cayó más de un 2% en su apertura, mientras que el Nikkei japonés retrocedió cerca del 4%. El endurecimiento comercial no solo afecta a los socios externos, sino que también genera fricciones dentro del propio Partido Republicano, donde algunos legisladores cuestionan que la Casa Blanca actúe de forma unilateral.
Lejos de ser un hecho aislado, la escalada actual debe leerse como una continuación de la guerra comercial que Trump inauguró durante su presidencia en 2018, cuando impuso fuertes aranceles al acero y el aluminio bajo el pretexto de “seguridad nacional”. Aquella ofensiva contra China y aliados tradicionales como Canadá y la UE transformó el marco global del comercio, debilitó la OMC e introdujo un clima de proteccionismo que se ha profundizado en este segundo mandato. La diferencia ahora es que la retórica se ha vuelto más incendiaria y el margen de maniobra internacional, más reducido.
A esto se suma un creciente descontento entre la élite empresarial estadounidense. Directivos de grandes corporaciones y multimillonarios que en el pasado se habían mantenido al margen, hoy critican abiertamente la política arancelaria de Trump. La volatilidad bursátil y la amenaza de represalias comerciales empiezan a socavar la confianza de inversores y CEOs, que ven con preocupación el rumbo aislacionista de la economía estadounidense.
En su intento por proyectar fuerza, Trump parece dispuesto a tensar al máximo el tablero comercial global, incluso si eso significa ignorar tanto los costos económicos como las advertencias de su propio entorno político y financiero.
por R.N.
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