Paradójicamente, la responsabilidad de un líder en un delito puede ser evidente y también improbable. Hay casos en los que el sentido común señala la responsabilidad, pero las investigaciones no encuentran las pruebas que se necesitan para sentar al evidente responsable en el banquillo de los acusados.
Ocurrió dos veces con Donald Trump, pero no parece ser el caso de Jair Bolsonaro. Los jueces supremos de Brasil creen contar con pruebas suficientes para juzgar al ex presidente por el plan golpista que produjo el asalto del 8 de enero del 2023 a los edificios de la república en Brasilia.
El fiscal especial Robert Mueller investigó la injerencia rusa en el proceso electoral norteamericano, mediante escuadrones de hackers y expertos en campañas en redes, para ayudar a Trump a vencer a Hillary Clinton. Al concluir su arduo trabajo, ese ex director del FBI tenía la certeza de que el magnate neoyorkino sabía y permitió que agentes del Kremlin lo ayudaran a convertirse en presidente. Mueller pudo probar reuniones entre agentes rusos y el entorno más cercano al candidato republicano. Pero no logró obtener las pruebas que se necesitan para garantizar la certeza indicada por la experiencia y el sentido común de quien investigó el caso.
Algo similar ocurrió con la violenta asonada golpista ocurrida el 6 de enero del 2021. Quien haya seguido por televisión aquel trágico acontecimiento con que se intentó destruir el proceso electoral que había ganado Joe Biden, no duda de la responsabilidad de Trump. Pero el FBI no encontró las pruebas que confirmaran la certeza. Por segunda vez, lo evidente no era probable, o sea no contaba con pruebas necesarias.
Tampoco se consiguieron pruebas, más allá de los gritos de algunos fanáticos que buscaban al vicepresidente Mike Pence para asesinarlo, de que existiera un plan que incluyera ese magnicidio en el asalto al Capitolio.
Que a pesar de su clara responsabilidad, Trump haya vuelto a la presidencia, ilusiona a Bolsonaro. El 6 de enero del 2021 dejó una mancha en la historia norteamericana. Y si algo confirmó que el entonces jefe de la Casa Blanca estuvo detrás de la asonada, es el indulto que concedió, ni bien regresó al despacho Oval, al millar y medio de “trumpistas” violentos que asaltaron el Capitolio. Esa masiva concesión de impunidad implica un reconocimiento indirecto de su responsabilidad, aunque no vale como prueba.
Que Trump haya podido regresar a la presidencia no debiera ilusionar mucho a Bolsonaro, porque su caso es diferente. En el intento golpista en Brasil está el testimonio como arrepentido de un colaborador personal del entonces presidente, a lo que se suman los testimonios de altos mandos militares revelando haberse enterado del plan. Esas pruebas confirman también que el plan incluía tres magnicidios. La conspiración tramaba envenenar al presidente Lula da Silva, al vicepresidente Geraldo Alkmin y al entonces presidente del Supremo Tribunal Federal Alexandre de Moraes.
No hubiese sido el primer magnicidio cometido por la extrema derecha de Brasil. El ex presidente Juscelino Kubitschek fue asesinado en 1976 por la dictadura militar brasileña, encabezada en aquel momento por el general Ernesto Geisel.
Posiblemente, también el ex presidente Joao Goulart fue víctima de un asesinato. En ese caso, por envenenamiento. El régimen impidió la autopsia y, casi cuatro décadas más tarde, se exhumó el cadáver pero no se encontró vestigios de veneno. Aún así, no se descartó que la muerte de Goulart en Argentina haya sido por envenenamiento y que el tiempo transcurrido borrase la prueba imposibilitando confirmar el crimen con la autopsia. De hecho, en Argentina Joao Goulart ya había sufrido un atentado de la Triple A.
Si hubiera tenido éxito el plan golpista, Lula , Alkmin y De Moraes habrían muerto. Por cierto, Bolsonaro dice que es una cacería de brujas y que no existen pruebas en su contra. Sin embargo, el Supremo Tribunal Federal, utilizando la confesión que hizo un ex colaborador personal del líder conservador, y también las afirmaciones de varios altos mandos militares, decidió realizar el juicio.
A pesar de la contundencia de las pruebas, el líder ultraderechista apuesta a que su situación se revierta y acabe favoreciéndolo para regresar a la presidencia, como ocurrió con las denuncias contra Trump por la injerencia fraudulenta rusa en el proceso electoral con que ganó su primera presidencia, y también por el asalto al Capitolio.
Junto a sus ministros de Justicia, de Defensa y de Casa Civil, Bolsonaro está acusado de intento de Golpe de Estado, destrucción de patrimonio público, por el plan que además incluía asesinar al entonces presidente, el vicepresidente y el titular del Poder Judicial.
De ese modo, Brasil tendrá el mayor de los juicios por delitos políticos desde la recuperación de la democracia. El impeachmeant que destituyó a Fernando Collor de Mello por los delitos de corrupción denunciados por el propio hermano del ex presidente, igual que el juicio que en el 2005 llevó a la cárcel al poderoso jefe de la Casa Civil del primer gobierno del PT, José Dirceu, por el escándalo de corrupción bautizado “Mensalao”, fueron menos graves que los que habría cometido Bolsonaro.
También el impeachment que sacó del poder a Dilma Rousseff en el 2016 por haber maquillado el déficit para ganar la reelección, no se equipara a este caso. Tampoco es equiparable el juicio por corrupción que atravesó Michel Temer ni bien dejó la presidencia. Los delitos que llevan a Bolsonaro al banquillo de los acusados son incluso más grave que los investigados en el “Lava Jato”, en el que con pruebas escasas y endebles el juez de Curitiba Sergio Moro encarceló a Lula, situación revertida dos años después por la máxima instancia de la justicia.
Los ojos de la región convergerán en el histórico proceso judicial que podría desembocar en una dura condena, además de tener un fuerte impacto de consecuencias impredecibles en el escenario político brasileño.
Lo único seguro, es que si en el juicio los jueces supremos corroboran la culpabilidad de Bolsonaro, el núcleo duro de sus seguidores no modificará su apoyo al líder ultraconservador. Como explicó Mark Twain, “ninguna cantidad de evidencia logra convencer a un idiota”.
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