En 1989, en los últimos meses del gobierno de Alfonsín, hubo un fugaz ministro de Economía que en medio de la crisis inflacionaria le pidió responsabilidad y ayuda al establishment. Se llamaba Juan Carlos Pugliese. Y cuando vio que los hombres de negocios le dieron la espalda, inmortalizó la siguiente frase: “Les hablé con el corazón y me respondieron con el bolsillo”. Renunció pocas semanas después y fue entonces que la híper se desató del todo.
Hoy, Alberto Fernández asiste impávido al sostenido aumento de precios que, como en los tiempos alfonsinistas, pone en jaque la gobernabilidad. El Presidente se queja con los empresarios, dice que no hay razones para que, en un contexto de profunda recesión, las cosas sigan subiendo, impulsa la ley de góndolas, advierte que si la tendencia no cambia empezarán los controles. En suma, les pide responsabilidad y ayuda.
¿Puede Alberto frenar la inflación? La última vez que el kirchnerismo lo intentó, en tiempos de Néstor y Cristina, le encomendó la misión a Guillermo Moreno, cuyos métodos poco ortodoxos lo hicieron famoso: prepoteadas, aprietes, peleas y hasta esa leyenda del revólver sobre su escritorio con el que recibía a los formadores de precios. Moreno era odiado por el establishment, y también por Alberto, que le criticaba su brusco modus operandi. ¿Tiene Alberto un plan distinto al de Moreno para combatir la inflación? ¿Hay plan?
A diferencia de Moreno, y también de su vicepresidenta, Cristina, Fernández no es alguien a quien le guste confrontar con el poder económico. Más bien, todo lo contrario. Les habla con el corazón, pero le contestan con la remarcadora.
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