Sunday 16 de March, 2025

OPINIóN | 26-02-2025 16:37

El huracán Trump golpea a Europa

La vuelta al poder del presidente de Estados Unidos sigue repercutiendo en el mundo. El rol de Merz, el nuevo canciller alemán.

Desde hace un par de semanas, la elite política europea está trastornada. Se siente abandonada a su suerte en un mundo cruel que no la quiere. Los más agitados por lo que está sucediendo temen que Estados Unidos haya cambiado de bando para unirse a “los autócratas” que sueñan con poner fin a la democracia y, con ella, la civilización occidental; dicen que Donald Trump está mucho más interesado en congraciarse con el dictador ruso Vladimir Putin porque lo admire que con debiluchos como el pronto a ser canciller alemán Friedrich Merz, el presidente francés Emmanuel Macron o el primer ministro británico Keir Starmer, para no hablar del ucraniano Volodimir Zelensky.

Con todo, hay optimistas que fingen suponer que en verdad Trump está engañando a Putin, haciéndole creer que es un amigo antes de enfrentarlo con un ultimátum leonino; saben que, para convencer al vanidoso “hombre naranja” que cometería un error geopolítico imperdonable si se arrodillara ante el mandamás ruso, tendrían que tratarlo como un operador maquiavélico genial y, si cambia de opinión, festejar su astucia. Es ésta la táctica favorecida por Macron y Starmer.  

Aunque casi todos los líderes europeos ya coincidían con la larga serie de presidentes y secretarios de Estado norteamericanos que, a través de los años, les habían pedido aportar más, mucho más, a la defensa común, ninguno imaginó que un día llegaría el momento en que tendrían que depender de sus propios recursos militares para hacer frente a las amenazas externas.

Puede entenderse, pues, la consternación que les ha motivado la actitud nada amable de Trump y sus allegados como el vicepresidente J. D. Vance que. además de advertirles que Estados Unidos no está dispuesto a tomar en cuenta los intereses de sus aliados transatlánticos, los acusan de traicionar a valores occidentales básicos como el respeto por la libertad de expresión censurando manifestaciones de “odio” en los medios sociales y noticias a su entender falsas, y de negarse a prestar atención a la voluntad popular como hacen cuando erigen cordones sanitarios alrededor de partidos “derechistas”.

Así, pues, todo hace pensar que, para Europa, ha terminado una época en que no tenía que preocuparse por temas tan antipáticos como los militares. Les guste o no a sus habitantes, en adelante el continente tendrá que valerse por sí misma en un mundo sumamente competitivo que les es hostil. Los más angustiados por lo que está sucediendo son los integrantes de las elites tecnocráticas de retórica progresista que durante décadas han dominado los países más prósperos. Los partidos que las representan, sean éstos nominalmente conservadores, centristas o levemente izquierdistas, están batiéndose en retirada frente a agrupaciones que intentan frenar calificándolas de “fascistas”.

Es lo que acaba de ocurrir en Alemania. Si bien los demócratas cristianos de Merz salieron primeros en las elecciones del domingo pasado, tuvieron que conformarse con un escuálido 28,6 de los votos, mientras que la “ultraderechista” Alternativa para Alemania (AfD), consiguió más del 20 por ciento, duplicando lo logrado en 2021.  De crecer un poco más, tendrá más votantes que cualquier otra agrupación.  No es que abunden los alemanes que sienten nostalgia por Adolf Hitler, es que, con la excepción reciente de la CDU/CSU de Merz, los demás partidos se han resistido a tomar en serio los problemas causados por la inmigración de millones de personas de cultura radicalmente distinta que incluyen a yihadistas que perpetran los ataques terroristas que se han vuelto rutinarios en todos los países de Europa occidental.   

Aunque algunas iniciativas de Trump y sus acompañantes, personas como Elon Musk que están procurando racionalizar la sobredimensionada y manirrota burocracia federal norteamericana, pueden considerarse positivas, otras distan de serlo. Al dar la impresión de estar resuelto a entregar Ucrania a Putin porque no le gusta Zelensky que, cree, hace algunos años le ocasionó algunos problemas políticos engorrosos, el presidente de la superpotencia parece solidarizarse con los autócratas que están librando una campaña furibunda contra la civilización occidental. Puede que no sea exactamente así, pero la conducta reciente de Trump, agravada por su costumbre de soltar barbaridades sin preocuparse por el impacto que tendrán o por la veracidad de sus aseveraciones, ha sido más que suficiente como para persuadir a muchos europeos, entre ellos Merz, que Estados Unidos ha reasumido la postura que mantenía antes de que el Japón se las arreglara para forzarlo a participar del la Segunda Guerra Mundial. En aquel entonces, el grueso de los norteamericanos quería dejar que los europeos se cocinaran en su propia salsa, una actitud que hoy en día comparten Trump y sus seguidores más entusiastas.

Para que los europeos inviertan más recursos en sus fuerzas militares, tendrían que cambiar no sólo sus prioridades presupuestarias sino también su mentalidad. A partir de 1945, se acostumbraron tanto a que los norteamericanos se encargaran de tales asuntos que muchos se dieron el lujo de criticar a sus benefactores por su belicismo y jactarse de su presunto compromiso con cosas buenas como la paz y el bienestar social. Debido a Trump, ahora los europeos  tienen que elegir entre la debilidad principista basada en la noción de que el poder “blando” es superior al “duro” de tiempos menos ilustrados, y la capacidad de defenderse contra enemigos que, por desgracia, no suelen sentirse impresionados por afirmaciones de superioridad moral.

Los líderes europeos más importantes reaccionaron frente al desafío planteado por Trump comprometiéndose a aumentar la ayuda a Ucrania. Sin embargo, mientras que el Reino Unido, Suecia y Francia parecen estar dispuestos a enviar tropas para asegurar que se respeten los términos de un eventual armisticio, los alemanes y otros siguen siendo reacios a arriesgarse. En su conjunto, Europa posee los recursos económicos y humanos necesarios para crear ejércitos que estarían en condiciones de expulsar a los rusos de territorio ucranio; lo que le falta es la voluntad de hacerlo.  

Alemania no es el único país occidental en que “la derecha” está avanzando a una velocidad desconcertante. Algo parecido está ocurriendo en Francia, Italia, el Reino Unido, Suecia, los Países Bajos, distintas partes de Europa  oriental, Estados Unidos y, a su modo particular, la Argentina. En todos los casos, el auge de “la derecha” es una consecuencia directa de la sensación de que el orden existente sólo beneficia a una minoría autoseleccionada conformada por personajes arrogantes que desprecian a quienes no comulgan con lo que predican. Con todo, si bien las extravagancias de los ideólogos “woke” han brindado a los contrarios al statu quo un sinfín de pretextos para repudiarlo, el aporte principal al tsunami de descontento que está barriendo las sociedades occidentales ha provenido de la forma en que están evolucionando las economías de los países desarrollados y no tan desarrollados.  

Ya se han ido los días en que un trabajador asiduo, honesto y capaz sin conocimientos muy especiales, podría conservar por muchos años un empleo relativamente bien remunerado hasta jubilarse. En los países ricos, se cuenten por decenas de millones los jóvenes que pronto descubrieron que la educación costosa que recibieron no les garantizaba nada en el nuevo mercado laboral en que es muy difícil encontrar empleos tan seguros como los de apenas una generación atrás. Otra víctima del progreso tecnológico ha sido el orgullo que tantos sentían por su habilidad artesanal; en Alemania, las tradiciones en tal sentido posibilitaron el surgimiento de centenares de empresas mundialmente renombradas por la calidad superior de sus productos, pero últimamente muchas se han visto superadas por rivales computadorizadas. El malestar que siente el grueso de la clase obrera en América del Norte y Europa se debe en buena medida al desprestigio de formas de labor manual muy exigentes.  

También está contribuyendo a dinamitar el orden político establecido el éxito del feminismo. Un resultado es que, en todos los países occidentales, los más proclives a apoyar a movimientos disruptivos caracterizados como “derechistas” son varones, mientras que las mujeres aún propenden a apoyar a los partidos tradicionales. En parte, esta divergencia puede atribuirse a la agresividad de militantes feministas que despotrican contra “el patriarcado” y “la masculinidad tóxica”, pero puede que el que ya se haya hecho normal que las mujeres compitan por puestos laborales en que carece de importancia la fortaleza física, haya incidido mucho más al privar a los hombres de su comunidad del rol de proveedor y protector que había sido suyo desde tiempos prehistóricos. Como es natural, quienes se sienten superfluos se están rebelando contra un sistema que no los necesita.

Estados Unidos generó el fenómeno woke que no tardó en alcanzar a los demás países anglohablantes y, con menos  fuerza, a los de Europa y América latina. Ahora, encabeza la reacción en su contra. Lo que a su modo a menudo grotesco representa Trump, está modificando con rapidez el panorama político en muchas partes del mundo. Puede que pocos dirigentes sean tan explícitos en tal sentido como Javier Milei, pero el ejemplo brindado por Trump está estimulando a una multitud de políticos ambiciosos en todos los continentes.

Galería de imágenes

En esta Nota

James Neilson

James Neilson

Former editor of the Buenos Aires Herald (1979-1986).

Comentarios