Sunday 5 de May, 2024

OPINIóN | 07-10-2023 07:24

El sueño del pulpo Massa

Su discurso de un gobierno de unidad nacional contrasta con el de los otros candidatos. ¿Cebo electoral o convicción legítima? La meta del ballotage.

Mientras que sus dos rivales juran que si les toca triunfar en la carrera presidencial permanecerán fieles a sí mismos, Sergio Massa da a entender que se transformará en una persona muy distinta del ministro de Economía que, de acuerdo común, está provocando una serie de desastres que costarán muchísimo al país. Dice que, una vez instalado en la Casa Rosada, convocará a “los mejores, no importa si vienen del radicalismo, de Pro, o del partido de Javier Milei”.

¿Y del kirchnerismo?  Parecería que los laderos de Cristina no figuran en sus planes porque lo que tiene en mente es un gobierno que sería bastante parecido al propuesto por Patricia Bullrich. No sorprendería demasiado, pues, que, luego de algunas alusiones a lo fundamentales que son los deberes patrióticos, un eventual presidente Massa invitara a Carlos Melconian a sucederlo en el lugar que actualmente ocupa, que quisiera que la candidata de Juntos por el Cambio regresara al ministerio de Seguridad y que Milei o uno de sus socios se encargara del Banco Central.

Massa es un pulpo que se ha acostumbrado a agarrar todo cuanto se encuentre al alcance de sus muchos tentáculos. Sabrá que, como estrategia electoral, la que insinúa cuando habla de un gobierno de “los mejores” tiene muchos méritos. De difundirse la idea de que el suyo sería un gobierno de “unidad nacional”, podría conseguir los votos de radicales y partidarios de Horacio Rodríguez Larreta que están convencidos de que Patricia es una derechista peligrosa que no vacilaría en romper las cabezas de piqueteros e izquierdistas que le ocasionen dificultades, además de los del cordobés Juan Schiaretti; combinados con los votos procedentes de kirchneristas y otros peronistas, le permitirían entrar en el balotaje, para entonces aprovechar a pleno el temor de que Milei sea un delirante de instintos autoritarios que no vacilaría en comportarse como un dictador.

No lo perjudica la convicción generalizada de que es el hombre menos confiable del elenco político permanente. Nadie ignora que es tan camaleónico que es capaz de adaptarse a cualquier circunstancia. Si la Argentina fuera el mítico “país normal” con que tantos fantasean, su flexibilidad realmente extraordinaria sería considerada un vicio, pero por ser lo que es, le brinda ventajas que son inaccesibles a políticos menos pragmáticos.

Con mucha cautela, porque aún necesita contar con los votos de los kirchneristas, Massa está separándose del movimiento que lo ha llevado a donde está. No puede sino saber que sería absurdo pedirles a “los mejores” de las agrupaciones opositoras convivir con sujetos que con toda probabilidad terminarán entre rejas o, en el caso de Cristina, bajo arresto domiciliario en una de las propiedades que se las ha arreglado para adquirir, si bien es factible que la vicepresidenta busque refugio en Cuba u otro país amigo. Sea como fuere, es razonable suponer que la ruptura  definitiva con el kirchnerismo vendrá cuando ya tenga asegurada la presidencia.

A juzgar por lo que dice, Massa se ve como jefe de una coalición tan amplia que estaría en condiciones de ordenar una economía que, gracias en buena medida a su voluntad de subordinar absolutamente todo al electoralismo, está cayéndose en pedazos. Aunque sus adversarios tienen derecho a recordarle que es el responsable principal del caos imperante, procurará hacer pensar que las barbaridades que está cometiendo con el “plan platita” y así por el estilo son obra de los kirchneristas que lo tienen rodeado y que, liberado de su tutela por Dios y el electorado, se convertirá sin demora en un dechado de sensatez. Se trataría de una metamorfosis equiparable con la que experimentó el populista manirroto Carlos Menem luego de chocar contra la realidad económica.

Si bien no extrañaría del todo que Massa soñara con hacer la gran Menem, sucede que en aquella oportunidad el país aún conservaba recursos financieros suficientes como para hacer viable el esquema estabilizador que fue aplicado por Domingo Cavallo y que, por una década, desterró la inflación y posibilitó un sinnúmero de cambios positivos. Sin embargo, en la actualidad la situación es decididamente peor de lo que era a comienzos de los años noventa del siglo pasado. No hay nada en las bóvedas del Banco Central salvo una cantidad enorme de pagarés y, por razones comprensibles, muy pocos inversores internacionales están dispuestos a prestar un céntimo a la Argentina.

A Massa nunca le han importado las contradicciones. El que durante su gestión como ministro de Economía y virtual presidente de la República se haya concentrado en armar una bomba financiera tan potente que, cuando estalle, podría  herir de muerte al próximo gobierno, no le ha impedido esforzarse por asegurar que sea víctima de su propia astucia. Lo lógico sería que intentara garantizar que Milei ganara las elecciones que ya son inminentes, pero su actitud sigue siendo la de un candidato que espera triunfar; de significar algo los mensajes enviados por los encuestadores, es por lo menos concebible que lo logre. 

Para Massa, todo es una cuestión de etapas. Cuando era de su interés oponerse a Cristina, lo hizo sin miramientos, En 2019, optó por aliarse nuevamente con ella. Ahora que “la doctora”, cuyo poder está evaporándose con rapidez, le es cada vez menos útil, está preparándose para abandonarla.

Massa apuesta a que un electorado amnésico pronto olvide el oficialista que le rendía pleitesía con regularidad, archivando, por un rato, al hombre que dijo que le daba asco la corrupción y que por tal motivo estaba resuelto a barrer a los ñoquis de La Cámpora de los lugares en el sector público que ocupaban. En una época en que abundan los videos se supondría que a los políticos les sería sumamente difícil persuadir a la gente de la sinceridad de personajes tan cambiadizos como Massa, pero parecería que, por el contrario, es aún más fácil hacerlo hoy en día de lo que era antes de la aparición del Internet y la proliferación de medios sociales electrónicos.

Además de minimizar la importancia de su gestión catastrófica como ministro de Economía, Massa tiene que intentar poner distancia entre sí mismo y la corrupción endémica que aflige a casi todo el mundillo político local. Aunque parecería que la mayoría ya no se siente conmovida por los ejemplos brindados por mandatarios, legisladores, operadores, jueces y otros que, a pesar de ganar relativamente poco en blanco, consiguen acumular grandes fortunas, de vez en cuando ocurren episodios que sí motivan indignación.

Para preocupación de Massa, dos episodios del tipo que impactan en la opinión pública se produjeron al entrar el prolongado torneo electoral en lo que podría ser su etapa final. Si bien con escasas excepciones los políticos trataron de impedir que el escándalo desatado por “Chocolate”, el puntero peronista que recaudaba dinero aportado, a sabiendas o no, por medio centenar de ñoquis del cajero automático de un banco en La Plata, para entregarlo después a sus jefes políticos de la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires, no pudieron guardar silencio ante el alboroto que ha suscitado la difusión de fotos del hasta entonces jefe de Gabinete bonaerense Martín Insaurralde viviendo la buena vida con una modelo en un yate carísimo en aguas del Mediterráneo.

La mayoría no tardó en llegar a la conclusión de que la conducta ostentosa -muchos dirían obscena- de un hombre clave del kirchnerismo reflejaba la indiferencia de políticos riquísimos ante el sufrimiento de un pueblo que ha sido brutalmente empobrecido, convicción esta que enseguida dio lugar a uno de los esporádicos ataques de moralismo que aquí, como en muchos otros países, toman por sorpresa a quienes creían que no habían violado ninguna regla.

Obligado a desvincularse cuanto antes del asunto, Massa, que, como todos los demás, ya sabía que a través de los años Insaurralde se había convertido, por medios nada claros, en un multimillonario dispendioso que, según se informa, selló hace poco un divorcio cediendo a su ex esposa la friolera de 20 millones de dólares, procuró cortar por lo sano ordenándole poner fin a sus funciones políticas.

¿Funcionará?  Sus rivales huelen sangre y harán todo cuanto pueden para aprovechar la herida que se ha abierto, tratando a Massa como uno de los integrantes más poderosos de una cofradía que es notoriamente corrupto. También podrán pedirle explicar las razones por las que su esposa, Malena Galmarini autorizó la compra de 620 vehículos para la empresa estatal, AySA, de la que es titular, a precios que, según los políticos opositores, son muy superiores a los del mercado comercial.

Los kirchneristas genuinos no quieren a Massa; lo ven como un infiltrado neoliberal que en cualquier momento podría traicionarlos. Quienes odian a los kirchneristas lo creen el cómplice amoral de una banda de delincuentes que han causado daños difícilmente reparables al país y que, de llegar al poder, se limitaría a promover el siempre corrupto capitalismo de amigos. Y como si todo eso no fuera más que suficiente, pueden acusarlo de ser el máximo responsable de la marejada inflacionaria que está provocando un sinfín de tragedias personales.  Con todo eso en su contra, es un auténtico milagro que Massa, un sobreviviente nato, aún podría ser elegido presidente, pero a juzgar por la historia política del país, aquí virtualmente cualquier cosa es posible.  

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James Neilson

James Neilson

Former editor of the Buenos Aires Herald (1979-1986).

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