Sunday 3 de November, 2024

OPINIóN | 28-07-2024 08:33

La democracia retrocede

La renuncia de Biden a su candidatura y por qué ni demócratas ni republicanos tienen opciones mejores para el electorado. Alerta en el Reino Unido.

Ya se han ido los días en que podía darse por descontado que la democracia continuaría disfrutando de buena salud en países anglosajones de fuertes tradiciones liberales como Estados Unidos y el Reino Unido, mientras que en el resto del mundo siempre estará a punto de caer víctima del virus autoritario de moda. Si bien los políticos norteamericanos se niegan a abandonar la costumbre de sermonear a sus homólogos de otras latitudes, criticándolos con asperidad por sus presuntas deficiencias en dicho ámbito, no pueden sino saber que su propio desempeño dista de estar a la altura de sus pretensiones.

Tanto los republicanos que aplauden a Donald Trump como los demócratas que están alineándose apuradamente detrás de Kamala Harris dicen que sus adversarios quieren transformar Estados Unidos en una dictadura. Según los trumpistas, sus adversarios ya han politizado la Justicia, los programas educativos, el FBI, la CIA y otras reparticiones estatales. Por su parte, los demócratas tratan a Trump como un clon de Hitler que, dicen, está preparándose para librar una guerra despiadada contra todo cuanto le parezca progresista.

No extraña, pues, que, lo mismo que en la Argentina, en Estados Unidos se haya cavado una brecha  enorme entre la clase política permanente y el grueso de la población que está mirando con ansiedad lo que está ocurriendo. Aunque desde hace varios años ha sido evidente que la mayoría no quería verse obligada a elegir entre dos ancianos de retórica atrabiliaria, Trump y Joe Biden, sentía que no habría más alternativa porque triunfaron en las internas de los dos partidos, el Republicano y el Demócrata, que dominan el escenario político.

Si bien hace menos de una semana uno, Biden, tiró la toalla  luego de aferrarse a su candidatura durante semanas -algunos dirían meses o incluso años-, no hay señales de que, a pesar de haber cumplido 78 años, Trump haya pensado en emularlo por una cuestión de edad. Con todo, el que haya elegido al senador J. D. Vance, de 39 años, como su compañero de fórmula, refleja su conciencia de que muchos norteamericanos creen que un cambio generacional sería beneficioso.   

El que Biden haya podido negarse a renunciar a su candidatura durante tanto tiempo es de por sí alarmante. Aún antes de iniciar su gestión, había dudas acerca de su capacidad física y mental para desempeñar el papel de “líder del mundo libre”, pero sus dependientes, entre ellos la vicepresidenta Harris, y medios periodísticos afines a los demócratas como el New York Times, el Washington Post y la CNN, insistían en informar al mundo de que era un hombre sumamente vigoroso y extraordinariamente lúcido. La farsa que montaron terminó abruptamente cuando, en aquel debate antológico con Trump, Biden sólo logro balbucear algunas frases incoherentes. Fue entonces que sus correligionarios, asustados por la probabilidad de que perdería por un margen ridículo en las elecciones de noviembre, finalmente optaron por deshacerse de él. Como pudo preverse, quienes se habían prestado al intento de engañar al mundo, hablando maravillas de la condición en que se encontraba Biden, tomaron su decisión de dar el proverbial paso al costado por un ejemplo de heroísmo sin precedentes, uno que le aseguraría un lugar de honor en los anales estadounidenses. 

De más está decir que otros, empezando con Trump, Vance y sus aliados, interpretan lo sucedido de manera muy distinta; lo atribuyen a un golpe palaciego y, para rematar, dicen que sería absurdo que un personaje tan claramente decrépito siguiera en la presidencia por seis meses más.

Para Biden mismo -mejor dicho, para los miembros más influyentes de su entorno-, le corresponde a Harris, una jovencita de apenas 59 años, tomar el relevo, pero hay operadores demócratas que se le opondrían si no temieran que dejar abierta la nominación acarrearía el riesgo de que la Convención Nacional Demócrata prevista para el 19 del mes que viene resultara ser tan tumultuosa, violenta y caótica como la de 1968. 

Tales escépticos no han olvidado que Harris tuvo que abandonar su participación en las primarias de hace cuatro años porque en opinión de la mayoría de los electores demócratas era una mujer antipática de pocas luces. Desde entonces, no ha hecho nada para convencerlos de que posee cualidades presidenciales. Puede que Harris sea más elocuente que el Biden de años recientes, pero comparte con él -y muchos otros políticos- una tendencia a responder a preguntas difíciles con banalidades solemnes, además de desconcertar a sus interlocutores estallando de risa. Los trumpistas ya están llenando las redes sociales de videos en que la vicepresidenta protagoniza escenas bufonescas.

Asimismo, nadie ignora que en el 2020 Biden la seleccionó porque quería verse acompañado por una mujer “de color” -Kamala es hija de un académico jamaicano y una bióloga tamil muy prestigiosa procedente de la India-, y también porque no quería tener a su lado a una persona con vuelo propio que, sacando provecho de su vejez, podría intentar desplazarlo prematuramente.

Una vez elegido presidente, Biden la puso a cargo de la crisis inmigratoria, exponiéndola así a un fracaso previsible ya que, para frenar la entrada de los millones de indocumentados que cruzaban la frontera sureña, Harris hubiera tenido que aplicar medidas parecidas a las ordenadas por Trump que no caerían bien entre los progresistas del “ala izquierda” del Partido Demócrata. Puesto que para una proporción creciente de los norteamericanos, sobre todo para los muchos negros e hispanos que se han visto perjudicados por el impacto en sus ingresos de la llegada de multitudes de personas dispuestas a trabajar por salarios bajísimos, la inmigración masiva es el problema principal de su país, a Harris no le será del todo sencillo defender su actuación en dicho rol contra los ataques virulentos de los republicanos.

Si Estados Unidos fuera un país de dimensiones modestas, sus vicisitudes interesarían sólo a un puñado de especialistas, pero sucede que, además de ser una superpotencia económica y militar gigantesca, sus éxitos han servido para convencer a muchos de que el sistema democrático sigue siendo muy superior a cualquier otro. Es por lo tanto comprensible que la pérdida de prestigio de Estados Unidos a causa de sus conflictos internos y reveses militares, como el experimentado en Afganistán, haya tenido repercusiones negativas en el exterior, donde los partidarios de modalidades autoritarias están ganando terreno, sobre todo en países cuyas tradiciones culturales son distintas de las de origen europeo y es fácil tratar la democracia como algo radicalmente ajeno que los imperialistas occidentales están procurando exportar. 

Para no desvirtuarse, la democracia tiene que ser representativa, inclusiva, producir gobiernos aceptablemente fuertes y contar con la adhesión automática de casi todos. Se debilita cuando hay sectores nutridos que se sienten abandonados a su suerte, como es el caso en Estados Unidos y muchos otros países desarrollados en que millones de trabajadores se han visto marginados por la desindustrialización y la revolución tecnológica que, muchos advierten, continuarán eliminando empleos.

También se ve desprestigiada la democracia cuando, a raíz del sistema electoral, deja de ser auténticamente representativa. Es por tal razón que motiva preocupación lo que acaba de suceder en el Reino Unido, el otro país de habla inglesa cuyo ejemplo, antes de que Estados Unidos lo reemplazara, persuadió a los dirigentes de otras latitudes de que la democracia era, por lejos, el mejor sistema político concebible.

Hace poco, el resultado de las elecciones parlamentarias que se celebraron en el Reino Unido entusiasmó a los preocupados por el avance de “la ultraderecha” en Europa, porque el laborismo triunfó de manera aplastante. Sin embargo, lo hizo sólo merced al sistema de circunscripciones uninominales que Javier Milei quisiera instalar en la Argentina. Aunque el Partido Laborista recibió el 34 por ciento de los votos, ocupará el 63 por ciento de los escaños en la Cámara de los Comunes. Reform UK, un nuevo partido “de derecha”, obtuvo el uno por ciento de los escaños en base al 14 por ciento de los votos, pero la Democracia Liberal, con el 12 por ciento, se adueñó de diez veces más.

Felizmente para los beneficiados por tales distorsiones, los británicos están acostumbrados a tolerarlas porque a su juicio aseguran que el gobierno de turno sea fuerte, pero en esta ocasión la falta de representatividad se hizo tan flagrante que a buen seguro privará a los parlamentarios laboristas de la autoridad moral que necesitarán para gobernar con eficacia. Mientras tanto, la vecina Francia, otra democracia muy influyente, también se ve afectada por una crisis de legitimidad imputable al sistema electoral. Aunque en la segunda vuelta electoral el partido “ultraderechista” de Marine Le Pen obtuvo una mayor proporción de los votos que el laborismo británico, llegó tercero detrás de los partidarios del presidente Emmanuel Macron y una coalición dominada por la izquierda extrema. A juicio de muchos franceses, su país carecerá de un gobierno que sea capaz de consolidarse hasta que encuentre la forma de reconciliar las tres facciones más importantes para que toleren el predominio pasajero de una, algo que, por ahora, parece ser una misión imposible.

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James Neilson

James Neilson

Former editor of the Buenos Aires Herald (1979-1986).

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