"Ángel de la soledad y de la desolación, preso de tu ilusión vas a bailar, a bailar, bailar". La soledad, esa vieja conocida, ha dejado de ser solo un tema de letras melancólicas para convertirse en una preocupación de salud pública global. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), este fenómeno está creciendo de manera sostenida en todos los rincones del mundo. Ya no hablamos únicamente de momentos de introspección o de un eventual café solitario, sino de un aislamiento crónico que afecta la salud mental, especialmente entre los jóvenes. Pero ¿cómo llegamos hasta aquí y, más importante, qué hacemos al respecto?
El Departamento de Salud de los Estados Unidos publicó un revelador informe en 2023 en el que declaró a la soledad como una epidemia con un impacto equiparable al consumo de 15 cigarrillos al día. Si te parece exagerado, piénsalo dos veces: ¿cuánto tiempo pasamos frente a una pantalla, ensimismados en el consumo del algoritmo, y cuánto tiempo dedicamos a socializar sin mirar el celular? La digitalización del ocio y la desaparición del cara a cara son parte del problema. La tecnología, diseñada para conectarnos, ha provocado en el siglo XXI, con el advenimiento del smartphone, una desconexión emocional y social sin precedentes.
Si el aislamiento social es un problema global, los jóvenes son sus principales víctimas. La OMS es tajante con las cifras: uno de cada siete jóvenes entre 10 y 19 años padece algún tipo de trastorno mental, y el suicidio es la tercera causa de defunción entre personas de 15 a 29 años. Por su parte, la ONG española SoledadES presentó recientemente un informe en el que detalla cómo tres de cada cuatro jóvenes que experimentan soledad no deseada la padecen por más de un año. Esta situación se agrava en quienes enfrentan desempleo, pobreza, discriminación o acoso. Además, las redes sociales, lejos de ser una vía de escape, refuerzan el aislamiento al crear burbujas donde la interacción real queda relegada.
La transformación del mercado laboral también está en el centro de esta crisis. El capitalismo de plataformas ha generado un entorno en el que acceder a un empleo de calidad es casi imposible para la mayoría. Según la Organización Internacional del Trabajo, hay 255 millones de jóvenes en el mundo que no estudian ni trabajan, mientras que 64 millones están desempleados.
En Argentina, 9 de cada 10 jóvenes enfrentan dificultades para conseguir trabajo, de acuerdo con un informe de las principales empresas de recursos humanos. Este panorama no solo precariza, sino que también aísla a los jóvenes, enfrentándolos a un contexto sin perspectivas de futuro. El sentimiento de resignación, combinado con la constante depresión narcisista que construyen las pantallas y el consumo de realidades ajenas, dificulta aún más imaginar alternativas. "No hay alternativa", parafraseaba Mark Fisher a Margaret Thatcher al plantear que el capitalismo ha colonizado la subjetividad, normalizando la precariedad y el malestar.
La pregunta clave es: ¿hay esperanza? Humildemente, estas líneas intentan proponer que sí. La respuesta podría estar en recuperar lo colectivo, lo social, lo público. La "resocialización" no solo es deseable, sino urgente. Esto implica resignificar el espacio público, fomentar el encuentro mediante actividades presenciales y movilizarse en torno a causas comunes. Indiscutiblemente, también significa fortalecer el rol del Estado y promover políticas que incentiven la interacción comunitaria y protejan a la ciudadanía de la voracidad empresarial. Algunos gobiernos han comenzado a actuar, aunque tímidamente. Es el caso de la ciudad de Nueva York, que demandó a cinco plataformas por su impacto negativo en la salud mental de niños y jóvenes.
Como bien decía Fisher, "hay que inventar nuevas formas de involucramiento político, revivir instituciones y convertir la desafección privatizada en ira politizada". Quizá sea hora de tomar esas palabras en serio y empezar a imaginar alternativas donde los jóvenes puedan reencontrarse, no solo entre ellos, sino también con un futuro que valga la pena vivir. Para que no reine un ángel de la soledad, sino más bien, un ji ji ji.
por Julián Eyzaguirre
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