Patricia Bullrich no llegó a escuchar quién hizo la cuenta, pero lo cierto es que la casualidad le provocó varias sensaciones. La primera fue una profunda risa. Alguien de su equipo, en pleno trajín, se había puesto a hacer los números y el cálculo que le dio fue exacto. Es que, además de ella, estaban sentados en la mesa sus doce colaboradores más cercanos.
Era la misma cantidad de gente que una tarde de agosto de 1988 se había reunido en las oficinas de la avenida Callao con Carlos Menem, los primeros que lo apoyaron en lo que entonces parecía un delirio: convertir al riojano pintoreco en presidente para el año entrante. Ese grupo de entusiastas pasó a la historia política como “los doce apóstoles” del “Turco”, los que estuvieron en la génesis del proceso que culminó con diez años de menemismo al poder.
Doce personas había, también, en la primera reunión de campaña presidencial de Patricia Bullrich. Esa coincidencia la hizo reír, pero también le provocó algún vértigo, la sensación íntima que tiene desde hace tiempo. Hay que entender que ella fue aún más entusiasta que el propio Menem. El cónclave inicial de la ex ministra de Seguridad fue en marzo del 2021, cuando faltaban más de dos años para las próximas elecciones nacionales. Es que ese es el grado exacto de la fe que se tiene Bullrich: desde hace ya tiempo se acuesta cada noche convencida de que el 10 de diciembre tendrá una cita importante en el Congreso de la Nación.
Cruzada. Aunque ella tiene medio siglo de política en la espalda, aunque ocupó algunos de los cargos más importantes del Estado en gobiernos distintos, aunque fue la presidenta del principal partido opositor y aunque está recibida de cientista política, cuando Bullrich tiene que tomar una decisión trascendental en su carrera no lo hace apelando a su experiencia o a sus conocimientos. En lo que más confía es, por lejos, en su propio olfato. Ese fue el que le dijo, a principios del 2021, que había algo que estaba sucediendo.
“Voy a ser candidata a Presidenta”, le decía a su círculo más chico en aquel verano post pandémico, en el que descansó en el campo de la familia en Buenos Aires. El gobierno de Macri había terminado hacía poco, no tenía más que su “último sueldo” de ministra encima -como dijo en un reciente reportaje en el diario Perfil-, la aprobación de Alberto Fernández estaba por las nubes y la de su contrincante interno, Horacio Rodríguez Larreta, también. Los que escucharon aquel mensaje no se rieron en su cara sólo por pudor: sin equipo, armado, plata u apoyos, llegar a esa competición con chances parecía casi un chiste. Pero Bullrich se aferraba a su confianza, esa que la mantiene viva en política desde que a los 16 años entró en una Unidad Básica del peronismo en el Abasto y comenzó su larga carrera. “Hay algo que está pasando, la gente quiere un cambio de verdad y yo creo que puedo representar eso”, repetía, ante las dudas.
El fin de ese 2021 sólo acrecentó los temores. Larreta había logrado imponer a sus candidatos en Capital Federal y en la provincia de Buenos Aires, ambos habían ganado con muy buenos resultados y todas las encuestas lo situaban como el más probable sucesor de Fernández. El momento político parecía indicar que la moderación y el diálogo se habían puesto de moda, y amigos y colaboradores de Bullrich se le acercaban con la misma sugerencia. “Patricia, te digo esto porque te quiero, tenés que dejar de mostrarte tan al extremo, vas a quedar gritando sola como una loca en un rincón”.
La presidenta del PRO terminaba aquel año sin haber participado de esas elecciones, una decisión que tomó incluso contra los consejos de su equipo que le había recomendado competir en la Ciudad e incluso animarse a una interna. Y no sólo eso: la estratégica huida de Mauricio Macri a Europa en pleno cierre de listas en Juntos por el Cambio se había traducido en el círculo rojo como un abandono político que le hizo a Bullrich, que hasta entonces aparecía como su protegida.
El 2021, que había arrancado con su promesa de competir dentro de dos años en las presidenciales, no podía terminar más lejos de esa esperanza que albergaba. Seguía sin armado ni recursos, y encima parecía que hasta su propia coalición le había dado la espalda.
¿Qué cambió, entonces, en este año y medio? ¿Cómo llegó a convertirse, de la nada, en una presidenciable con serias chances? Bullrich aparece hoy creciendo en todas las encuestas -según sus números, a un ritmo de más de un punto por mes desde el último febrero-, y transformó su expectativa electoral en una certeza absoluta: está convencida de que va a ser la próxima Presidenta.
Se mira en el espejo del caudillo riojano, encuentra similitudes como la de los “doce apóstoles” y compara las recorridas que hace por el país con el “Menemóvil”, el colectivo de campaña que popularizó “el Turco” en su primera elección. En los celulares de su equipo las fotos de ambos momentos son furor. Y está, además, el paralelo más importante de todos: cree ser Menem mientras que su contrincante Larreta encarnaría el papel de Antonio Cafiero, el peronista al que todos daban como seguro sucesor de Raúl Alfonsín y terminó perdiendo sobre la hora la interna.
De cualquier manera Bullrich ya logró sortear, para este momento, algunas dificultades: la falta de estructura -cerca suyo dicen que ya juntaron 8 millones de dólares y que con eso ya les alcanza para toda la campaña-, la falta de armado -cerró con Néstor Grindetti, intendente de Lanús, para ser su candidato a gobernador bonaerense y esperan que el ex gerente de SOCMA arrastre atrás suyo a otros de sus pares- y también pudo gambetear el escándalo que ocurrió alrededor de su ex jefe de campaña Gerardo Milman y su extraña aparición en la investigación por el atentado a Cristina Kirchner.
El clima parece estar cambiando cerca de la otrora montonera. Y ella lo sabe.
Ruido. “¿Who is Patricia Bullrich? ¿What does she think about litio?”. La pregunta se la hace un fondo de inversión estadounidense a una de los colaboradores de máxima confianza de la candidata. “La Piba”, como la conocían en los noventa, lo envió al país del Norte a mediados de mayo para reunirse en su nombre con distintos empresarios, que lo consultan por temas diversos pero en especial sobre probables inversiones. Ella lo toma como un signo de los tiempos que están en pleno cambio. “Who is Patricia Bullrich” es una pregunta que se empieza a escuchar hasta en inglés.
Son señales que están dando vueltas. El equipo de la ex ministra, el de los “doce apóstoles”, se convirtió ahora en uno de varias decenas, con terminales en todo el país. Mauricio Macri le envió, de hecho, a varios colaboradores de su riñón: Hernán Lombardi, Laura Alonso, Dante Sica y Paula Bertol, por nombrar sólo a algunos. Ese apoyo podría ser, sin embargo, un abrazo de oso: el ex mandatario quiere figurar como el que la bendijo, un producto de su creación, mientras que Bullrich juega sobre la fina línea de aparecer como su más cercana aliada pero con el desafío de mantener una postura independiente.
El círculo rojo también empezó a tocar su puerta. El grueso de lo que recaudó Bullrich para su campaña se hizo con almuerzos con pequeños emrpesarios o ganaderos, que ponían 100 dólares por cabeza para tener una silla en una comida con ella. Pero ahora aparecieron en su puerta algunos integrantes del famoso “club de los 20”, el grupo de empresarios más grandes del país. “Todos se están preguntando lo mismo. ¿Y si es ella? Ahora se nota que la empiezan a tomar muy en serio”, cuentan en su armado.
Desafíos. Bullrich, sin embargo, tiene todavía varias paradas difíciles. Si bien la sensación que comparte la mayoría dentro de la oposición es que las chances electorales del Frente de Todos, con una grave crisis económica que no parece aflojar, son muy pocas, está todavía el desafío de la interna.
En el larretismo sostienen la tesis de que será finalmente “el armado” el que terminará de inclinar la balanza hacia ellos en el día de las PASO. “Está todo muy bien con Patricia, está creciendo en las encuestas, pero ¿quién le va a cuidar los votos el día de la elección?”, se preguntan cerca del jefe de Gobierno porteño. En ese bando toman nota de que casi todos los pesos pesado del PRO a nivel nacional están con Larreta, como sucede también con el grueso de los intendentes del Conurbano.
En el bullrichismo -donde repiten el eslogan de “no es la nave, es el piloto”- le bajan el precio a esta tesis. “Al principio decían que no nos íbamos a presentar porque Horacio tenía 80 por ciento de aprobación. Después fue que no llegábamos con la plata. Ahora ya no saben qué inventar y dicen lo del armado, están perdidos”, cuentan. Será, de una manera u otra, una elección que quedará en los manuales de política: el “armado” versus “la caudilla”.
El 13 de agosto se resolverá el misterio, aunque hasta entonces falta mucho y seguramente habrá nuevos capítulos de una interna que está empezando a ser picante. Por ejemplo, sólo en lo que va del mes Bullrich primero subió un video homenaje a René Favaloro, lo que se tomó como una mojada de oreja en el larretismo: cuando el médico se suicidó dejando una carta que evidenciaba la falta de apoyo estatal a su institución, al frente del PAMI estaba el hoy jefe de Gobierno. Luego, Bullrich hizo algo aún más provocador. Al día siguiente del último encuentro entre los popes del PRO -Macri, Larreta, María Eugenia Vidal y ella-, que se organizó con la explícita misión de bajarle los decibeles a la contienda, la ex ministra fue hasta Palermo para realizar un video con las “víctimas de la inseguridad” en suelo porteño. Si lo del célebre doctor ya era una chicana, esto fue directamente un abierto desafío. En su equipo lo reconocen. “Es que a partir de ahora vamos a ir a buscar al votante porteño del PRO, ahí Patricia tiene mucho para crecer. Y sí, ella va a ir ahí a hablar de su tema, de la seguridad, es inevitable”, dicen.
Los choques con el jefe de Gobierno, entonces, sólo pueden escalar, lo que es un tema de preocupación para todos en la oposición: saben que su votante está “cansado” de las peleas internas y que si eso se profundiza puede virar hacia Javier Milei. La línea es fina y se puede cortar.
Es que, suponiendo que la tesis de Bullrich sea correcta y logre ser la candidata más votada dentro de Juntos por el Cambio, le quedará luego otro desafío: el de no sucumbir ante el crecimiento de Milei. A priori, parecería que ambos comparten públicos, y que si la crisis económica se agrava las chances del libertario podrían crecer. Bullrich lo tiene muy en cuenta. Durante el último año fue la principal promotora de un “operativo coqueteo” con el economista, para tentarlo con la posibilidad de sumarse a la coalición. Algunos alfiles de la ex ministra incluso sugieren que le llegó a ofrecer el Ministerio de Economía si ella llegaba a convertirse en Presidenta.
Bullrich, de hecho, le prometió a Macri que antes de que llegara el momento de abrir las urnas le iba a “traer la cabeza” de Milei, que lo iba a terminar sumando al esquema.
Eso finalmente no sucedió. Por eso ella ya tiene listo un plan de contigencia: sus especialistas la convencieron de que hay un público femenino de 16 a 25 años que no quiere al oficialismo pero le tiene “temor” a la figura de Milei. A este sector planea dirigirse. La atención que le está dando a su canal de Tik Tok apunta en este sentido.
Sin embargo, Bullrich parece no necesitar de estos galimatías de la política, de las ariméticas de las encuestas o de las palmadas en la espalda de empresarios y políticos para convencerse: el olfato le dice que va a ser Presidenta. De hecho, ya arrancó a hacer “casting” de posibles ministeriables. Lo primero que pregunta en esas entrevistas, fiel a su estilo, es si los que quieren ocupar puestos en su supuesto gobierno “van a tener coraje”, y les pide que le hagan llegar una propuesta de paquetes de leyes para enviar al Congreso el mismo 11 de diciembre. Hay algunos nombres ya en danza, como el de Federico Pinedo, al que dan como seguro canciller si ella llegara a ganar.
“La Piba” se tiene fe. Sabe que la pregunta “¿y si es ella?” se está empezando a hacer escuchar.
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