Martín Llaryora se convirtió en una nueva amenaza dentro del peronismo. Hasta su padrino político, el saliente gobernador Juan Schiaretti, tiene que cuidarse de que su delfín no lo termine jubilando. Su intensa carrera muestra que a lo largo de los últimos veinte años la curva solo fue para arriba.
En el 2003 fue elegido concejal en San Francisco. En el 2007 decidió presentarse a internas para ser intendente, a pesar de que el jefe comunal en ejercicio tenía el apoyo del entonces gobernador José Manuel de la Sota, del que, además, era amigo. Pero la ambición de un treintañero Llaryora pudo más y decidió presentarse igual. Ganó. La siguiente parada fue el 2011, cuando reeligió y a partir de allí comenzó a delinearse su sueño por la gobernación.
De la Sota, con olfato para ver a los que vienen con envión, lo convocó para ser ministro de Industria, pero el intendente expresó de inmediato su ambición y lo dejaron ir. Estuvo un año y se fue para trabajar en su campaña, pero al poco tiempo fue convocado por Juan Schiaretti para que lo acompañe como candidato a vicegobernador. Aceptó y se mudó a Córdoba capital. En las legislativas del 2017 fue primero en la lista de candidato a diputado nacional y aunque el peronismo perdió, Llaryora entró por la primera minoría. El lugar lo tenía asegurado desde el momento que aceptó.
Esos dos años en Buenos Aires, fueron poco vistosos, porque Llaryora tenía el ojo puesto en Córdoba, pero iba a ser difícil sacarle de la cabeza a Schiaretti la idea de la gobernación, por lo que aceptó ir como candidato a intendente de la capital cordobesa, ciudad que gestionó en los últimos cuatro años. Ahora, este año, era el turno de él. Dos décadas después.
Campaña. Cualquiera que visite Córdoba verá que su cara está a lo largo y ancho de toda la provincia. Tiene una fuerte inversión en publicidad y todo indica que para los próximos cuatro años lanzará el proyecto paralelo de consolidarse como potencial candidato presidencial, señal que ya dio al viajar a Buenos Aires para dar entrevistas cuando todavía se estaban contando los votos en su provincia.
Sobre su antecesor, ya dio señales del lugar que le dará de cara al futuro. “Hay una generación que se retira”, dijo. Schiaretti no tiene derecho a quejarse. Ya conocía su ambición.
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