Uno de los funcionarios más cercanos a Cristina Kirchner y a Alberto Fernández se acomoda en su silla y hace memoria. La máxima que está por citar debe tener por lo menos 20 años de antigüedad y tiene que concentrarse. Hasta que le sale. “Esto es como decía ‘Cacho’ Caselli: la Iglesia no te hace ganar elecciones pero sí te hace perderlas”, tira, en referencia al otrora todopoderoso secretario de Culto menemista y enemigo íntimo de Jorge Bergoglio. Es una sensación compartida en el Gobierno. Muchos en ese espacio creen que la institución más vieja del mundo les jugó en contra y tuvo que ver en la debacle electoral de la PASO. Es una sospecha que, con el paso de los días después de la votación, la propia Iglesia hizo crecer. Dios se mueve de maneras misteriosas y sus discípulos también.
Es que tres importantes obispos le marcaron la cancha al Presidente en la semana luego de las elecciones. Y no sólo eso: dos de ellos son los hombres más cercanos al Papa y con más peso dentro del organigrama eclesiástico. Y no tuvieron piedad cristiana para con el mandatario. De fondo se asoma una fumata que puede ser negra: en noviembre cambian las autoridades de la Conferencia Episcopal y las elecciones podría ser reñidas. No hay pax.
Non sancto. “En la Iglesia están todos decepcionados con Alberto, empezando por el Papa”. La voz que habla hace varias décadas que camina los pasillos eclesiásticos y goza de la confianza absoluta del hincha de San Lorenzo más famoso del mundo, al que conoce desde que era, a secas, Jorge. La fuente relata paso a paso cómo se fue deteriorando una relación que había tenido un gran comienzo pero que, ley de aborto mediante, se fue al diablo.
Cuando comenzó la pandemia, con Fernández recién asumido, el vínculo entre el Vaticano y la Quinta de Olivos era fluido. El Presidente tenía diálogo directo con el Papa, incorporaba con regularidad varias de sus reflexiones a sus discursos -por ejemplo el famoso “nadie se salva sólo”-, recibía obispos y curas con regularidad -una vez, cuando el jesuita Rodrigo Zarazaga pidió a los presentes que recen, Alberto se puso a llorar-, había incorporado una Virgen de Luján al escritorio de su despacho, y lo último que había hecho antes de abandonar la Rosada para darle comienzo formal a la cuarentena había sido ir a la capilla de la casa de gobierno a rezarle al cura Brochero. Era un acercamiento político pero también espiritual. “Es que el Papa le había hecho un trabajo fino”, dice uno de los curas que más conoce a Bergoglio.
En esa aproximación había tenido mucho que ver el primer viaje del mandatario a la Santa Sede. En ese encuentro, a fines de enero del 2020, Francisco, a decir de uno de sus íntimos en Argentina, le había “abierto su agenda”. Después de ese conclave, de cuarenta y cinco minutos, el gobierno argentino había tenido encuentros con Georgieva, del FMI, y Angela Merkel de Alemania. Era la mano invisible del Pontífice funcionando. También, días después de que Fernández abandonase el Vaticano, el Papa dio un discurso donde llamó al que el FMI le diera “alivio” a los países endeudados. “Por eso la relación está como está: Francisco se la re jugó por él y apenas Alberto volvió a Argentina se puso la corbata verde”, dice la fuente bergogliana, en referencia al apoyo que le dio el mandatario a la legalización del aborto. En la Iglesia creen que no era necesario que el propio Presidente se pusiera al frente del proyecto. Hasta Macri tuvo la habilidad de dejar que se debata sin él en el medio.
Por eso es que las PASO hicieron reflotar viejas cuitas, rispideces que también se hicieron notar en el último encuentro del Papa con Fernández, en mayo, considerablemente más corto que el primero. “Presidente, queda poco tiempo”, se titulaba la carta de Víctor Fernández, arzobispo de La Plata e histórica mano derecha de Francisco, en La Nación. Salió el jueves 16, cuatro días después de las elecciones, y era durísima para con Fernández. “Lo hemos visto muy entretenido con el aborto, la marihuana y hasta la eutanasia, mientras los pobres y la clase media tenían otras hondas angustias que no obtenían respuesta”, decía el amigo del Papa. El registro y las formas -una carta en un medio opositor, cuyo destinatario está en la cima del poder y al que se lo critica con nombre y apellido- sorprendieron a todos los que conocen a Fernández: el es un hombre de un histórico perfil bajo y de modos más discretos. Algunos vieron la mano de Francisco detrás de la publicación, aunque todas las fuentes consultadas -Gobierno, Iglesia y francisquistas silvestres- lo niegan.
De cualquier manera, en el Gobierno confirmaron sus sospechas con la carta de Fernández. Era un temor que se arrastraba desde el 2015 -cuando, dice la leyenda y son pocos los que se animan a desmentirla, la iglesia bonaerense apoyó a Vidal contra Aníbal-, y que ahora vuelven a ver pasar. “Ahí también está el Padre Pepe, uno que militó contra nosotros”, dicen en el Gobierno. Cerca de Pepe y desde la CEA desmienten todas las versiones. “Nosotros en política partidaria no nos metemos. Es un cuco que aparece en todas las votaciones: cuando los oficialismos pierden, en su repartija de culpas, también caemos nosotros, pero no es verdad”.
Al día siguiente fue el propio Oscar Ojea, el presidente de la CEA, el que se sumó a las críticas. Fue, eso sí, en el clásico tono eclesiástico: en el medio de una homilía y siendo mucho más elegante que su colega. “En Argentina discutimos poder, no discutimos proyecto de Nación”, dijo en una homilía, en un dardo velado a la crisis institucional que sufrió el Frente de Todos la semana anterior. Luego se sumó Jorge García Cuerva, el obispo de Río Gallegos, la cuna histórica del kirchnerismo. “Cuando no podíamos reunirnos ni vacunar a nuestros abuelos, ellos estaban vacunados y se encontraban. No sufrieron las restricciones de la pandemia y por eso no entendieron lo que le pasaba a la gente”, dijo, en una entrevista con FM del Rosario.
En capilla. Más allá de los dardos al Gobierno, la Iglesia también está envuelta en su propia interna. En noviembre se renueva la CEA que hoy conduce Ojea, íntimo de Francisco, y las tensiones vuelven a aflorar. Parece haber una distancia creciente entre los obispos del AMBA, donde el Papa metió mano en los últimos años y cambió a toda la conducción, y el interior, de tinte más conservador. Un ejemplo: en San Rafael los conflictos llegaron al punto de que el Pontífice, desde el Vaticano, mandó a clausurar el único seminario que hay en esa ciudad. Hoy los jóvenes de allí que quieren ser curas deben mudarse a otra localidad para estudiar.
De cara a esa elección, dicen los que conocen el paño, es que hay que entender también las declaraciones de los obispos. Los que conocen a Fernández dicen que él tiene todo encaminado –empezando por las ganas propias- para reemplazar a Mario Poli, arzobispo de Buenos Aires, cuando se jubile el año entrante. Los K, que sufrieron a Bergoglio cuando estaba en ese puesto, lo saben muy bien: es un lugar estratégico. En esa línea también hay que leer las declaraciones de Ojea, a quien muchos en la Iglesia le reclamaron que, durante la semana anterior de furia, tomara postura. “El Gobierno tambaleó y la CEA no sacó un solo comunicado oficial. Así perdemos peso político”, se quejaba la mano derecha de un importante obispo. ¿Habrá fumata blanca?
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