En las últimas horas se volvió viral una denuncia que apunta a una maniobra digital destinada a inflar la presencia del presidente Javier Milei en redes sociales. La señal de alerta la disparó la cuenta @El_Prensero, que publicó un mensaje contundente sobre la actividad irregular que detectó al analizar los comentarios y replicaciones de las publicaciones del mandatario.
En su tuit escribió textualmente: “Ante la caída de popularidad del presidente argentino, sus publicaciones en X (Twitter) aparecen inundadas por miles de bots pagos provenientes de la India. La pregunta que surge es inevitable: ¿de dónde salen los cientos de miles de dólares necesarios para financiar millones de interacciones falsas?”
La frase reavivó una discusión que ya venía creciendo: la presencia de usuarios falsos, muchos de ellos vinculados a redes activas en la India, que reproducen los tuits de Milei de manera coordinada. Los perfiles comparten patrones similares —fotos genéricas, escasa actividad real, horarios de publicación idénticos— y aparecen interactuando en bloque apenas el presidente escribe algo, generando un efecto multiplicador que no se corresponde con su nivel de apoyo orgánico.
La denuncia se propagó rápidamente porque coincide con un fenómeno que distintos analistas ven observando desde hace meses: la presencia de cuentas que buscan instalar la idea de un fuerte respaldo internacional hacia Milei cuando, en realidad, se trata de perfiles creados para manipular la conversación. El volumen de retuits y respuestas provenientes de estas cuentas genera la sensación de que cada mensaje del presidente se convierte automáticamente en tendencia, aun cuando la participación de usuarios reales es notablemente menor.
El episodio reabre interrogantes sobre la transparencia del ecosistema digital. La utilización de redes de bots provenientes de países como India es una práctica frecuente en campañas de amplificación política y comercial en todo el mundo, pero su participación masiva en tuits oficiales genera preocupación en torno a la autenticidad de la conversación pública. En Argentina, donde la política se discute tanto en la calle como en la pantalla, la diferencia entre apoyo genuino y ruido artificial termina moldeando percepciones, debates y climas sociales.














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