Todo comenzó cuando en noviembre de 2006 la revista NOTICIAS publicó una nota que tuvo un gran impacto. El tema: el trastorno bipolar que padecía Cristina Fernández de Kirchner. Más allá de cualquier especulación política, una serie de interrogantes de difícil respuesta cubrió con un manto de duda el núcleo mismo del poder. ¿Esa información era cierta? ¿Podría una enfermedad de este tipo condicionar de alguna manera la toma de decisiones de quien se perfilaba como la futura presidenta? ¿Sería un rasgo difícil de ocultar en el estilo de conducción de la aspirante a la primera magistratura del país? ¿Se verían afectadas esporádicamente sólo cuestiones de tipo formal —tonos, humores, reacciones y cambios repentinos de ánimo— o implicaría un estado de permanente inestabilidad anímica que dejaría su sello en cuestiones de fondo trascendentales para la vida política del país? El tiempo despejó algunas de estas dudas; las otras serán cuestiones que trataremos aquí con la rigurosidad del criterio médico de especialistas que directa o indirectamente participaron en el seguimiento de la salud de la Presidenta.
Los trastornos bipolares constituyen un problema de observación clínica cada vez más frecuente en la sociedad contemporánea. Representan un espectro de afecciones que comprometen el estado de ánimo y las conductas de las personas, caracterizadas por la presencia de períodos de euforia que alternan con otros de depresión. El período de euforia es el que corresponde a la fase maníaca o hipomaníaca de la enfermedad que, en su expresión más extrema, puede derivar en una verdadera psicosis. La manía es una fase que se extiende por un período de al menos una semana y que se manifiesta por un estado de ánimo elevado y acaso irritable, que puede acompañarse de euforia, en el que el paciente presenta algunos de estos síntomas: habla excesivamente y de manera rápida e ininterrumpida, se distrae fácilmente, experimenta la sensación de pensamientos que se agolpan y que alteran su capacidad de discernimiento, exhibe un aumento en el nivel de actividades orientadas hacia un objetivo, llegando así a concretar actos de alta impulsividad y riesgo como, por ejemplo, la hipersexualidad o el derroche de dinero. El enfermo se siente imparable e imbatible. En casos extremos, pueden aparecer cuadros de psicosis con conductas violentas y peligrosas.
Fue nuestro colega Franco Lindner quien tuvo el enorme mérito de dar la primicia en la revista NOTICIAS acerca de esta afección padecida por Cristina Fernández de Kirchner. Al cabo de un minucioso trabajo de búsqueda, localizó en septiembre del 2006 al psiquiatra que trató a la Presidenta.
Años después de ese encuentro, Franco Lindner está frente a mí recordando algún detalle más de aquella entrevista. Como todo buen periodista observante del carácter secreto de una fuente de semejante importancia, no me revelará jamás el nombre del médico. A pesar de ello, no fue difícil descubrirlo: se trata del doctor Alejandro Lagomarsino, un prestigioso y destacado psiquiatra, nacido en 1951 y fallecido, a causa de un cáncer de colon, el 18 de junio de 2011. En su destacado currículum consta que fue director del Centro Regional de Salud Mental (Crisamen) de la Fundación ACTA; director asociado del Centro Privado de Psicoterapias de Buenos Aires; presidente honorario del Capítulo de Psicofarmacología de la Asociación de Psiquiatras Argentinos (APSA); profesor de Psicofarmacología del Instituto Superior de Formación de Posgrado de APSA; International Fellow de la Asociación Americana de Psiquiatría; fundador y primer presidente de la Fundación Bipolares de Argentina (FUBIPA). Por esta razón y de manera unánime, los miembros de esa fundación decidieron denominarla “Doctor Alejandro Lagomarsino” luego de su desaparición.
Volvamos ahora al diálogo que ese mediodía del 15 de septiembre de 2006 mantuvieron Lindner y Lagomarsino:
—Le preguntaba recién si tiene pacientes famosos, doctor, porque sé que usted atiende a Cristina Fernández.
El psiquiatra levantó la vista de su plato.
—Ajá… —respondió sorprendido.
—Lo sé por gente muy cercana a ella. En realidad, por eso vine a verlo.
—Ya veo.
—¿Hace mucho que la atiende?
Al hombre se lo notaba incómodo. Dijo:
—Mirá, te quiero aclarar que no todos los casos son iguales de graves. Hay cuadros que son más leves, como ya dije antes…
—Entiendo. Lo de Cristina no es algo grave.
—No. Pero entendeme, de esto no puedo hablar…
—Claro, por el secreto profesional.
—¡Claro! ¡Nos matan si hablamos de los pacientes!
—Sólo una pregunta más: ¿cómo llegó Cristina a usted?
—No, basta —se rehusó el médico, inquieto—. Aunque vos apagues el grabador, es lo mismo. Yo no puedo hablar de esto con nadie.
La información obtenida por Lindner era concluyente. Sin embargo, era necesario seguir investigando para conocer más detalles, enfrentando el mayor de los escollos: la muerte de Lagomarsino.
Con la prudencia y la objetividad que un tema de esta magnitud requiere, me enfoqué en el entorno profesional de aquel maestro de la psiquiatría convencido de que un hombre solo no podía haberse llevado a la tumba todos los secretos de una actividad que le dio la posibilidad de tratar quizás al paciente más importante que un médico podría tener: el presidente de la Nación, en este caso la Presidenta, como gusta de ser llamada la jefa de Estado. No fue fácil, pero tampoco imposible reconstruir la historia, que refleja una sucesión de hechos que desnudan el interior de una persona muchas veces atormentada por el poder.
Testimonio. “No éramos amigos con Lagomarsino, aunque manteníamos un contacto cordial. Lagomarsino era un profesional excelente, la referencia obligada en temas vinculados a la bipolaridad. La atención de Cristina era una pregunta vedada. Alejandro respetó el secreto profesional en todo momento; nunca dijo con nombre y apellido que atendía a la Presidenta, pero ese era un secreto a voces”. El que habla es un calificado profesional de la psiquiatría que mantiene la misma distancia al ser consultado sobre el tema. Lagomarsino mantenía viva la incógnita acerca de la naturaleza de esa relación médico-paciente que, como veremos más adelante, le pesó y mucho. Una paradoja del destino que golpeó la vida personal y profesional de un hombre que dedicó su existencia a ayudar a los demás.
Como es lógico en una investigación periodística, intenté desandar el camino e ir al comienzo preguntándole a mi interlocutor si sabía cómo fue que el doctor Alejandro Lagomarsino había llegado a tratar a la Presidenta.
La respuesta fue contundente: se trataba de una eminencia en la materia; él había organizado la Fundación Bipolares de Argentina y fue uno de los primeros que estudió la cuestión en el país y en el exterior. “La pregunta hubiera sido ‘¿cómo la Presidenta no habría de llegar a él?’, ya que la asociación entre la especialidad y Lagomarsino era automática”, sentenció el psiquiatra que lo conocía y que se sorprendió –como el resto de sus colegas– por su repentina muerte.
—¿La trató mucho tiempo?
—Me parece que no. Al menos no todo lo que él hubiese querido. No era sencillo atender a la Presidenta.
—Se sabe que Gisele, la hermana de Cristina, es bipolar...
—Sí, claro. Pero no conozco los pormenores del caso.
El otro tema desconocido sobre este aspecto de la salud de la Presidenta es el tipo de medicación que se le suministró y cómo se desarrolló el tratamiento. Esto último permanecerá quizás como una incógnita. Con respecto a los fármacos empleados, las fuentes médicas que están al tanto de los detalles del caso y su evolución sostienen que se utilizaron estabilizantes del ánimo. “En realidad esa es la regla. La bipolaridad puede presentar cuadros complejos. No hay enfermedades, hay pacientes y cada caso es único. Lo que funciona con un paciente a veces no es igual en el otro”, se apresura a aclarar un especialista en la materia que pidió reserva de su nombre. “La clave de estos cuadros es la depresión bipolar. Pero los antidepresivos pueden producir efectos no deseados, entonces es mejor evitarlos y recurrir a los moduladores de ánimo. El clásico es el litio, que produce resistencia en los pacientes por construcciones muy particulares y personales. Las otras medicaciones habituales son el ácido valproico, para controlar los estados de euforia, y la lamotrigina, para modificar la melancolía y la depresión”.
Más allá de cualquier diagnóstico, siempre desempeña un papel central la personalidad del enfermo. En algunos, la bipolaridad es un cuadro más difícil de tratar. Una importante fuente médica, que siguió de cerca el caso de la Presidenta, aseguró que, justamente por este motivo, se sugirió recurrir al ácido valproico.
Volviendo al diálogo con nuestra fuente, en su exposición habló sobre la incidencia que tienen los rasgos personales: “Yo creo que esa medicación para una personalidad como la de Cristina funciona como un dique de contención muy valioso. Porque aparecen la elación, la grandiosidad, la sobreestimación que, en el marco de una persona sin duda inteligente, es una combinación peligrosa”.
La interacción con el contexto es uno de los indicadores que los médicos observan para medir ciertos rasgos de la conducta de las personas. Al respecto, son demostrativos los actos de gobierno y la infinidad de cadenas nacionales donde el “Aló Presidenta” deja para el análisis un discurso cargado de datos y formas desmesuradas. A pesar de ser una brillante oradora –cuyo esplendor ya despuntaba en sus épocas de senadora–, fueron apareciendo en su discurso algunas frases dignas de una película de ciencia ficción, o al menos muy alejadas del contexto de la vida cotidiana de los argentinos.
Pero volvamos a nuestra fuente médica para recoger otros aportes cuya vinculación con la realidad no son pura coincidencia: “Cuando se suspende un estabilizante del ánimo, se percibe en la conducta del paciente rápidamente. Aparece el núcleo reivindicatorio. La reivindicación lisa y llana. Políticamente puede ser acertada como estrategia, porque el nuestro es un país periférico en el marco de relaciones globales desiguales, y otras explicaciones convincentes. Pero cuando la reivindicación se transforma en un método permanente, en el eje rector de momentos prolongados, entramos en un terreno patológico. En Cristina parecería haber un núcleo de hostilidad reivindicatorio cercano a una paranoia reivindicativa. Ocurre en personas muy inteligentes que tienen con qué sostener ese proceso. En estos casos, el ácido valproico ayuda mucho a poner un distanciamiento afectivo con las ideas”.
Los bajones anímicos de Cristina se exteriorizan a través de períodos en los que deja de aparecer en público. El especialista en esta patología que conoció al doctor Lagomarsino despeja algunas dudas: “Los retiros son parte de la vida de un bipolar. Luego de la euforia y cierto desenfreno, hay momentos de depresión muy intensos que implican ausencias prolongadas”. Por lo general en estos momentos el paciente toma conciencia de la necesidad de su tratamiento, cuando está lejos de la idea de “todo lo puedo”. No obstante –continúa nuestro interlocutor–, “con un adecuado manejo de la tristeza puede generarse un buen momento para conducir, para ejercer el mando, porque permite la empatía con el otro. No la depresión sino la tristeza. El bipolar ve a la tristeza como un componente extraño a sí mismo porque la tristeza le propone detenerse, reflexionar y pensar. La persona que no está capacitada para este proceso de reflexión centrado en sí misma ve las culpas de todo en el otro. Es probable que en algunos casos la responsabilidad sobre un determinado asunto sea del afuera pero si todo se centra en el otro, se entra en una persecución paranoica que impide construir superando el error”.
Quien habla es un destacado profesional de la medicina que no está ajeno a los vaivenes de la vida política y es, además, un agudo observador de la realidad.
Antes de que como periodista pueda objetar sus argumentos poniendo de manifiesto la delgada línea que separa algunos de los comportamientos descriptos de una estrategia política aplicable a un momento dado, el médico aclara que “la reiteración de episodios donde se responsabiliza de casi todo a terceros de manera enérgica y visceral muestra un costado patológico y el estilo dice mucho. Las formas dicen mucho de lo que le sucede a uno. El estilo tiene una conexión muy fuerte con el inconsciente, deja escapar lo que realmente le pasa a la persona y no hay manera de ocultarlo”.
Paciente y psiquiatra. Concluye el diálogo con el especialista que conoció a Lagomarsino:
—¿Observa usted, doctor, una personalidad narcisista en la Presidenta?
—Indudablemente. Todos tenemos un lado narcisista. Pero el sujeto que ejerce el poder lo tiene mucho más exacerbado, y a veces, es necesario que así sea para conducir. Pero un narcisismo exagerado es difícil de soportar. Ocupa el centro de la escena. Las personas así son controladoras, quieren conocer todo, quieren digitar, manejar toda situación y cualquier desvío los torna perseguidos.
—En su vínculo de pareja tanto afectivo como político, ¿Néstor funcionaba como contrapeso?
—No me cabe duda. Cuando murió dije: “Ahora vamos a tener problemas”. Era evidente que él conducía y dominaba el narcisismo de su mujer. Lo acotaba.
—Los que conocían cómo se comportaba Cristina en vida de su esposo afirman que cuando ella terminaba sus discursos lo primero que buscaba era hablar con él...
—Es probable. Eso es sinónimo de cierta humildad ante un conductor. La desaparición física de Néstor Kirchner ha tenido consecuencias en ella porque aparecía el dilema de “si no es él, ¿quién?”. Ahí surge la permanente muletilla de “Él” para referirse a su difunto compañero, una especie de intención de tenerlo presente pero sin nombrarlo. Es evidente que ahí faltó una ayuda al duelo y una mirada terapéutica.
—Vuelvo a pensar en el doctor Lagomarsino... Teniendo en cuenta lo que hablaba con sus colegas y compañeros más cercanos, ¿cree que lo perturbó tenerla como paciente? ¿Afectó su vida personal o profesional de alguna manera?
—Sí, lo perturbó.
—De lo que usted sepa y me pueda referir, ¿el tratamiento que se le indicó a la Presidenta fue exitoso? ¿Resultó dentro de los parámetros corrientes?
—No lo sé. Lo que sí le puedo decir es que terminó antes de lo estipulado. Debió extenderse por más tiempo. Tampoco sé si ella continuó su tratamiento con otro colega. En esto hay que ser claro: más allá de cualquier contratiempo o situación extraordinaria, si una persona con trastorno bipolar controlada está bien tratada puede llevar su vida con normalidad y desempeñarse profesionalmente como los demás.
—¿Un paciente con trastorno de bipolaridad amerita un tratamiento prolongado?
—Por supuesto. Diríamos que de por vida. Los fármacos no curan. Tratan. La bipolaridad se encuentra en el rango más próximo a lo curable pero para ello es muy importante que, además del tratamiento farmacológico, se realice una psicoterapia. Siempre debe haber alguien que señale qué conductas son pertinentes de acuerdo con la patología de la persona, a su personalidad y a su posición. Sin embargo, no parecería que hubiese en Cristina un diálogo interpersonal fluido que implique un “no estoy bien”. Es lo que en psiquiatría llamamos castración: mostrarse afectado por algo, vulnerable, y a partir de ahí pedir ayuda y trabajar en la mejoría. Es muy difícil aceptar esa realidad para alguien que está en una posición de poder permanente. El contexto es definitorio para este tipo de patologías. La conducción de un país implica un entorno claramente perturbador. Se debe contar con una paz psicológica y mental así como con una estabilidad del ánimo muy fuerte para poder conducir y evitar complicaciones.
—Y si así no fuera, ¿cuál es la capacidad de acción de un paciente bipolar cuando atraviesa una crisis?
—Cuando alguien está en crisis no puede decidir. Tiene la decisión interdicta, suspendida. La crisis de bipolaridad es una crisis psicótica. La crisis hace que uno tenga el juicio catatímico (cuando el juicio está condicionado por el ánimo). Si uno tiene un ánimo exacerbado muy probablemente el juicio no se ajusta a la realidad. No se puede conducir sin juicio de realidad. Esto se aplica a la Presidenta o a cualquier otro ser humano. Las crisis no siempre requieren de internación pero sí de un control muy estricto con participación familiar que incluya licencia laboral, bajar los niveles de responsabilidad y carga, etcétera. El ejercicio de la Presidencia no parece representar el contexto adecuado en cuanto a la tranquilidad necesaria para quien sufre de este trastorno.
La influencia que en las decisiones políticas y la actividad pública de la Presidenta ha ejercido esta patología que, según la evidencia disponible, se le diagnosticó y trató en algunos momentos de su vida, constituye un interrogante abierto a la especulación que, a la luz de sus comportamientos y expresiones púbicas, merece ser analizado en profundidad. Será algo inexorable que ocurrirá cuando el tiempo acalle las pasiones y el presente pase a formar parte de la historia.
*PERIODISTA y médico.
Galería: La historia clínica de Cristina
También te puede interesar
por Nelson Castro*
Comentarios