En épocas de tarifazos, inflación y despidos; la masa de los ingresos familiares parecería ser del tamaño de una tapa de empanada, a la que hay que estirar para que se transforme en un disco de pascualina. Cuando los cinturones se ajustan, florecen verbos como canjear, regalar, compartir o alquilar; bien distintos del comprar, consumir y poseer. Una compra comunitaria en el Mercado Central, armar una feria americana entre amigos, activar una bolsa de trabajo entre padres de un mismo colegio o hacer un pool con los compañeros de la empresa son versiones actuales de lo que se daba cuando el único teléfono que había en una cuadra servía para que se comunicaran todos los vecinos. Las denominadas “economías colaborativas” proponen que no siempre el mercado (financiero y económico) sea el escenario para satisfacer necesidades y traen la esperanza de que, para llegar a fin de mes, no resulte indispensable llevar una grilla de descuentos según tarjetas y días de la semana.
Mío, tuyo o nuestro. Internet y las redes sociales son herramientas que posibilitan el acceso democrático y horizontal. Wikipedia o los tutoriales de Youtube demuestran cómo perfectos anónimos pueden aportar desinteresadamente a un saber común. Esa conexión global hace viable y multiplica el intercambio entre pares. Entonces, se puede optar por un alojamiento en casa particular –por ejemplo a través Airbnb– o financiar un proyecto tecnológico o artístico mediante una colecta virtual –con “crowdfunding” a través de Ideame–. “Esta no es una época de cambios, sino un cambio de época. Los sistemas económicos están cambiando y nosotros con ellos. Lo importante es trabajar para no reproducir sistemas de acumulación, competencia y centralización”, explica Adriana Benzaquen, directora de Cultura Senda y coordinadora regional de Minka Banco de las Redes.
Quienes vienen practicando distintas formas de economías colaborativas, además de lograr el acceso a objetos y servicios, afianzan los pilares de la sustentabilidad y del intercambio justo. Sus planteos jaquean al consumidor tipo con preguntas como: ¿Por qué hay que comprar algo que vamos a usar una vez en la vida? ¿Es posible pensar en una circulación horizontal y más equilibrada? ¿Por qué vivimos en un mundo de escasez y desigualdad cuando cada vez más las tecnologías nos llevan a un campo de disponibilidad y abundancia de bienes? La propuesta es pretenciosa: pasar de ser consumidores a ciudadanos coproductores.
“Si cooperamos o colaboramos, no es por altruismo ni por la conciencia de que los recursos del planeta son finitos sino más que nada por la urgencia de dinero, porque no llegamos a fin de mes”, dice Heloisa Primavera, co-fundadora de la Red del Trueque Solidario y creadora de la Red Latinoamericana de Socioeconomía Solidaria. La pregunta que ella se hace es por qué nos falta el dinero y su respuesta es porque no cuestionamos la emisión de dinero privado. Primavera sostiene que hacen falta monedas complementarias controlables y transparentes.
Manos a la obra. “Los bienes físicos son escasos, pero incluso así permiten un uso compartido que multiplica su eficiencia. Nadie usa su auto (ni nada) 24 horas por día. Basta sacarse el chip del cliente para que se multipliquen las posibilidades de acceso”, asegura Marcela Basch, quien fundó y edita el portal de economía colaborativa y cultura libre El Plan C, donde difunde noticias de la movida en el país y en Latinoamérica. “Entre los lineamientos básicos de este tipo de economía está privilegiar el acceso por sobre la propiedad, la colaboración por sobre la competencia, aprovechar al máximo la capacidad ociosa de los bienes y reubicar al consumidor en un rol activo de ciudadano y productor en pie de igualdad”, asegura Basch.
Prueba de esto es el Club de los Reparadores que ya lleva seis ediciones itinerantes en un encuentro comunitario que convoca a quienes tengan objetos para arreglar y los que sepan hacerlo. “No funciona bajo el sistema de recompensa sino que proponemos un intercambio totalmente desinteresado”, cuenta Melina Scioli, una de las organizadoras.
Subí que te llevo. Gabriel Weitz es un rosarino radicado en Buenos Aires que tomó conciencia del despilfarro de recursos que implica un conductor al volante de un auto y tres o cuatro cinturones de seguridad vacíos. Por eso, en 2013 armó Carpoolear, una plataforma por Facebook que concentra viajes de larga distancia y (como la red social) maneja tres niveles de visibilidad: amigos, amigos de amigos o público. Lejos de Uber, una empresa que mueve millones de dólares en todo el mundo y que persigue un fin lucrativo, en el caso del carpooling no hay lucro por parte de quien ofrece el auto ni tampoco gratuidad: la idea es repartir los gastos de nafta y peaje y amenizar el viaje. La plataforma tiene 38.000 usuarios y un promedio de cien viajes a la semana, que han llegado a mil en fines de semana largos. “Lo que más cuesta es romper la barrera cultural por la que el auto aún aparece como un símbolo de estatus y se resiste el compartir el viaje, una práctica muy usual en varios países”, dice Weitz. Para recorridos urbanos, en grupos chicos –como una PyME o el grado de un colegio–, una planilla de Excel puede ser la solución para que los miembros de esa comunidad sepan qué recorridos hace cada uno y puedan compartir viajes. Pero eso requiere de otra estructura cuando la población es grande. Por eso, Weitz está lanzando Carpoolear+, una adaptación destinada a grandes empresas e instituciones que compren la plataforma (esta sí monetarizada) para ponerla a disposición (en forma gratuita) de sus miembros. “Ya la adquirió la Universidad de Córdoba, por ejemplo, y eso les permite a sus alumnos y personal contar con una plataforma cerrada”, explica.
Invertir(nos). Alejandro Cosentino está al frente de Afluenta, una alternativa financiera sin bancos en la que unos piden y otros prestan sin sentirse víctimas de condiciones desiguales. “Meterse con esta perspectiva en el mundo de las finanzas es atentar contra la vaca sagrada, el dinero”, reconoce. Para él, este tipo de prácticas se sustenta en la confianza y eso requiere de transparencia. “La gente se entusiasma con el desafío de revertir la inequidad del sistema financiero. Nosotros apostamos a transacciones justas y el resultado es que las personas se sienten empoderadas”, dice. Si un plazo fijo bancario genera una tasa de alrededor del 26 por ciento, los inversores de Afluenta encuentran un interés que ronda en el 42 por ciento. Por su parte, el que solicita un préstamo, sabe en menos de un minuto si se lo otorgan y recibe el doble que en un banco y a una tasa considerablemente menor. “Plataformas como Afluenta, hacen un proceso de curaduría que ayuda a que el compartir sea más simple y seguro”, asegura Cosentino.
Estas iniciativas, entre muchas otras, formarán parte esta semana de Comunes, un encuentro internacional sobre economías colaborativas y cultura libre que se desarrollará del 4 al 7 de mayo en el Centro Cultural de la Cooperación y el Club Cultural Matienzo. Once invitados internacionales y más de cincuenta nacionales abordarán los diversos escenarios de la colaboración, con ejes como cultura de red, abundancia, producción de pares y cooperativismo. Habrá cuatro conferencias, cuatro debates, tres reuniones libres, cinco documentales inéditos, diez talleres, cuarenta presentaciones de proyectos y un cierre con Disco Sopa, una fiesta para cocinar en grupo alimentos rescatados del descarte. “Cuanto más conscientes seamos acerca del alcance del movimiento colaborativo, más rápidamente vamos a dejar de pensar en lo solidario o lo compartido como un favor. El verdadero desafío es mostrarnos cómo es posible vivir de otra manera, creando zonas de autonomía que minimicen los efectos del sistema capitalista individualista, del sálvese quien pueda”, concluye Adriana Benzaquen.
por Valeria García Testa
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