Tuesday 19 de March, 2024

CABEZAS - 20 AñOS | 15-12-2016 00:00

Cabezas: La historia detrás de la foto de Yabrán

Anticipo del libro "Cabezas. Un periodista, un crimen, un país", que se presenta hoy. Su autor es Gabriel Michi, el compañero de José Luis en las coberturas de verano.

Adrenalina periodística. Y mucho de temerarios. Muchos lo describirán como una enorme valentía. Y los resultados podrían darles la razón. Para nosotros era un desafío profesional, con condimentos sociales. Cuando con José Luis Cabezas conseguí la información necesaria y él capturó la foto de Alfredo Yabrán caminando en forma relajada junto a su mujer María Cristina Pérez por las playas de Pinamar, supimos al instante que esa imagen era uno de los mayores logros periodísticos de los últimos tiempos. Yabrán era el hombre más buscado por la prensa argentina. El hombre sin rostro. El hombre más enigmático y poderoso del país. El enigma que había desvelado a tantos. El mismo que se había jactado tiempo atrás de que «ni los servicios de inteligencia tienen una foto mía» o que había sostenido que «sacarme una foto a mí es como pegarme un tiro en la cabeza», en una síntesis de que sus enemigos podrían ser también muy peligrosos. O una demostración tácita de su transitar por un mundo donde las leyes o son hechas a medida o son adulteradas en sus límites de acuerdo con las conveniencias y la impunidad del poder.

Yabrán se había convertido en el tema del que todos hablaban. Pero no había casi registros anteriores a la imagen obtenida por Cabezas, salvo alguna fotografía muy antigua de reencuentro de egresados en la escuela donde cursó su secundaria. O una toma muy lejana que había obtenido la revista NOTICIAS en los festejos nocturnos de Año Nuevo de 1995 durante los fuegos artificiales del balneario La Pérgola, en Valeria del Mar, explotado por su socio local, el arquitecto Luis Abruzzesse. Esas imágenes nos sirvieron de orientación en la búsqueda de Yabrán en el verano de 1996. Aunque la vaguedad y temporalidad de las mismas no nos daban la certeza de poder reconocerlo.

Pero ¿cómo se consiguió la famosa foto? En esa temporada, con José Luis, habíamos reforzado nuestra red de contactos y fuentes pe­riodísticas, lo que nos sirvió para enterarnos de los movimientos y lle­gadas de personajes famosos a las playas de Pinamar. Incluso teníamos identificadas las tres carpas que la familia Yabrán había reservado en el balneario Marbella, pese a que sabíamos que el magnate no estaba aún en Pinamar porque había viajado a los Estados Unidos para someterse a una operación de vesícula. Sin dudas, semejante nivel de detalles delata la precisión de la información con la que contábamos, incluso con per­sonajes del entorno directo del empresario y algunas «viudas del poder» (como en el periodismo de investigación se menciona a quienes participaron del ejido de un determinado espacio, pero que por alguna razón quedaron relegados).

Lo cierto es que después de una temporada muy exitosa en materia periodística y cuando ya casi estábamos preparando las valijas para vol­ver a Buenos Aires, el miércoles 14 de febrero de 1996, recibí un llamado de una de mis fuentes más confiables.

—Gabriel, mañana llega «El Tío» (una de las formas elípticas en que mencionaban a Yabrán, para no nombrarlo por el temor que despertaba y por la posibilidad de que nuestros teléfonos estuviesen intervenidos por sectores de los servicios de inteligencia que tenían vínculo o direc­tamente reportaban al magnate).

—¿Ah, sí? ¿Sabés por dónde va a andar? —fue mi consulta.

—Tengo el dato de que a las 18:00 va a estar en La Pérgola, en Valeria del Mar, pero no es seguro que vaya. Está recién llegado.

—OK. Muchas gracias. Vamos a ver si tenemos suerte (…)

(…) Ese 15 de febrero fuimos refunfuñando a la entrevista con Miguel Ángel Solá, no porque no nos gustase entrevistarlo —nos pare­cía una persona muy interesante, además del afecto que se tenían con José Luis—, sino por la extraña sensación de que podíamos perder una oportunidad única.

Después de la entrevista, volvimos a gran velocidad a Valeria del Mar, para ver si llegábamos a encontrar al empresario en el balneario La Pérgola —tal como me lo había anticipado mi informante— pero no había rastros de movimiento en el lugar. Entonces decidimos pasar con nuestro auto por la puerta de la casa de Yabrán en Pinamar y detectamos un mo­vimiento que hasta ese momento de la temporada no se había visto en su mansión «Narbay», con varias camionetas 4x4 en su estacionamiento, y algunos muchachos que deambulaban por allí, con «pinta» de custodios. Más tarde volvimos a pasar y vimos el humo que se levantaba entre los árboles de alrededor, lo que anunciaba un asado nocturno y, por lo tanto, que era muy probable que el magnate se quedara a cenar en su casa ese primer día de estadía en Pinamar.

En misión. Fue allí que con José Luis decidimos que al otro día, el viernes 16 de febrero de ese 1996, íbamos a montar guardia desde muy temprano para ver si obteníamos la imagen del empresario. Nos interesaba particular­mente la foto porque la investigación sobre las sospechosas inversiones que Yabrán estaba realizando en Pinamar yo ya la tenía resuelta y solo necesitábamos la imagen más deseada para ilustrarla.

Ese viernes llegamos a las 7 de la mañana al lugar. Justamente por la posibilidad de ser detectados por los matones que custodiaban al «Cartero» y que eso abortase nuestra misión, decidimos colocarnos en una especie de colina de tierra que hay a 50 metros de la puerta de entrada de «Narbay». Esa colina está en un descampado que daba a la calle Noctilucas y donde desembocaba la calle De La Sirena, la misma que terminaba, en el otro extremo, en la puerta de ingreso de la casa de Yabrán. Es decir, estábamos a 50 metros del lugar por donde debería salir el magnate, sobre una colina que nos daba un buen ángulo y escondidos detrás de unos matorrales que cubrían nuestra presencia. José Luis estaba con un lente largo que le permitía tener un primer plano del acceso a la casa de Yabrán, que era abierta, sin muros ni obstáculos que impidieran su visibilidad. No había ninguna invasión a una propiedad privada ya que se trataba de un decampado sin propietarios. Y la perspectiva era hacia un lugar público a la vista.

Habían pasado unos pocos minutos cuando vimos que Yabrán —con­tra nuestros pronósticos— volvía a su casa. Tenía un maletín negro en su mano y había madrugado más que nosotros, para resolver vaya a saber qué negocio de los múltiples que tenía en el balnerario. La adrenalina y las pulsaciones de ambos se aceleraron. José Luis llegó a retratarlo de espaldas, ingresando a su casa con ese maletín. Pero solo eso. Eran las primeras imágenes que obteníamos del empresario, pero ni él ni yo nos quedamos conformes. Era una toma demasiado vaga y no servían al objetivo periodístico que nosotros perseguíamos. Fue allí que le dije a José Luis:

—Vos quedate acá. Yo voy con el auto y me estaciono sobre De La Ballena (N. del R.: la calle de la casa de Yabrán), unos metros más ade­lante y si veo algo te mando un radiomensaje.

—Dale. Si él se va para el otro lado yo lo voy a ver desde acá. Pero si se va para el lado del centro, de acá no lo veo.

—Por eso. Yo me pongo unos metros más adelante, por si sale para el centro.

Y hacia allá fui. Con el auto rentado por la revista, estacioné a unos 30 metros del estacionamiento con tres portones de la casa de Yabrán, me puse a leer los diarios del día anterior (en realidad fue un intento un poco forzado de disimular mi presencia), mientras que por el espejo retrovisor supervisaba los movimientos que pudieran ocurrir, ya que estaba de culata.

Alrededor de las 10 de la mañana veo el movimiento más esperado. Sale una de las camionetas Ford Ranger y encara en la dirección para donde estaba y pasa a mi lado. Desde mi celular le mando un radiomen­saje a José Luis, avisándole la novedad y le digo que la voy a seguir para ver hacia dónde va (...)

—Vení, José. Está yendo para el norte por la costanera, así que lo podemos alcanzar y ver dónde sacarle la foto.

José Luis se sube al auto y encaramos hacia ese destino. Pero sin suerte. Entonces encaro para el complejo en construcción Terrazas al Golf, que estaba levantando Yabrán en esa zona pero distante a unos 800 metros del mar, sobre la avenida Enrique Shaw. Y mi intuición no nos engañó. Cuando llegamos a esa avenida vemos la camioneta del empresario recorriendo el lugar por afuera. Le estaba mostrando a su mujer cómo iban las obras que se desarrollaban detrás de un paredón de ladrillos a la vista y rejas y que tenía una serie de calles que lo delimita­ban. Estuvimos analizando desde dónde podíamos obtener un plano del magnate, pero era imposible hacerlo por el propio andar de su vehículo. En ese laberinto de calles nos cruzamos al menos tres veces, pero no había forma de fotografiarlo.

Finalmente logramos volver a divisar la camioneta ingresando a la casa de Yabrán. Nos quedamos un rato haciendo guardia hasta que vi­mos que, nuevamente, comenzaba a elevarse el humo que indicaba que al mediodía Yabrán degustaría algo en su parrilla, por lo que habría un tiempo muerto que nos impediría tener registro de su imagen.

Fue así que decidimos suspender por un rato la misión. Sabíamos que ese iba a ser el primer día completo de Yabrán en el balneario por lo que entendimos que, dado que el sol brillaba con intensidad y poco a poco la temperatura se iba elevando, seguramente por la tarde el empresario iba a reposar sus pies en la arena de la playa.

Con José Luis decidimos ir a almorzar y luego seguir con la recorrida cumpliendo con otras notas que teníamos pendientes.

Además de tener el dato de cuáles eran los números de las carpas que había reservado Yabrán en el balneario Marbella, una de mis fuen­tes me había anticipado que el empresario era bastante estricto —y casi marcial— con sus costumbres. Y entre ellas, la de ir a la playa. Me decía que Yabrán iba religiosamente alrededor de las 16 horas y era un dato central para nuestra búsqueda.

Justamente a esa hora fue cuando con José Luis pasamos por el in­greso de Marbella. Estábamos junto a mi mujer de entonces, Laura Luz Ojeda. En eso llego a ver en el estacionamiento una de las camionetas del empresario. Le digo a José Luis que se detenga y que me bajaba para rastrillar esa playa con el objetivo de encontrar al magnate. Bajamos del vehículo con mi mujer, mientras José Luis se quedaba en el auto. Des­cendimos por la escalera del balneario y llegamos a la arena. La imagen era la de dos turistas más recorriendo los balnearios. En eso, mientras recorríamos el borde de la costa, allí donde los últimos vestigios de las olas llegaban a acariciar suavemente la arena apenas mojada, veo apro­ximarse a un hombre corpulento, alto y canoso, que traía en sus manos una reposera. A medida que nos aproximamos, mientras él deposita su silla en la arena justo al lado de nuestro transitar, mi mujer me pregunta:

—¿Es como este tipo?

—No es como este tipo. Es él —le respondo con cierta certeza por las fotos antiguas que había observado con obsesión durante mucho tiempo.

Pero necesitaba tener más seguridad. Entonces fui hasta el auto don­de me esperaba José Luis y le dije:

—Mirá José Luis. Acabo de verlo en la playa. Estoy casi seguro que es Yabrán, pero necesito de tu mirada fotográfica para asegurarnos del todo.

Entonces, José Luis estacionó el auto. Juntos bajamos por el bal­neario de al lado, Salvador Gaviota, dejamos a mi mujer y las cosas allí para no alertar de nuestra presencia. Y fuimos caminando hacia el sector donde había visto al magnate.

Pasamos por al lado y José Luis me lo ratificó con entusiasmo.

—Sí, es este.

Entonces regresamos a buscar el equipo fotográfico. Fuimos al esta­cionamiento de Marbella y desde allí observamos que con el teleobjetivo de José Luis se podía ver en primer plano a Yabrán sentado en una silla playera.

José Luis me pidió que le haga de trípode ya que con ese lente de aproximación —que encima son bastante pesados— cualquier movimien­to saca de foco el objetivo. Mi hombro fue el lugar de apoyo. Esa extraña situación le llamó la atención a un chico que estaba jugando en el es­tacionamiento y nos preguntó que estábamos haciendo. Le dijimos que una foto. Y se fue.

José Luis consiguió así unas tomas de Yabrán sentado al borde del mar en una reposera playera, algunas en la que incluso se ve pasar a un perro por delante. Relajado y gozando ya a pleno de sus vacaciones, el empresario nunca notó nuestra presencia. Lo mismo que su custodia que, después me enteraría, estaba por allí también camuflada de turistas y con sus armas escondidas entre las toallas. Ellos nunca se percataron de nuestro trabajo periodístico.

Al rato, Yabrán dejó su posición y lo perdimos de vista. Fuimos con José Luis hasta el balneario contiguo, donde estaba mi mujer esperán­donos y decidimos permanecer allí para poder «vigilar» lo que hacía el hombre más buscado por la prensa argentina.

Desde donde estábamos lo observábamos a simple vista, ya que sus características físicas lo delataban entre la multitud de esa playa pública.

Fue ahí cuando lo vimos venir caminando con su mujer hacia nues­tra playa. Encaraba una caminata costera pero la cantidad de gente y la proximidad entre el lugar desde donde salía el empresario y el nuestro impidieron que José Luis pudiera fotografiar ese momento. Decidimos esperar con la lógica del sentido común que señala que si se fue tiene que volver. Y esa lógica funcionó. Nos quedamos atentos mirando para el norte y después de 40 minutos vemos a la distancia que Yabrán y su mujer se aproximaban hacia donde estábamos y supimos que ese iba a ser «el» momento. Entonces, con mi mujer nos pusimos en pose de turistas mientras que José Luis simulaba que nos fotografiaba. Pero en realidad estaba fotografiando a Yabrán y su mujer. Ambos caminando en forma distendida por la playa. Nosotros en un primer plano ficticio y en paralelo pero detrás, la verdadera fotografía. La del hombre más enigmático de la Argentina, gozando de la invisibilidad que había cons­truido por años.

Cuando el matrimonio Yabrán se acercó demasiado a nuestras posi­ciones, José Luis escondió su cámara debajo de una mochila que había­mos llevado. Y justo en el momento que pasan a nuestro lado, a unos escasos cinco metros, observamos que Don Alfredo y su mujer María Cristina se detienen y se dan un pico, un pequeño beso en la boca. José Luis protestó en voz baja:

—¡¡¡La puta madre!!! ¿Cómo me perdí esa foto?

—Tranquilo —le respondí—. ¿Las otras fotos las pudiste hacer?

—Sí, se los ve bien en primer plano, caminando. Están es-pec-ta-cu-lar. Pero me da bronca haberme perdido esta…

Así era José Luis. Un perfeccionista. Un obsesivo por conseguir siem­pre un poco más en su labor profesional. Nos temblaban las piernas por el logro. El nerviosismo que habíamos tenido durante esas horas tenía su premio. Esa adrenalina que seguía pero ahora con la certeza de que el objetivo estaba logrado.

Al rato vimos que Yabrán se iba de la playa, secundado por mucha gente. Era su familia, pero también sus disimulados custodios. Nos gol­peamos las manos y abrazamos con José Luis por el éxito obtenido y los nervios se transformaron en algarabía. Sabíamos que era un enorme logro periodístico.

Entonces, nos fuimos rápidamente a la oficina que la revista nos había alquilado en el centro de Pinamar, sacudidos por una emoción indescriptible. Fue ahí que José Luis llamó a la redacción de la revista y pidió hablar con su jefe, Carlos Lunghi.

—Carlitos… Tengo un fotón, pero me tenés que prometer el «Zoom» de la próxima revista.

El «Zoom» era una doble página fotográfica que todos los reporteros gráficos deseaban ya que en ella se lucían mucho más sus retratos. Y a eso se refería José Luis.

—¿Qué tenés? —fue la pregunta lógica de Lunghi ante ese pedido.

—No, vos primero prometeme que me das el «Zoom» —insistió Ca­bezas.

—Bueno, está bien, pero decime qué tenes.

—¡¡¡Lo tengo a Yabrán caminando por la playa con su mujer!!!!

—¿¿¿Quéeee????

—Sí, como escuchás… ¡¡¡Yabrán y la mujer en la playa!!!

Lunghi fue corriendo a comentarle a los directivos de la revista, también con un entusiasmo y orgullo por José Luis que lo desbordaba. Hubo una serie de recomendaciones sobre cómo garantizar que esos rollos de fotos diapositivas lleguen con seguridad —en ese momento no existían las cámaras digitales en las redacciones argentinas—, con la incertumbre también de no saber si las tomas estarían bien y servirían para publicarse. Pero la garantía la daba el talento y el ojo del autor. Es decir, José Luis Cabezas.

La tenemos. Esa misma tarde también recibí las felicitaciones de los directivos de la revista que habían conocido algunos detalles de cómo mi trabajo pe­riodístico había colaborado para alcanzar la meta más buscada. Y cómo la estrategia de fuentes cosechadas había sido clave en dar con Yabrán.

Pero se decidió mantenerlo en total secreto solo entre los directivos de la revista y nosotros ya que ya eran conocidos los riesgos de cualquier filtración y las estructuras de inteligencia paralela que trabajaban para el empresario de estrechos vínculos con el gobierno de entonces, enca­bezado por Carlos Menem.

Entusiasmados, quisimos más. Nos dijimos: «Ahora lo queremos metiéndose en el mar o algo más». Y a esa búsqueda fuimos. Al otro día, el sábado 16 de febrero de 1996, decidimos alquilar una carpa en el balneario Salvador Gaviota, el que estaba pegado a Marbella y que nos había servido de base operativa informal el día anterior cuando José Luis tomó las primeras fotografías.

Fuimos en «patota» familiar. En mi caso, con mi mujer. José Luis con la suya, Cristina Robledo, y algunas amigas de ellas. La idea era disimular y no poner sobre alerta al entorno yabranístico. Si bien yo tenía la información que me había pasado mi fuente sobre las costum­bres repetitivas de Yabrán en sus rutinas, decidimos ir desde temprano.

Por las dudas. Sin embargo, se cumplió lo que mi informante me había anticipado. De vuelta, Yabrán descendió a la playa a eso de las 16. Y la estrategia fue la misma. Lo dejamos pasar hacia el norte cuando encaró la misma caminata del día anterior. Y cuando regresó, José Luis agarró su cámara con un lente largo y, mientras que hacía que le tomaba foto­grafías a Cristina y sus amigas, en realidad ponía su foco en Yabrán y su esposa. Esas tomas fueron incluso más de frente que las del día anterior y, con la experiencia de la jornada previa, se logró un objetivo más nítido en esta segunda instancia.

En ese mismo momento José Luis interpretó que esa secuencia era mejor que la del día anterior. Y también supo que la conquista periodís­tica se había completado.

Época de rollos. Cuando volvimos a la oficina empezamos a analizar de qué manera hacer llegar esos rollos sin ser interceptados por nadie. Pero que a la vez nuestros jefes supieran cómo buscarlos. Los teníamos que mandar por ómnibus, así que José Luis armó un sobre donde iban los rollos fotográ­ficos con destino al laboratorio de Editorial Perfil, que no mencionaba a Yabrán. Pero irónicamente decía «Freddy Okaman», en un juego de palabras sobre el hombre que era dueño del correo privado OCA. Y ese sobre lo puso dentro de otro. Y finalmente de otro que era el característico para los envíos por intermedio de esos servicios de transporte.

Cuando el lunes 18 de febrero de 1996 nuestros jefes (los de la redac­ción y los de fotografía) vieron la trascendencia periodística y la calidad del material que les habíamos enviado, con el sello de profesionalismo que siempre caracterizó a José Luis Cabezas, «saltaron en una pata». Así me lo contaron. Volvieron las felicitaciones para ambos. Y la explicación a José Luis de que dado el valor periodístico que tenía esa fotografía no iría a la sección «Zoom», como él había solicitado, sino que era «una foto de tapa». Y José Luis, que ante todo era un excelente fotógrafo pero también tenía olfato periodístico como lo tienen los verdaderos reporte­ros gráficos, entendió que era lo que correspondía y lo que incluso más valorizaría su logro.

por R. N.

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