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SHOWBIZ | 04-03-2017 00:00

Los Oscar en la era Trump: tiempos de corrección política

El crítico de cine de NOTICIAS analiza la injerencia del poder en la ceremonia más bochornosa de los últimos años.

Por una vez, los que sólo recuerdan la existencia del cine cuando se entregan los Oscar fueron espectadores de una verdadera comedia –o drama– de enredos. Ya lo saben: una metida de pata feroz hizo que Faye Dunaway y Warren Beatty anunciaran que “La La Land” (la favorita) se había llevado el premio a la Mejor película, hasta que unos minutos más tarde, y en medio de los agradecimientos, el propio productor de ese film dijo que no, que habían perdido, que la ganadora era la independiente, chiquita y políticamente correcta “Luz de luna”. Quedarán en la historia las caras sorprendidas de los asistentes top a la gala (vean las fotos, vean el rostro de la versátil Meryl Streep, por una vez, fuera de todo control, o los ojos de Mel Gibson como pensando “podrían haberse equivocado para mí”).

La gaffe tremenda le sirvió al caricaturesco –y cada vez más autoconsciente– presidente de los EE.UU. Donald Trump para decir que se distrajeron pegándole en lugar de hacer lo que saben.

No está de más repetirlo y lo haremos cada año: el Oscar no es parámetro de calidad estética. A veces lo ganan buenas películas; a veces, malas. A veces el premio es merecido pero se entrega por las razones equivocadas: en el 2010, ganó el principal “Vivir al límite”, extraordinaria obra sobre desarmadores de bombas en Irak dirigida por Kathryn Bigelow (la primera mujer realizadora oscarizada por ello) contra la multinominada –y también extraordinaria– “Avatar”, del ex de “Bigelow”, James Cameron. Estéticamente –no es lugar para explayarse, pedimos que nos crean– “Avatar” es un paso adelante en cinematografía, pero “Vivir...” no ganó por estar a la par sino porque permitía una crítica lateral a la política exterior de George W. Bush. Lo interesante en este caso es que “Vivir...” costó muy poco, se estrenó casi dos años antes del premio (en la Argentina abrió Mar del Plata el 6 de noviembre de 2008) y no fue demasiado vista luego. Esa tendencia se mantuvo en los últimos años, como si Hollywood, que cada vez controla más la distribución y la exhibición mundiales gracias a los tanques (es muy poco el cine estadounidense que nos llega más allá del espectáculo gigante) quisiera “lavarse” la cara mostrando que las películas que realmente le importan son de tradición realista, carentes de espectáculo en el sentido popular –y noble– del término, y políticamente correctísimos. ¿Alguien recuerda, por ejemplo, que el año pasado ganó ese preciso telefilm llamado “En primera plana”? ¿Alguien olvida que, en los noventa, ganaron “Danza con Lobos”, “El silencio de los inocentes”, “Los imperdonables”, “La lista de Schindler”, “Forrest Gump”, “Corazón valiente” o “Titanic”?

Así las cosas, si el año 2016 la ceremonia se vio saturada de declaraciones sobre el racismo de la Academia porque no había negros nominados en las categorías principales (como expresó en un tuit el colega Marcelo Stiletano, hablaremos de diversidad cuando se nominen descendientes de asiáticos o latinos...), este año los afroamericanos estuvieron en casi todas las categorías importantes. Incluso se llevaron el premio a Mejor actor de reparto (Mahershala Ali por “Luz de luna”) y de Mejor actriz de reparto (“Viola Davis” por Fences). Y, como corresponde, el premio a Mejor guión adaptado y Mejor película, ambos recibidos por el director Barry Jenkins. Luz de luna, que no es un mal film, es la historia de un joven negro en tres etapas de su vida, sufre bullying, tiene problemas con las drogas, es gay y pobre. No es brillante, tiene todos los tics del cine independiente (desde tomas raras hasta drama subrayado), pero vale la pena verla. No es, ni por asomo, lo mejor que había (Sin nada que perder, exacto western moderno que demuestra por qué ganó Trump; Hasta el último hombre, perfecto film de guerra con un problema moral fuerte; Manchester junto al mar, triste melodrama realista; y “La La Land”, de casi impecable artesanía, están, lejos, por encima), pero permitía una declaración de principios, enjuagar culpas y el aplauso emocionado y paternalista de los famosos a los descastados.

Sería feo decir que hay una confabulación en contra de la alegría o la pirotecnia del cine: dado el sistema de votos de los Oscar, es difícil que casi 6.000 tipos se pongan de acuerdo para votar algo. Lo que sucede es que muchos piensan sus votos como una declaración política, no estética. Un poco eso se ve cada año con respecto a la cantidad de discursos en favor de causas nobles que se escuchan desde el escenario. Este año se habló de diversidad, de racismo, de refugiados, de libertad de expresión, de periodismo. Hubo desbordes (como la pobre científica negra en silla de ruedas a la que expusieron en la presentación de “Talentos ocultos”; sólo pudo decir “gracias”) y hubo protestas (el mensaje que envió el director iraní Asghar Farhadi, que no viajó a recibir el Oscar –podía, finalmente–, contra la prohibición de entrada a los EE.UU. de gente proveniente de países de mayoría musulmana; digamos de paso que esa iniciativa de Trump está frenada legalmente). Hubo ironías –el aplauso a la “sobrevalorada” Meryl Streep– y hasta un tuit del host Jimmy Kimmel al actual presidente norteamericano por su “silencio” en las redes sociales durante la ceremonia. O las palabras del actor mexicano Gael García Bernal contra el muro. Es decir, hubo de todo menos cine.

En ese contexto, que perdiese “La La Land” y el vaudeville desincronizado del final tienen una pequeña e involuntaria carga simbólica. La cara alegre de Faye Dunaway al decir el nombre refleja una especie de alivio, de “bueno, gana algo que nos hizo un poco felices”. Pero, con Trump en la Casa Blanca, no son momentos de felicidad sino muy “serios”, y para estos señores “seriedad” es lo mismo que “solemnidad”. Si vieron “La La Land”, no podrán no ver la ironía trágica del asunto: el doble final de esa película, cuando nos dicen que todo podría haber terminado “feliz” pero no, se reprodujo en el escenario. Bueno, también todos creían que ganaba Hillary. Pero esa es otra historia.

por Leonardo D’Espósito

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