¿El cannabis es efectivo para tratar ciertas enfermedades? ¿En qué casos y circunstancias? ¿La marihuana es adictiva, es peligrosa, es la puerta de entrada a otras drogas ilícitas? ¿Tiene el mismo efecto en todas las personas que la consumen? ¿Daña al cerebro?
Huella milenaria
La Cannabis Sativa es una de las primeras plantas que el ser humano cultivó. Los hallazgos arqueológicos muestran que la fibra de la planta era utilizada en el 4000 AC para fabricar sogas, cuerdas, telas e incluso papel. Y también como remedio para tratar y hasta curar dolencias y enfermedades varias: el uso medicinal del cannabis ya figuraba en lo que se conoce hasta el momento como la farmacopea más antigua, el Pen Ts´ao Ching, que data del año 2.700 AC. También en ese gran herbario figuran las primeras referencias al efecto ambivalente del cannabis: “Su fruto, tomado durante un largo tiempo, le permite a uno comunicarse con espíritus y alivianar el propio cuerpo. Aunque tomado en exceso, producirá visiones de demonios...”.
Analgésico, anticonvulsivante, hipnótico, tranquilizante, anestésico, antiinflamatorio, antibiótico, antiparasitario, antiespasmódico, digestivo, estimulante del apetito, diurético, afrodisíaco, antitusivo y hasta expectorante. Todos estos y algunos más fueron los usos que los seres humanos desde Asia hasta Europa y América le dieron al cannabis durante miles de años. Para la medicina occidental, todo se frenó en los años ´20, con las primeras prohibiciones. A partir de 1965, cuando fue posible identificar la estructura química de los componentes del cannabis, y con mayor fuerza aún a partir de la década de 1990 con la descripción del sistema endocannabinoide en el cerebro de seres humanos y animales, la marihuana volvió a ser el centro de una mirada más desapasionada.
Interior humano
Los cannabioides pueden ser de origen vegetal, pero lo que el investigador israelí Raphael Mechoulam descubrió es que también están dentro del cuerpo humano y animal, y por eso se denomina endocannabioides. “En el cerebro hay moléculas que producen sustancias similares a la marihuana, hacen lo mismo que la marihuana”, explica Marcelo Rubinstein, investigador superior del Conicet en el Instituto de Investigaciones en Ingeniería Genética y Biología Molecular, INGEBI. Y especifica: “Nuestro cerebro está inundado de endocannabioides. Cuando nosotros nos alegramos, cuando tenemos miedo, cuando nos ponemos en alerta ante cierta situación surgen estos cannabioides endógenos, nos llenan la cabeza. Se producen en sitios del cerebro que están muy activos”. Los compuestos cannábicos existentes en la planta son los mismos que producen internamente animales y seres humanos: “Por eso, cuando una persona consume marihuana puede tener una gran cantidad de efectos”, resume Rubinstein. Hasta ahora, los científicos han hallado 545 componentes químicos en la planta de cannabis, 104 de los cuales son cannabioides. Los más conocidos son el THC (tetrahidrocannabinol, que posee efectos psicoactivos, es decir que produce un efecto directo sobre el sistema nervioso central), y el CBD (cannabidiol, no psicoactivo).
Las luces
¿Qué dice la ciencia sobre los efectos de la administración de cannabis externo sobre el organismo humano? Los últimos descubrimientos vinculados a cómo funcionan dentro del cuerpo los cannabinoides más conocidos muestran resultados promisorios a la hora de dar respuesta a una serie de trastornos y condiciones. "En diciembre de 2016, el Comité de Expertos en Drogadependencia de la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomendó realizar una revisión de la literatura científica para reevaluar los efectos del cannabis -explica Rubinstein-. Esta necesidad surge de admitir que la clasificación de la marihuana como una droga de alta peligrosidad se hizo hace 100 años, sin los conocimientos científicos actuales y antes de saberse que el nivel de daño del cannabis es menor que el de drogas legales reguladas, como el tabaco y el alcohol".
Estudios científicos realizados en diversas partes del mundo indican fehacientemente que los cannabinoides permiten tratar al menos 45 enfermedades y síndromes diferentes. A grandes rasgos, muestran que cuando una persona recibe dosis externas de cannabinoides se produce una reducción en la percepción del dolor, el apetito y la sed se incrementan, baja el umbral a náuseas y vómitos; se reduce el control motor y disminuyen las capacidades de aprendizaje y la memoria. Esclerosis múltiple, artritis reumatoidea, síndrome de Tourette, diversas formas de epilepsias graves, mal de Alzheimer, estrés postraumático, dolor crónico, HIV, cierto tipo de glaucoma, trastornos del espectro autista, enfermedad de Chron, encefalopatías, están siendo tratados con dosis específicas y controladas de aceite de cannabis. Cada paciente es un caso particular.
Carlos Magdalena, neurólogo pediatra del hospital Gutiérrez, explica que “hay evidencias a nivel internacional acerca de la efectividad que tiene el uso del cannabis en medicina”. Sin ser sustitutivo de ningún tratamiento, “es un aliado fuerte” cuando la medicina tradicional no da una respuesta. Magdalena describió en marzo, durante las jornadas “Cannabis sapiens” que se llevaron a cabo en el marco de la Semana del Cerebro 2017, organizadas por la Sociedad Argentina de Investigación en Neurociencias (SAN) y con el apoyo del CONICET y el Ministerio de Ciencia.
En ese marco, Magdalena describió su propia experiencia con pacientes a los cuales se les administraron dosis variables y personalizadas de aceites de cannabis: “En epilepsia refractaria a los anticonvulsivantes, obtuvimos hasta un 79% de mejoría de las crisis sustanciales, más de 50% de mejoría en encefalopatía epiléptica. Pero además los pacientes tienen una mejora general. Con la administración de aceite de cannabis mejora la relación con el entorno, se normaliza el sueño y se genera un despertar conductual, cognitivo y muchas veces motor”.
Y las sombras
Pero el cannabis no es inocuo. Demonizar a la planta es un error, como también lo es caer en el extremo de angelizarla. Hasta ahora, dicen los informes científicos, no se han verificado muertes debidas a sobredosis o por dependencia física al consumo de marihuana. Pero sí se han comprobado ciertos efectos negativos sobre la salud. La marihuana puede provocar adicción. “El consenso médico se pudo definir hace cinco años –explica José Capece, médico psiquiatra y psicoterapeuta, director del Instituto Argentino de Adicciones y Salud Mental–. El consumo continuo de marihuana causa adicción en un 9% de los casos, provocando modificaciones en la memoria, alterando el proceso de aprendizaje, sobre todo durante la adolescencia. Los estudios muestran que entre los adictos al cannabis hay una tendencia al empobrecimiento de su productividad y que se produce una afectación en lo que se conoce como teoría de la mente”.
La teoría de la mente es lo que explica la capacidad humana de decodificar emocionalmente a otra persona, de tener empatía con los demás. Quienes consumen mucha marihuana perciben con mayor intensidad las emociones internas, pero dejan de percibir tan claramente las emociones del otro. Justo es decir que otras sustancias psicoactivas, consideradas lícitas, producen una mayor dependencia que la marihuana: el tabaco (32%) y el alcohol (15%).
La contracara de la adicción es la abstinencia: el consumo de altas dosis de cannabis durante muy largos períodos genera “una forma particular de angustia que se resuelve consumiendo más marihuana, también conduce a sufrir trastornos del sueño y modificaciones del apetito”, detalla Capece. Estas consecuencias son especialmente importantes en poblaciones vulnerables: adolescentes, personas con trastornos emocionales o psiquiátricos e individuos en situación de pobreza. “En el caso de los adolescentes, esto tiene que ver con la inmadurez del cerebro, que durante ese período de la vida aún se está desarrollando, fortaleciendo ciertas conexiones cerebrales y descartando otras. Esto no sucede entre los adultos –resume Capece–. Por eso, aún sin llegar a la adicción, en la adolescencia el consumo es perjudicial. Puede alterar el desarrollo normal del cerebro en funciones neurocognitivas como la memoria, memoria de trabajo y el coeficiente intelectual”.
El especialista hace referencia no al uso medicinal del aceite de cannabis, sino a la ingesta de la marihuana en lo que normalmente se conoce como “recreación”. Y este es el punto más debatido de la cuestión.
La desregulación
En las antípodas, el psiquiatra Eduardo Kalina, especialista en adicciones, opina que tras la búsqueda de la legalización de la marihuana con fines medicinales hay grupos “que esconden una segunda intención: la liberación del uso en general”. Kalina aprueba “una investigación seria y estandarizada de la investigación de los efectos del cannabis como terapia, pero estoy a favor de que la ley no contemple el autocultivo. Hay algunos estudios en los Estados Unidos que mencionan cuadros de salud severos en chicos tratados con cannabis, como psicosis, por ejemplo”. El director de
Brain Center menciona especialmente riesgos del consumo personal de la marihuana, en su versión fumada, “es causa de enfermedades pulmonares, e incluso hay estudios que relacionan cáncer de testículos en fumadores de porro”.
Una de las afirmaciones más comunes sobre el cannabis lo señala como “una puerta de entrada a drogas pesadas”. Los datos muestran que entre siete y ocho de cada diez usuarios de cannabis son monoconsumidores, es decir que sólo usan marihuana. Diversos estudios se basan actualmente en la utilización del cannabis para reducir la abstinencia causada por otras drogas (cocaína y pasta base, especialmente) y como tratamiento para alejarse de esas adicciones. Es decir que la marihuana bien podría tratarse, en relación con otras drogas ilícitas, de una puerta de salida, argumentan expertos pro cannabis.
Desde la agrupación de los curas villeros, Gastón Colombres, de la villa 21-24 de Barracas, le dice a Noticias: “Estamos en desacuerdo con el consumo de la marihuana porque una cosa es un pibe de Barrio Norte y otra cosa un pibe de la villa. El de la villa se fuma un porro y después se quiere tomar una cerveza y después probar con la cocaína. Despenalizar es algo que va más con las clases altas, porque esos pibes se fuman un porro y después siguen con su día a día, lo toman con un fin recreativo. Para los más pobres la droga es una vía de escape”.
Las condiciones de pobreza no son, admite la ciencia, las mejores para evitar las adicciones; de hecho, tanto la falta de contención social como los abusos sufridos en la infancia hacen a una persona más vulnerable a buscar en las sustancias psicoactivas un refugio donde hallar consuelo.
“Como especialista en el uso problemático de drogas, desde la década del ´90 trabajo con pacientes a los que el cannabis ayuda a tratar su abstinencia, y estoy hablando de dependientes severos de cocaína y pasta base”, describe Raquel Peyraube, médica especialista en Políticas Públicas de Drogas en Uruguay. Y agrega: “Un estudio de Canadá sobre 4.000 casos muestra que adictos a las metanfetaminas, la heroína, la pasta base, salen de su adicción con la ayuda del cannabis”.
“La puerta de entrada son los dealers, porque son ellos los que le ponen al consumidor social más opciones sobre la mesa”, apunta Emilio Ruchansky, periodista, autor del libro “Un mundo con drogas”, que analiza lo sucedido en los países que adoptaron caminos alternativos a la prohibición, como Holanda, Estados Unidos, España, Suiza, Bolivia y Uruguay.
Holanda, por ejemplo, optó por el modelo de los “coffee shops”, lugares que tienen una licencia que los habilita a vender, por un lado, café, té, jugos, licuados y bebidas, y también ofrecer una carta de variedades de cannabis. “El consumo de cannabis no solo no se disparó, sino que aumentó la edad promedio de entrada al mismo: 38 años”, describe Ruchansky. El último reporte del Washington State Healthy Youth Survey realizado en los Estados Unidos sobre 37.000 estudiantes de escuelas secundarias muestra que en 2016 el porcentaje de adolescentes que consumieron marihuana fue igual al del 2012, antes de que se legalizara la sustancia en Colorado y en Washington. Federico Pavlovsky, médico psiquiatra y legista, coordinador del Dispositivo Grupal de Adicciones, va más lejos: “Hay un 3% de la población con problemas por abuso de sustancias, y lo cierto es que alrededor del 66% es adicto al alcohol. Según el Observatorio Argentino de Drogas, el dos por ciento de la población usa ansiolíticos. ¿Qué hacemos con eso?”
¿Y ahora qué?
De aquí en más se abre un período de 60 días para que la ley sobre el uso medicinal del cannabis sea reglamentada. Lo que plantea algunos interrogantes importantes. “La nueva ley es sin dudas un gran avance en la materia, tanto en lo referido a la cuestión médica, como también a lo social –opina el abogado Federico Tavarozzi–. No obstante, esta novedad legislativa (adoptada con distintos matices en varios países del mundo) deja mucho que desear, tanto en su confección legislativa, como también en cuanto al fondo de la cuestión objeto del reclamo social. Esto es así principalmente por la falta de legalización y/o despenalización del autocultivo de cannabis para fines medicinales o terapéuticos (lo cual es bien distinto del recreativo), ya que no resuelve en modo alguno la principal problemática que es la innecesaria e injusta criminalización de aquellos usuarios que producen su propio producto (¿medicina?) con fines netamente terapéuticos”.
Esa es la situación en la que se encuentra, por ejemplo, Adriana Funaro, hoy con prisión domiciliaria por autocultivar cannabis para uso terapéutico propio (sufre de artritis) y para donar aceite a algunos de los padres que integran la agrupación pro cannabis medicinal Mamá Cultiva.
“En lugar de autorizar legalmente el autocultivo en los referidos casos, el Estado Nacional, por intermedio del Ministerio de Salud, se arrogó la facultad de producir y/o importar la planta y sus derivados, lo que puede eventualmente derivar en una dilación temporal muy grande en efectivizar esta ley (lo que privaría de una solución real a las personas afectadas), o en el caso de la importación, desvirtuarse en negociados poco transparentes”, concluye Tavarozzi.
Valeria Salech, presidenta de Mamá Cultiva Argentina, 42 años, profesora de yoga, cuenta su experiencia como usuaria del cannabis para fines medicinales. Su hijo Emiliano tiene 10 años, sufre de epilepsia y autismo con retraso madurativo. A los 9 años usaba pañales, se babeaba, la medicación alopática para tratar la epilepsia “lo atontaba. Ya cuando estaba en mi panza tenía convulsiones y las siguió teniendo por lo menos una vez al mes, se autoagredía, no tenía contacto con el entorno. Desde que empezamos a usar el aceite de cannabis mira a los ojos, se ríe. ¡Y tiene una risa tan linda!”. Valeria festeja la aprobación de la ley, llora de alegría y pide por una medicina "más personalizada y más humanizada”.
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