En la opinión pública se suele decir que yo fui el primer arrepentido en un caso de corrupción en la Argentina; técnicamente no es correcto ya que sólo fui un partícipe que decidió confesar su intervención en el hecho sin pedir nada a cambio. Los jueces no me creyeron y paradojalmente, fui absuelto.
Ahora bien, ese fallo judicial alejado absolutamente del sentido común y de los estándares internacionales utilizados en la lucha contra la corrupción – entre otros, en los casos Fujimori, “mensalao” y “lava jato” – fue el punta pié inicial para que se comenzara a discutir en el país la figura del arrepentido.
La Oficina Anticorrupción elaboró un proyecto de reforma al Código Penal, Diputados lo modificó, una Comisión de Expertos debatió en el Congreso hasta que finalmente – luego de los bolsos de Julio Lopez – el Senado impuso la ley definitiva que introdujo el art. 43 del Código Penal.
De acuerdo a esta reforma vigente, quién coopere con la investigación de un delito de corrupción de manera voluntaria y útil, podrá recibir una condena que no podrá superar la pena del delito tentado. Es decir una reducción, que en la mayoría de los casos garantiza la libertad del cooperador.
Es decir que en lo personal, entiendo plenamente las manifestaciones de Vanderbroele acerca de la preocupación por su familia –pues viví lo mismo hace muchos años – y creo que mi lucha no fue en vano. Siento que junto con mis abogados y los periodistas que me acompañaron en aquellos difíciles momentos, abrimos un camino que sirvió para que hoy exista una ley que contemple la figura del arrepentido. La sociedad y el mismo Senado que me expulso por contar todo lo que sabía, de alguna manera me han retribuido con esta ley y su implementación en casos concretos.
Quedaron atrás tantos años de lucha, donde la política se aparta, mucha gente no te comprende y muchos amigos se alejan. Lo importante es lo que deja el camino transitado.
Hoy mis hijos están orgullosos del apellido que llevan.
*Ex secretario parlamentario del Senado.
por Mario Pontaquarto*
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