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POLíTICA | 22-09-2021 14:30

Alberto Fernández vs. Cristina Kirchner: secretos de una semana de furia en el Gobierno

El Frente de Todos explotó. Podrá ser una coalición electoral, pero no de gobierno. Ulti-mátum de Máximo Kirchner, la resistencia albertista y el juego de Sergio Massa.

A los grandes hechos en la historia cuesta cronometrarlos, ponerles un segundo exacto. La destrucción absoluta del Frente de Todos no es la excepción. Es imposible saber en qué momento tomó forma en la cabeza de Cristina Fernández el intento de tomar por asalto el gobierno de Alberto Fernández. Si fue durante la hora y media que esperó al Presidente en el búnker de Chacarita, si ocurrió en el tenso mano a mano que tuvieron antes de que el mandatario saliera al escenario, si fue al día siguiente, cuando envió a su hijo a Olivos para darle un ultimátum, o al otro, cuando ella misma fue hasta la Quinta en un intento final de hacerse escuchar. También será tarea de los historiadores del futuro intentar averiguar en qué instante el primer mandatario tomó la inesperada decisión de plantarse y dar batalla, y cuánto tuvieron que ver en eso los funcionarios y gobernadores leales que, ahora sí, se esperanzan con lanzar finalmente el albertismo y librarse de la presión K. Todo esto es tarea para otro momento, pero lo que el big bang peronista dejó claro es que el FDT -o, de mínima, la lógica con la que gobernó durante casi dos años- murió, sepultado por las PASO y por una incendiaria carta que publicó CFK. ¿Qué nacerá ahora?

Laberinto. Esa respuesta no la tienen ni siquiera los dos que están al mando del espacio. El oficialismo pasó de ser una coalición de gobierno a una gran pregunta abierta. Tiene sentido: el cataclismo electoral desató una serie de hechos inesperados, en especial para el Presidente. Hay que entender que la realidad entera cambió para él en sólo unos minutos, cuando apenas después de las 20 horas del domingo 12 los primeros resultados entraron a su celular. Ahí mismo, con la fuerza de una trompada al mentón, descubrió que estaba más desnudo de lo que creía. Al día siguiente recibió a Máximo Kirchner y al ministro del Interior “Wado” de Pedro en la Quinta de Olivos. Podría haber sido una reunión más de las cientas que tuvieron desde que son gobierno, pero las PASO habían cambiado todo.

Ahí el jefe del bloque de Diputados le dio, lisa y llanamente, un ultimátum. Luego de haber estado reunido durante un largo rato con Sergio Massa, y con el aval de CFK, Máximo llegó a Olivos a hacer un pedido bien claro: tenía que hacer cambios urgentes en el Gabinete. Esa reunión fue una bomba atómica en la relación entre el líder de La Cámpora y el Presidente.

Lo cierto es que aquel lunes 13 a la noche, luego de esperar en vano durante el día que el propio Alberto decidiera por la suya hacer los cambios que se le reclamaban, todo explotó por los aires. Hasta entonces CFK enviaba indirectas, mandaba a sus discípulos a realizar sus encomiendas, o, cada tanto, pateaba el tablero con venenosas declaraciones desde un escenario o desde una carta. De cualquier manera, los dardos nunca habían sido directos. Eran “los funcionarios” los que no funcionaban. Pero el big bang cambió todo: ahora es Máximo (es Cristina), en la cara, el que le dice a Alberto lo que tiene que hacer.

Hay que entender cómo llegó CFK a este punto de ruptura. Ella se madrugó, el lunes y martes luego del palazo, que los cambios que venía exigiendo desde mucho antes de las elecciones –como luego dejo bien en claro en su carta- no llegaban. No sólo eso: Alberto se paseó, aquellos días, en varios actos con Cafiero, Guzmán y Kulfas, precisamente los ministros de los cuales ella –y también vía Máximo en aquella reunión fatídica- había pedido la cabeza.

Acá, en medio de toda la maraña, aparecen algunas certezas sobre la reacción. Primero mandó a que Capitanich, gobernador de Chaco, y Alicia Kirchner, de Santa Cruz, le pidieran la renuncia a su gabinete, orden que luego amplió a Kicillof y que tenía como indudable misión obligar a Alberto a que siguiera el ejemplo. Pero, por si quedara alguna duda, ella misma viajó el martes hasta Olivos. De base, ya eso era un mensaje: la vicepresidenta prefiere no pisar la Quinta, y sobre todo ahora, que está convencida de que la mujer con quien Alberto comparte cama, y en particular el cumpleaños que coprotagonizó con el Presidente, tiene una parte importante de la culpa de la derrota. Pero CFK se tragó el orgullo y fue a repetirle lo que su hijo le había dicho el día anterior. Tanto desde el Gobierno como desde el cristinismo minimizan los roces que hubo en aquel encuentro, pero se sabe que la única verdad es la realidad.

Y el miércoles 15 se cruzó el Rubicón. Las renuncias masivas del cristinismo al Gabinete sellaron el punto de no retorno dentro de la alianza gobernante. Esa tensión se elevó hasta la estratósfera al día siguiente, con la turbulenta carta de CFK, en la que critica directamente a Alberto, a Cafiero y al vocero presidencial, Juan Pablo Biondi, quien luego tuvo que renunciar. Es todo una gran pregunta.

Resistencia. Fernando Gelbard, el hijo de José, estaba en Gaspar Campos cuando Perón le pidió la renuncia a Héctor Cámpora. En una nota con NOTICIAS, el que era jefe de Gabinete del entonces ministro de Economía recordó la anécdota con precisión: el “Tío” entró a la residencia a las 10.30 de la mañana y para las 11 ya se había ido. En menos de treinta minutos se había evaporado la primavera camporista.

Tanto Alberto como Cristina detestan la comparación de ellos dos con Cámpora y Perón, pero bien vale el contraste. A diferencia de lo que sucedió en los setenta, ahora Fernández se plantó, o al menos lo intentó. Tanto él como su círculo íntimo sintieron la avanzada como un apriete, y el hecho de que ninguno de los ministros le haya notificado la renuncia antes de hacerla pública, como una estocada en la espalda. El caso de De Pedro, o de Juan Cabandié, a quienes Alberto se sentía cercano, dolió especialmente.

El Presidente, dicen desde la Rosada, estaba convencido de hacer cambios ministeriales -incluso desde antes de las PASO-, pero jamás los planeaba para antes de las elecciones de noviembre. Tiene cierta lógica. “¿Para qué vamos a cambiar ministros ahora, ocho semanas antes de las elecciones? ¿Para qué los que agarren sean la cara de esa derrota? Es ridículo”, repiten cerca del mandatario. Las preguntas esconden una realidad que hoy ya nadie se atreve a poner en duda: las elecciones están más que perdidas. Si durante las últimas horas en el búnker en Chacarita, y en la mañana del día siguiente, varios cerebros de la campaña se esperanzaban con recortar la diferencia nacional de 10 a 5 puntos, eso ya quedó muy lejos en el pasado. Encima, los cambios en el gabinete llegaron antes de lo que el Presidente quería. Parecería que lo de volver mejores quedó muy en el pasado.

El más sigiloso y discreto jugador en este entuerno vuelve a ser Sergio Massa. Máximo, en las dos reuniones mano a mano que mantuvieron esta semana, le hizo llegar el pedido de CFK de que lo quería en el Gabinete. El cristinismo lo buscaba como reemplazo de Cafiero, puesto para el cual a mediados del año había pretendido a Agustín Rossi -y cuando Alberto se enteró de esto hizo una operación para mandarlo de candidato a Santa Fe, que terminó mal- y en donde terminó Juan Manzur. Massa, en cambio, prefiere que se arme un superministerio bajo el cual estarían Economía y Producción, pero, experto en este tipo de duelos de ajedrez, sabe que también corre un riesgo al exponerse. “Va a pasar de jefe a empleado, yo no se lo aconsejo”, dice uno de sus más íntimos. Sin embargo, algo está claro: en pleno incendio, entre cartas venenosas y declaraciones de independencia del Presidente, Massa preferiría quedarse en su reino. Es probable que después de noviembre asuma otro rol.

Futuro. No es sólo una cuestión personal, que también la hay. Entre Cristina y Alberto hay hoy una diferencia política, teórica, que en quienes están abajo de ambos se multiplica con furia. CFK pide poner más plata en la calle, aumentar el déficit fiscal, preocuparse menos por la incómoda mirada del FMI. Fernández propone, a tono con Guzmán, exactamente lo contrario. La truculenta novela que ambos protagonizaron en estos días vino a exponer, sobre todo, las profundas diferencias que hay entre los dos, discrepancias que siempre estuvieron pero que ocultaron por fines prácticos y electorales. Revela también, contrario a una opinión que es popular entre los medios y periodistas más radicalizados, que el Presidente no fue y no es un títere. Tiene una opinión propia, y es ese, exactamente, el problema: un títere es exactamente lo que CFK quería. Si Alberto en algún momento le prometió eso y ahora la traicionó es otro misterio para los historiadores.

Pero en la grieta adentro de la grieta hay una trama de fondo. CFK se está jugando, además de sus votos, su capital político, su lugar en la historia y, sobre todo, el futuro judicial suyo y de su familia. Alberto pelea arrimarse al fin de su mandato entero. En el medio, aunque ambos están actuando como si no lo supieran, hay una Argentina con 50 por ciento de pobres.

 

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Juan Luis González

Juan Luis González

Periodista de política.

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