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MUNDO | 19-08-2014 15:45

El delirio talibán

Ataques a templos y persecusión de cristianos: el norte de Irak, arrasado por el recrudecimiento de la violencia más extrema.

La sombra del delirio talibán oscureció el norte de Irak. La mezquita del profeta Jonás era una reliquia histórica y arquitectónica de la ciudad de Mosul. Se erguía sobre la tumba del personaje bíblico que fue devorado por una ballena. El templo, erigido en el siglo XIII, evocaba al “Nebi Junus”, el profeta que el antiguo testamento sitúa mil años antes de Cristo. Pero los milicianos lo dinamitaron, convirtiéndolo en una montaña de escombros.

Lo mismo habían hecho días antes con otras mezquitas erigidas sobre tumbas. Dicen que construir templos en sepulcros constituye idolatría. Lo mismo hacían los milicianos del ejército talibán. Arrasaban con todo lo preislámico. Incluidos los Budas de Bamillán.

En la retina del mundo quedó la delirante ejecución de aquellas inmensas estatuas talladas en los acantilados del desierto afgano. Así y todo, eran los crímenes menos graves del régimen que también prohibió la música y el cine. Más delirante y criminal fueron las lapidaciones, las ablaciones y la pérdida del derecho a la salud, al estudio y a transitar libremente que sufrieron las mujeres de Afganistán.

El fanatismo lunático hoy oscurece la Mesopotamia. Mosul es la Kandahar iraquí. La antigua Mepsila que describió Jenofonte a orillas del Tigris, hoy es la capital de la provincia de Nínive pero, fundamentalmente, la sede del “califato” que proclamó Abu Baker al-Bagdadí, algo así como el Mulláh Omar de la versión iraquí del talibán.

El autoproclamado “califa” de todos los musulmanes ya ha dictado fatuas (edictos religiosos) de extremo oscurantismo. Convencido de que el placer sexual es un pecado en la mujer, para la cual la única función del sexo debe ser la reproducción, ordenó la ablación del clítoris a todas las mujeres que transiten entre la adolescencia y los 49 años.

También dictó cuatro alternativas para los asirios, los caldeos y los siríacos, las antiguas comunidades árabes cristianas que tienen fuerte presencia en Irak.

Si quieren conservar el derecho a vivir en la tierra de sus ancestros y hablar en privado el arameo y sus dialectos, la lengua que hablaba el mismísimo Jesús, deberán pagar un impuesto (“jizya”) como se hacía en el medioevo. Las otras alternativas son la conversión al islamismo, la muerte o la deportación en masa.

No son los únicos perseguidos. En las montañas donde empieza el Kurdistán se están escondiendo los yazidis, seguidores de una antigua religión sincrética inspirada en las profecías de Zoroastro, a quienes los combatientes masacran y persiguen para expulsarlos de Zinjar, cuna del yazidismo y corazón de las tierras que habitan desde tiempos preislámicos, por considerarlos “adoradores del diablo”.

Se podría sospechar que el avance imparable de los yihadistas de Al-Bagdadí es un invento de la CIA y el Mossad para desviar la atención mundial de lo ocurrido en Gaza. Exagerar sobre la criminalidad de esta fuerza ultraislamista financiada con petrodólares qataríes y saudíes conviene también a los gobiernos chiítas de Irak e Irán, así como al régimen de Siria, en cuya guerra civil participa como enemiga de Bashar al-Assad.

Sin embargo, que Obama se haya involucrado de nuevo en un conflicto del que se había propuesto sacar a Estados Unidos, parece un indicio de que lo que está pasando en Irak es verdaderamente grave.

Otro indicio es el llamado del Papa a que cesen las masacres y la persecución de cristianos y otras comunidades. No hubo apuro ni improvisación. Bergoglio se tomó su tiempo para pronunciarse y lo hizo cuando las fuerzas del llamado Estado Islámico (EI) ocuparon Qaraqosh, una ciudad situada en las puertas del Kurdistán iraquí y poblada mayoritariamente por caldeos.

El Vaticano tiene sus propias fuentes en la región y todo parece indicar que éstas le confirmaron las atrocidades que se han difundido en las últimas semanas.

Los propios yihadistas colaboran en la difusión de las bestialidades que cometen, porque en la guerra siria han filmado sus masacres, crucifixiones y decapitaciones, mientras que en Irak están filmando y difundiendo los fusilamientos masivos de chiítas, yazidis y cristianos y las voladuras de templos y monumentos que consideran contrarios a los preceptos coránicos.

A pesar de su fanatismo criminal, el EI reclutó a muchos sunitas moderados y laicos que sufren persecuciones y maltratos del ejército iraquí, que responde al gobierno casi totalmente chiíta del primer ministro Nuri al-Maliki. Obama criticó el sectarismo étnico de Al-Maliki. Lleva tiempo exhortándolo a compartir el poder con los sunitas. Pero el avance arrollador del EI no le dejó margen de maniobra y ordenó los bombardeos para detener las masacres y las deportaciones en masa.

Estados Unidos quedó en la misma trinchera que Irán, el régimen sirio y Hizbolá, el partido-milicia que está combatiendo a los yihadistas del EI que se infiltraron en el Líbano.

El ultraislamismo criminal que controla el centro-norte de Irak y el este de Siria, mientras intenta dominar el norte del Líbano, fue una creación de Osama Bin Laden a través del extremista jordano Abú Mussab al-Zarqaui.

Nació con el nombre de Al Qaeda Mesopotamia, en el caos iraquí que se produjo tras la caída del régimen baasista. Pero desde que lo comanda Abú Baker al-Bagdadí, la radicalización ha sido tan demencial que superó a la mismísima Al Qaeda, rompiendo con esa matriz de ultraislamismo wahabita.

Su sorprendente poder de fuego se explica en la financiación millonaria que consiguió de Arabia Saudita y Qatar cuando se zambulló en la guerra interna siria, con lo que pudo comprar armas y una legión de mercenarios con mucho adiestramiento. Pero su flanco débil está en la megalomanía de su líder.

Fundar un “califato” y auto-proclamarse “califa” constituye el tipo de pecado que los antiguos griegos llamaban “ibris”: la desmesura de imitar a los dioses.

La elección del nombre fue el primer síntoma de su desmesura. Se llamaba Ibrahim Awwad Ibrahim al-Badri. Cuando se sumó a Al Qaeda Mesopotamia pasó a llamarse Abu Dua, pero cuando monopolizó el liderazgo se rebautizó con el nombre del amigo y suegro de Mahoma que creó el cargo de “califa” y lo asumió.

Abú Baker eligió esa antigua palabra que significa “representante de Alá” en la tierra. Muerto el profeta del Corán, el cargo de califa designaba como representante de Alá a su sucesor.

Después de Abu Baker, fueron califas Omar, Otman y, brevemente, Alí Bin Al Taleb, primo y yerno de Mahoma cuyo derrocamiento inició la guerra de sucesión que derivó en el cisma de sunitas y chiítas.

El sanguinario Al-Bagdadí se ha colocado en la línea sucesoria del profeta, un desvarío sacrílego a los ojos de cualquier musulmán.

De momento, el único milagro de este “califa” exterminador ha sido poner a los norteamericanos en la misma trinchera de los ayatolas iraníes, el régimen sirio y el Hizbolá.

* Profesor y mentor de ciencia política,

Universidad Empresarial Siglo 21.

por Claudio Fantini

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