Las personas llamadas a liderar un país saben que necesitan religitimar su poder en todas las oportunidades que la Historia presente. Cristina Fernández no es la excepción. Por eso aprovechó los aniversarios de Mayo que hubo durante su mandato para postularse, de igual manera que todos los presidentes previos a ella, como la continuadora del proceso iniciado dos siglos atrás.
“El 25 de mayo de 2003 vinimos a torcer un camino que nos habían querido imponer, como también había ocurrido el 25 de mayo de 1810”, dijo ante una multitud reunida en la Plaza de Mayo el año pasado. En ese mismo discurso, la Presidenta señaló que la Revolución era “una fiesta patria y la recuperación de la Nación para todos los argentinos”.
Lo interesante, más allá del claro intento de sobreimprimir su figura a la de los patriotas del siglo XIX, es analizar la profunda contradicción histórica que encierran sus dichos. Fernández, que aplaude y apoya el revisionismo del Instituto Manuel Dorrego y sostiene la defensa de Rosas y Artigas, va contra esa misma escuela en cada celebración del 25. Y lo hace, quizás, sin darse cuenta.
Desde que asumió la presidencia, la esposa de Kirchner festejó en todos los cierres del acto el “cumpleaños de la Nación Argentina”. A pesar de sus constantes críticas a la historia oficial -”Esa versión anodina y aséptica”, la llamó en el aniversario del 2012- Fernández retoma a Mitre cuando asegura que la Revolución significó el comienzo del país, en oposición a los historiadores que defienden el revisionismo y que niega o dudan de que exista la idea de Mayo como inicio de la Nación. ¿Mitrismo nacional y popular?
En NOTICIAS de esta semana “La Revolución que no fue”. Los historiadores polemizan sobre la interpretación de la fecha patria. ¿Fue un cambio radical, un proceso inconcluso o un golpe de Estado?
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