Un fantasma sobrevuela el mundo, es el fantasma de la tercera guerra mundial. Como si parafraseara a Marx en la primera línea del Manifiesto, George Soros advierte ese peligro latente y creciente, sosteniendo que solo puede conjurarlo una alianza entre Estados Unidos y China.
En síntesis, o chinos y norteamericanos se convierten en aliados, o sus respectivos intereses globales comenzarán a chocar, facilitando la cadena de confrontaciones que desemboque en un conflicto del que salga un mundo unipolar.
Ciertamente, corresponde dudar sobre las verdaderas intenciones que tiene, al pensar en voz alta, alguien que amasó su fortuna con la especulación financiera. ¿Por qué se preocuparía por la sociedad global el inescrupuloso que causó la bancarrota del Banco de Inglaterra el “miércoles negro” de 1992?.
Que Karl Popper, propalador de un pensamiento genuinamente liberal, haya creado el Instituto Sociedad Abierta (tomando el nombre de la principal obra de aquel filósofo británico) y haga suficientes donaciones como para alquilar el rótulo de “filántropo”, no significa que las palabras de Soros no oculten intenciones vinculadas a sus propios intereses.
De todos modos, lo que dijo a la “New York Review of Books” tiene lógica. El mundo está inmerso en una dinámica vertiginosa de cambios geopolíticos, económicos, tecnológicos y estratégicos que, de no ser bien calibrada y administrada por las potencias protagónicas, podría conducir a un ciclo de cataclismos bélicos cuya suma bien puede denominarse Tercera Guerra Mundial.
La afirmación de China como protagonista a escala global, ha comenzado por la expansión de su dominio del “Nan Hai”, o Mar de la China, al que quiere convertir en un “mare nostrum” como el Mediterráneo en tiempos del Imperio Romano, generando tensiones con los países asiáticos aliados a Washington.
A Japón le disputa las islas Senkaku, mientras con Vietnam y Filipinas confronta por numerosos islas e islotes reunidos en lo que China llama “Nansha” y sus adversarios “Spratly”. Pero no sólo tiene roces cada vez más fuertes con vietnamitas, filipinos y surcoreanos. También con países musulmanes y marítimos como Malasia y Brunei.
Beijing está haciendo en el mar oriental lo que Moscú está haciendo en sus fronteras occidentales: intentar expandirse. Y en esos intentos, ambos están chocando con aliados de las potencias occidentales.
Chinos y rusos también saltaron los océanos para sumar socios y aliados en otros continentes. La presencia económica china se extiende como una mancha de aceite en Latinoamérica y África.
Aunque Moscú y Beijing no conforman un eje, se apoyan en sus intentos expansionistas. Y la diferencia entre la situación de hoy y la de los tiempos de la Guerra Fría, es que ambos superaron la debilidad económica congénita de las economías socialistas con planificación centralizada. Ahora, el motor económico es el capitalismo. Y las inversiones llueven sobre los dos gigantes que no están dispuestos a cometer errores ideológicos del pasado.
De tal modo, se van sumando elementos para una nueva Confrontación Este-Oeste. Y además ha regresado el fantasma de la carrera armamentista. Un claro indicio es la decisión rusa de reforzar su arsenal nuclear con cuarenta nuevos misiles balísticos intercontinentales, que según Vladimir Putin están diseñados para eludir cualquier tipo de escudo antiaéreo, incluso los más sofisticados. El anuncio del jefe del Kremlin pone en riesgo nada menos que el Tratado Start, referido a reducción y limitación de armas ofensivas estratégicas.
La Confrontación Este-Oeste del siglo 20 fue más ideológica, mientras que la que están engendrando las primeras décadas del siglo 21 es más vorazmente económica y puede acelerar la disputa por las riquezas naturales, cada vez más escasas en un mundo que no detiene sino que incrementa anárquicamente el crecimiento demográfico.
No es difícil imaginar un “sálvese quien pueda” a nivel global, en el que los gigantes del orbe se disputen los cada vez más escasos recursos naturales. A eso se suma la dificultad de cambiar los paradigmas de sociedades cada vez más multitudinarias, en las que el consumo motoriza el crecimiento y el empleo. De hecho, que los norteamericanos estén invirtiendo sumas siderales en investigación para una futura colonización de Marte, parece sugerir que el planeta tiene las décadas contadas.
Antes de lanzarse a sobrevivir en otros rincones de la galaxia, es posible que atraviese conflagraciones para rapiñar lo poco que vaya quedando para la subsistencia humana. Ese tiempo de conflictos de depredación sería la tercera gran guerra. Quizá la última.
Puede parecer desopilante; lo que no puede es ser descartado. Todo es posible en un mundo regido por desenfrenos. Una milicia delirante puede llevar adelante un genocidio, como el que está perpetrando ISIS contra alauitas, kurdos, chiítas, jazidis, caldeos, asirios y siriacos sin que los países que lo rodean y son enemigos del eje Teherán-Damasco-Hizbolá muevan un dedo para detener ese holocausto.
A esta altura de la historia, tras los genocidios del siglo XX contra los namibios, armenios, judíos, gitanos, ucranianos, camboyanos, turkomanos caucásicos y tutsis ruandeses, entre otros, debería ser imposible perpetrar un exterminio a gran escala. Pero está ocurriendo. Y quienes lo están cometiendo lo están difundiendo al mismo tiempo.
Si eso ocurre, nada espantoso es imposible en este mundo en el que, además, las instituciones internacionales están marcadas por la ineptitud, cooptadas por potencias e intereses sectoriales, o convertidas en campos de disputa por países y bloques en pugna.
De eso habló también George Soros al advertir que, sin una alianza chino-norteamericana, el mundo podría hundirse en otra conflagración mundial. Que sea el dueño de Quantum y, por lo tanto, sepa volar como los buitres sobre las deudas de los países pobres; y que tenga una sociedad oculta con el conglomerado anglo-francés Rothschild, no le resta razón cuando señala que “la ONU falló en resolver grandes conflictos desde la Guerra Fría; la Conferencia de Cambio Climático de Copenhague del 2009 dejó un sabor amargo; la Organización Mundial de Comercio no ha concretado una ronda importante de negocios desde 1994; la legitimidad del FMI está cada vez más cuestionada y el G-20, que nació durante la crisis financiera del 2008 como un instrumento potencialmente poderoso, parece haber perdido el rumbo”.
Esta radiografía de debilidades en las entidades que deben arbitrar y administrar entendimientos globales, muestra por dónde pueden avanzar los conflictos del siglo XXI. No empezarían con choques directos entre gigantes sino, como en la Guerra Fría, con choques indirectos entre aliados de las facciones en las que se está dividiendo el mundo.
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por Claudio Fantini
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