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SOCIEDAD | 10-09-2015 10:34

¿Qué es un acto terrorista?

La autora del libro "Todo lo que necesitás saber sobre terrorismo" analiza la arbitrariedad con que se juzgan las acciones violentas. Tabú global.

El 24 de marzo de 2015 un joven copiloto de la aerolínea Germanwings estrelló un avión en los Alpes franceses con 149 personas a bordo. La noticia no demoró en dar la vuelta al mundo y el autor del desastre fue rápidamente identificado: Andreas Lubitz, 27 años, alemán, problemas psiquiátricos. El suceso se catalogó rápidamente de tragedia, y la aerolínea tuvo que hacerse cargo de su negligencia por no haber detectado el peligroso estado mental de uno de sus empleados.

Sin embargo, una pequeña circunstancia habría modificado rápidamente todo el panorama. Si el apellido del suicida hubiese sido “Massoud” en lugar de “Lubitz”, de inmediato se hubiera clasificado el hecho de atentado terrorista, e intentado establecer la posible conexión del perpetrador con Al Qaeda o el Estado islámico. Hoy la comunidad musulmana global carga con ese estigma.

“Terrorismo” es una palabra complicada. La Organización de las Naciones Unidas ha intentado darle una definición desde hace más de 50 años, sin éxito. “Lo que para algunos es terrorismo, para otros es una lucha por la libertad”, dice una conocida frase que quiere dar cuenta de las dificultades para llegar a una acepción internacionalmente consensuada. En efecto, lo que para algunos es un acto terrorista, para otros no lo es. El problema entra en el juego de Humpty Dumpty, el arrogante personaje de Alicia a través del espejo, que dice: “cuando uso una palabra, esa palabra significa exactamente lo que yo decido que signifique, ni más ni menos”. El sentido de las expresiones “acto terrorista”, “terrorismo” y “terrorista” suelen depender de la ideología, las simpatías, los intereses o la intención de quien las emite.

Por eso no cualquiera es socialmente considerado terrorista, aunque cometa actos de terror. Los palestinos que apoyan a Hamás no consideran que la agrupación sea “terrorista”, aunque tenga uno de los mayores historiales de atentados suicidas en el mundo. Quienes apoyan a Euskadi Ta Askatasuna (ETA), creen que la organización tuvo el legítimo propósito de independizar y reunificar al País Vasco, aunque haya volado el supermercado Hipercor de Barcelona en 1987, matando a 21 civiles, incluyendo varios niños.

Versión local. En Argentina, si alguien describe a agrupaciones como Montoneros o ERP de “terroristas”, suele ser colocado inmediatamente a la ultraderecha del espectro político. Pero lo cierto es que cometieron atentados sistemáticos y terminaron con la vida de personas que no tenían poder alguno para cambiar el estado de situación, como Arturo Mor Roig en 1974, y el niño Juan Eduardo Barrios, un “daño colateral” en 1977, entre cientos otros.

En la literatura internacional sobre terrorismo, Montoneros y ERP son consideradas “agrupaciones terroristas” sin más, así como muchísimas otras que han empleado un cierto tipo de violencia para alcanzar un fin político. Porque el terrorismo es eso: una estrategia; un modo de organizar la violencia para modificar un determinado statu quo. Pero no solemos usar la palabra para describir un tipo de violencia, sino como un juicio moral contra aquella que nos resulta intrínsecamente “mala” o ilegítima. Quizás allí radique la dificultad de aceptar que, técnicamente, ciertas agrupaciones han cometido flagrantes actos de terror. Se confunde la legitimidad de la causa con la estrategia empleada; la ideología o la filosofía de una organización con los medios que eligió para defenderla, la represión de la que fue objeto con los principios de acción a los que suscribía antes de esa represión.

La parcialidad para elegir a quién llamar “terrorista” y a quién no se extiende en todo el mundo. En Estados Unidos y Europa, funcionarios y medios de comunicación son renuentes a llamar “terrorismo” a los actos de violencia política e ideológica cometidos por agrupaciones supremacistas, cristianas o antiinmigración. El debate se reabrió con particular intensidad en junio pasado, cuando Dylann Roof, de 21 años, asesinó a seis mujeres y tres hombres en la legendaria Iglesia Episcopal Metodista Africana Emanuel de Carolina del Sur, todo un símbolo de la lucha de la comunidad negra por los derechos civiles. Poco después de la matanza, mientras unos la llamaban “tragedia terrible”, otros “delito de odio”, y otros “terrorismo”, el director del FBI, James Comey, declaró que esta última denominación no correspondía “porque no se trataba de un acto político”. La ex secretaria de Estado Hillary Clinton, en cambio, no dudó en calificar al hecho como “un acto de terrorismo racista, perpetrado en la casa de Dios”.

Hoy existen en el mundo unas 250 definiciones de terrorismo no estatal en uso, y ninguna es ni será capaz de incluir todas las formas en las que se ha manifestado a lo largo de la historia. Por eso, y porque la palabra tiene de por sí una profunda carga peyorativa que quiebra de entrada cualquier posibilidad de intercambio, varios medios de comunicación, como BBC y AJ+, están dejando de emplearla. Sin embargo, y a falta de una denominación mejor, vale advertir que el terrorismo, en su acepción básica, suele emplear vidas ajenas, arbitrarias e impotentes para proclamar determinados fines, y esa debería ser una razón sobrada para condenarlo.

*Periodista

por Ana prieto*

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