Cataluña lleva tiempo deshojando la margarita. No dice “me quiere, no me quiere” sino “la quiero, no la quiero”, porque no tiene en claro si quiere seguir en España, o irse.
Está atrapada en esa duda. Deambula en ella como en un laberinto. Por momentos, busca, decidida, la salida; se aproxima pero luego se detiene. Tampoco parece tener del todo claro cuál es la fuerza que la empuja hacia la separación. ¿Las diferencias de cultura, idiosincrasia y lengua? ¿La historia de la diada y de la prepotencia castellanista del franquismo? ¿O la crisis económica y la sensación de que España es una carga en el bolsillo catalán?
Quizá sea una suma de todo eso lo que mantiene a Cataluña merodeando la puerta de salida. Y quizá sean las dudas sobre lo que hay del otro lado lo que la empuja a movimientos ambiguos. ¿Salir de España es salir también de la Unión Europea? ¿afuera de la UE se puede seguir siendo ricos?
Preguntas que rondan el debate catalán, pero que no parecen la cuestión más crucial. Al fin de cuentas, países europeos riquísimos como Noruega y Suiza, nunca integraron el Mercado Común, ni la Comunidad Europea ni la UE, y eso jamás les afectó sus fabulosos niveles de productividad, desarrollo y estándar de vida.
Probablemente, la duda sea también nacional y cultural. ¿Tienen sentido los nacionalismos a esta altura de la historia? ¿España es lo mismo que la invasiva Castilla, o es la suma de castellanos, andaluces, gallegos, vascos, catalanes etcétera?
Nada parece tener respuestas únicas y definitivas. Por eso Cataluña duda. Lo muestran las paradojas de sus actos electorales. Los últimos comicios eran parlamentarios, pero fueron planteados por los independentistas como un plebiscito sobre la secesión. Y el resultado es indescifrable; una suerte de oxímoron. Ganaron los independentistas, pero mostraron ser más los españolistas.
De algún modo, los que ganaron perdieron. Sobre todo en sus propios términos, por haber planteado la elección como un plebiscito. Pues bien, la coalición independentista Juntos por el Sí superó ampliamente a los partidos que quieren seguir en España, pero quedó muy por debajo del 50%. Ni siquiera sumando a los izquierdistas antisistema de Candidatos de la Unión Popular (CUP) alcanzan la mitad de los votos.
De todos modos, en materia de escaños, sumando a los legisladores de CUP el independentismo consigue las bancas necesarias para iniciar la vía institucional que desembocaría en la independencia en el 2017. El problema es que, salvo en la cuestión separatista, la izquierda antisistema se opone a todo lo que representa el conservador partido Convergencia. Y el primer caído de un acuerdo entre el agua y el aceite sería nada menos que Artur Mas, el presidente de la generalitat y candidato a seguir en el cargo por la coalición Juntos por el Sí.
Artur Mas festejó la victoria de la coalición entre su partido y el centroizquierdista Esquerra Republicana, que lidera Oriol Junqueira, pero si quiere seguir siendo presidente de los catalanes tiene que olvidarse de la independencia, para la que necesita los votos de CUP, partido que no lo quiere presidiendo la Generalitat.
Si busca apoyo para seguir al mando, pierde el que necesita para avanzar hacia la independencia, y viceversa. En definitiva, una victoria derrotada para el rostro más visible del separatismo: Artur Mas. Y también un verdadero rompecabezas para el independentismo y el españolismo.
Los que ganaron, también perdieron. Fueron víctimas de su propia estratagema, porque fueron los independentistas los que plantearon que la votación era también un plebiscito, y los plebiscitos se ganan con la mitad más uno, no con la mitad menos dos que obtuvieron si suman el diez por ciento de CUP.
Aunque les alcance para iniciar la marcha a la separación de España, no les alcanza para cumplir la meta que ellos mismos habían fijado.
Además, gobernar en alianza con CUP no sólo le costará el cargo a Mas, sino también la reputación de dos fuerzas tradicionales que, buscando desembarcar en la independencia, parecen navegar a la deriva. Para Convergencia y Ezquerra Republicana aliarse con la izquierda antisistema para alcanzar las bancas que necesita el proceso de secesión, es como para los partidos de la derecha gaullista aliarse al Frente Nacional de Marine Le Pen.
Aún así, el laberinto de los separatistas no es peor que la debacle que sufrió el partido del jefe de gobierno español. Mariano Rajoy fue el principal derrotado, porque el brazo catalán del Partido Popular (PP) se derrumbó hasta la intrascendencia y porque crece la consideración de que su política torpe y centralista explica el auge separatista en la región más rica de la península.
Hasta José María Aznar lo responsabilizó por el descalabro de la derecha española en Cataluña. Aunque también le fue mal a PODEMOS y los socialistas apenas salvaron la ropa.
La fuerza política con más razón para festejar es Ciudadanos. Una formación nacida en Barcelona hace apenas una década, que velozmente se extendió a otros rincones de España y ahora se convirtió en el segundo partido de Cataluña.
Este espacio político de orientación liberal, fue impulsado por un puñado de intelectuales catalanes hartos de la politiquería de los dos grandes partidos nacionales (el PSOE y el PP), del reinado decrépito y corrupto de Jordi Pujol y de la retórica imperativa y artificiosa del nacionalismo separatista.
“Ciutadans de Catalunya” implica un desplante contra la clase política nacional y regional, y contra lo que sienten como una prepotente extorsión emocional: el discurso de los nacionalismos separatistas.
Esto no los hace enemigos de la identidad catalana, ni simpatizantes del castellanismo centralizante que esa tierra ha padecido desde la derrota ante las tropas borbónicas, en la Guerra de Secesión Española.
Saben que aquel 11 de setiembre de 1714, cuando las fuerzas comandadas por el duque de Berwick doblegaron la heroica resistencia de Barcelona, empezaron a perderse las instituciones propias y a ser jaqueadas la identidad cultural y la lengua, por el castellanismo centralista impuesto desde Madrid. Pero consideran que este es otro tiempo y que, como dijo Samuel Johnson del patriotismo, el nacionalismo secesionista puede ser “el último refugio de los canallas” que quieren mantenerse en el poder a cualquier precio.
Son partidarios de mantener España unida, pero que sea una decisión de los catalanes y no una imposición de Madrid. Igual que los escoceses. Y son partidarios de reemplazar a la dirigencia y a la partidocracia que maneja el país desde la muerte de Franco.
No está claro que esta elección haya dejado a Cataluña más cerca de la independencia. Lo que parece claro es, en todo caso, que las urnas le vienen advirtiendo a los partidos tradicionales que están en riesgo de extinción.
por Claudio Fantini
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