Corría el año 2007 cuando Mauricio Macri se presentó por segunda vez a competir por la Jefatura de Gobierno porteña. Luego de vencer en segunda vuelta a Daniel Filmus, le esperaba una larga transición hasta diciembre –las elecciones se habían adelantado seis meses–tiempo que aprovechó para tender lazos con distintas instituciones. Cruzando la esquina del palacio municipal, Bergoglio resistía el frío polar al que había sido condenado por el kirchnerismo desde hacía un lustro. Los conflictos sociales disparados por la crisis del campo en 2008 los acercaron aún más y, si bien nunca se mostraron como best friends forever, ni se juntaban a mirar películas, la buena relación se demostraba en cuanto evento se cruzaran, así fuera una misa por la educación nacional, o un encuentro de la pastoral.
La relación no se modificó con la elección de Bergoglio como Papa Francisco. De hecho, Macri fue recibido en audiencia privada en septiembre de 2013 y las fotos de aquel encuentra los muestra a ambos muy distendidos.
No puede decirse lo mismo de lo que pasó un año y cinco meses más tarde, cuando Mauricio Macri ya se había convertido en Presidente de los argentinos. La buena vibra parecería que se esfumó y en la visita protocolar que Macri realizó al Vaticano, lo que más faltó fue buena onda. No hubo sonrisas y la cara de ambos dejaba traslucir que algo se había roto.
Luego de las acusaciones de la diputada Elisa Carrió, quien afirmó que el Papa estaba "desestabilizando" al país, y los distintos gestos de Francisco en medio de la transición, la relación se tensó a niveles insostenibles.
Finalmente, luego de una misiva protocolar de Francisco hacia Macri con motivo de la celebración del 25 de Mayo, se retomaron los gestos. Hace dos semanas, el Boletín Oficial de la Nación dio cuenta de que Presidencia giraría 16 millones de pesos a las Scholas Ocurrentes, organizadas por la Iglesia. El rechazo de la donación agranda la grieta una vez más.
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