Tuesday 19 de March, 2024

MUNDO | 21-01-2017 00:00

Trump: Asunción con luz y sombras

La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca está rodeada por una atmósfera densa, cargada de tensiones y sospechas.

En lo peor del escándalo Irán-contras, para eludir preguntas incómodas en una conferencia de prensa, Ronald Reagan aplicó una estratagema. Cada periodista podía preguntar sólo una vez, sin posibilidad de repreguntar. De tal modo, cuando le plantearan algo incómodo, el presidente respondería una vaguedad y el interrogante quedaría conjurado porque el periodista no podría repreguntar.

Cuando comenzó la ronda de prensa, la primera pregunta fue directo al hueso del escándalo por la venta ilegal de armas a Irán y la triangulación de los pagos para financiar a los contras nicaragüenses. Con elegancia, Reagan respondió cualquier cosa, o sea eludió la respuesta y pasó la palabra al siguiente periodista. Pero éste, advirtiendo la jugada, repitió la misma pregunta del que lo antecedió. Reagan ensayó otra vaguedad, pero el tercer periodista hizo exactamente lo mismo que el anterior, y así hasta dar por tierra con la artimaña.

Poco antes de asumir, en su primer conferencia de prensa como presidente electo, Donald Trump intentó algo parecido pero pasaron dos cosas diferentes. La primera es que sus respuestas elusivas carecieron de la elegancia convincente que tenía Ronald Reagan. Trump respondió vaguedades sin esforzarse, o esforzándose inútilmente, para que parezcan respuestas serias. La segunda es que los periodistas no reaccionaron con la dignidad y la inteligencia que tuvieron los entrevistadores de Reagan. Por el contrario, actuaron igual que los reporteros que, en plena campaña, siguieron preguntando como si nada después que Trump hiciera echar de la conferencia de prensa a un colega por ser mejicano. Ergo, le permitieron eludir las preguntas incisivas y también censurar a los gritos al periodista de CNN, argumentando que, por trabajar en ese medio, no tenía derecho a preguntar.

El bochornoso encuentro con periodistas terminó de un modo delirante. Tras exhibir carpetas con supuestas pruebas de que se apartaría del manejo de sus negocios para que no interfieran con la función pública, terminó diciendo que sus hijos se harían cargo y él nunca hablaría con ellos sobre las empresas. Parecía una escena de Groucho Marx, pero ocurrió en la realidad.

La antesala de la asunción presidencial fue la más extraña que haya vivido Estados Unidos. Denuncias de tremenda gravedad, escenas desopilantes y preguntas sin responder. Demasiadas preguntas sin responder. La mayoría referidas a la interferencia de Rusia en la campaña electoral.

El clima se cargó de presagios los días previos a la asunción. Apareció el informe de Christopher Steele, ex espía británico que al jubilarse fundó su propia empresa privada de investigaciones: Orbis Business Intelligence. Por un lado, se puede desconfiar de alguien que cobró, primero de republicanos y luego de demócratas, para descubrir asuntos que comprometieran al magnate inmobiliario. Pero por otro lado está el prestigio de Orbis Business Intelligence; de su socio Christopher Burrows y del propio Steele, certificado por voceros del Estado británico, para el cual espió en Rusia durante los años 90 como agente del MI-6.

Ni bien se hizo público el dosier, Steele dejó su casa en Surrey y se ocultó, temiendo ser alcanzado por los largos brazos que tiene el Kremlin a la hora de eliminar enemigos de Vladimir Putin.

Ese informe fue tomado en serio por la CIA, porque también sospecha que Rusia tendría formas de chantajear a Trump con información y con imágenes comprometedoras. Por caso, un video que registra sexo escabroso en un hotel moscovita, durante un viaje en el 2013. Según esos informes, además de pagar por sexo con cinco prostitutas, pagaba para efectuar fetichismos repugnantes. Otra versión añade que lo hizo en la misma habitación que en un viaje oficial habían ocupado Barack Obama y su esposa, precisamente como afrenta a los primeros presidente y primera dama afroamericanos que tuvo Estados Unidos.

Para el mundo que observó perplejo la extraña y sombría antesala de la asunción presidencial, podía tratarse de basura difamatoria, pero también podía ser el comienzo de un tiempo de escándalos e investigaciones con posibilidad de derivar en impeachment. Por primera vez, el fantasma del juicio político sobrevoló un presidente antes de que asumiera el cargo.

La tormenta de sospechas ofrece una explicación al extraño silencio en el que se sumió Hillary Clinton. Es posible que Rusia haya dado a Trump información que permite extorsionarla. Y si eso es posible, también lo es que el Kremlin haya hecho lo mismo con el propio Trump, para asegurarse el modo de tenerlo bajo control.

El problema del nuevo mandatario es que Putin fue espía. Obtener datos comprometedores de la actividad y la intimidad de otros para convertirlos en instrumentos de chantaje, es moneda corriente en el mundo del que proviene el jefe del Kremlin.

Sobrecargando la atmósfera densa de la antesala de la asunción, estuvo el inquietante ejercicio de crear tensiones geopolíticas antes de empezar a gobernar. Y nada menos que con China. Primero, el propio Trump hablando con la presidenta de Taiwán y amenazando dejar de reconocer una sola China. Después, mediante desafiantes declaraciones de quien se haría cargo de la secretaría de Estado, Rex Tillerson, un mimado de Moscú que, antes de asumir, advirtió a China que Washington no le permitirá expandir soberanía marítima a partir de las islas artificiales que construye; a lo que el régimen chino respondió con una velada amenaza de guerra a través del Global Times de Beijing, diario oficialista por el que normalmente se expresa el gobierno.

Todo fue raro en la antesala del cambio de presidente. Cuando un ex miembro de la Guardia Nacional en Alaska mató a cinco personas en el aeropuerto de Fort Lauderdale, el gobernador de Florida Rick Scott llamó para informar de lo sucedido a Donald Trump, en lugar de llamar a quien todavía era el presidente.

A pesar de tantas promesas sin cumplir y también de muchos errores, Obama se retiraba con la imagen alta en las encuestas y con un halo de dignidad que lo mostraba saliendo por la puerta grande. Casi al mismo tiempo, Trump parecía entrar al poder por la ventana. Eso sugería la tormenta de sospechas y sus patéticas respuestas, ataques y censuras en una conferencia de prensa.

El principal problema de Trump no es lo que otros dicen de él, sino lo que él muestra de sí mismo. En esos raros días previos del cambio de mando, Meryl Streep le recordó a los estadounidenses que habían permitido la llegada al poder de alguien que se burló públicamente de un discapacitado, realizando grotescamente los movimientos involuntarios que produce su discapacidad. Ese bullying negligente y cruel, no fue una versión de la prensa o de la CIA. Ocurrió a la vista de todos. También todos pudieron escuchar la respuesta de Trump, calificando a Streep de “actriz sobrevalorada”. Una respuesta miserable para un cuestionamiento incontestable.

por Claudio Fantini

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