La habitación es pequeña. Las paredes están limpias, y sólo recorta el blanco austero una cruz, algunos diplomas y la estatua del cura Brochero, el primer santo argentino. La mayoría de los sábados por la mañana en la Parroquia Santísimo Sacramento de Tandil son de silenciosa reflexión, pero en este día una niña de cinco años corretea por el lugar y rompe la rutina de tranquilidad. No es lo único que descoloca el típico desarrollo de la iglesia: sentado frente a la mesa, con un mate en la mano, el Presidente gambetea con diplomacia los filosos comentarios del cura al que más conoce y estima. Raúl Troncoso, 80 años, una celebridad en la ciudad en la que nació Mauricio Macri, le critíca el manejo que tuvo con el conflicto docente. Lo hizo ante cientos de personas el día anterior, y ahora se lo dice en la cara a la máxima autoridad del país, que fue al templo por su propia decisión y sin avisar. “¿Vos fuiste maestro? Yo sí y sé lo que son. Puede haber algún sinvergüenza... pero en el Gobierno pasa lo mismo. Tenés que darle lo que piden”, lanza el cura. “En algunas cosas estoy de acuerdo, Padre, pero en otras no. Igual lo respeto mucho, usted es el cura de la familia”, retruca con diplomacia el Presidente. Luego de una hora Troncoso despide a quien conoce desde niño y a su hija Antonia, con un fuerte abrazo.
La escena del 15 de abril retrata la importancia que tiene Troncoso en Tandil. Hay un mito en esa ciudad, que el cura se encarga de no desmentir: cualquier político que llega a la localidad de los cuchillos va a ver primero al cura antes que al intendente. Macri respetó la máxima a rajatabla, y de hecho Miguel Lunghi, el radical que oficia de autoridad local, tuvo que acercarse a la habitación de Troncoso y esperar a que él terminase su charla con el Presidente para poder sacarse una foto. Aunque podría parecer insólito, la historia del religioso que más conoce a los Macri, que confesó a su madre en varias oportunidades, que es amigo del Papa Francisco, que estuvo preso cinco años enteros en la última dictadura, y al que Néstor Kichner solía elogiar en público, lo justifica.
No callarás
Troncoso desde la cuna parecía destinado a trascender. Imaginen un niño que antes de cumplir quince años le dice a su madre anarquista, que además se llamaba “Anarquía”, que quería ser cura. El religioso hoy se ríe de aquellos turbulentos años de la década del 50, pero admite que no fue fácil que su humilde familia aceptara su vocación.
Para la década del 70 Troncoso era el secretario de la diócesis de su Rafaela natal, y ahí terminó de definir su vocación. En esa época comenzó su trabajo en las villas, desde el oficio de las misas hasta la construcción de casas, e incluso se mudó al barrio Villa Podio. En ese proceso tomó una decisión que le cambió la vida: se sumó al incipiente movimiento de los Sacerdotes para el Tercer Mundo del Padre Mugica, con el que tenía buena relación, a la vez que abrazaba las ideas del peronismo. Lo nombraron representante de la corriente en su ciudad, y desde ahí lanzó duras críticas a la represión y a la posición oficial de la Iglesia (ver galería). “Hice lo que tenía que hacer: decir la verdad”, cuenta Troncoso a NOTICIAS.
Fue tan movediza su actividad que los militares lo detuvieron siete días antes del golpe. Para el 24 de marzo, el cura estaba preso, y meses después arribó a la tristemente célebre Unidad 9 de La Plata. Su estadía fue mucho más larga que el promedio: cinco años enteros estuvo detenido, y compartió cárcel con el ex supersecretario kirchnerista Carlos Zannini, Adolfo Pérez Esquivel y Jorge Taiana, entre otros. Los maltratos que recibió Troncoso fueron enormes. En el 2000, durante los “Juicios por la Verdad” –en los que Troncoso dio un testimonio clave–, una de las Madres de Plaza de Mayo, Sara Dorotier, contó un traslado que compartió junto al cura: “A nosotros nos pegaron muchísimo, pero siempre me pregunto cómo el cura pudo aguantar lo que aguantó... estaban ensañados con él”. Troncoso salió en 1982, durante la visita del Papa Juan Pablo II y gracias a la presión de la Nunciatura y de varios obispos. Durante esos cinco años, el padre armó una red clandestina de comunicaciones, entre los distintos pabellones y con el exterior, y logró sacar a varios detenidos, aunque no pudo con todos.
A fines de los 60 Troncoso entabló amistad con un cura de su misma edad que daba clases en un colegio de Santa Fe, con el que además compartía la pasión por San Lorenzo. La relación creció tanto que incluso el padre confesó más de una vez a su amigo Bergoglio. Más de cuarenta años después mantiene el contacto con Francisco, al que visitó tres veces en el Vaticano, adonde piensa volver este año. “Hablamos muy seguido, por carta o por mail”, dice Troncoso.
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