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CIENCIA | 12-10-2017 13:05

Revolución nutricional: la dieta de la vida eterna

Se basa en la nueva ciencia de la nutrigenómica y en alimentos que modifican los genes causantes del envejecimiento. Protege de cánceres, infartos y trastornos cognitivos.

Un viejo dicho de los nutricionistas más experimentados es que en cuestión de dietas para adelgazar no hay mucho más misterio que apenas la manera de combinar tres componentes: proteínas, hidratos de carbono y grasas. Una cantidad tan exigua no deja mucho lugar para la invención. Al menos no cuando se habla de una nutrición saludable, balanceada y criteriosa.

Sin embargo, hallazgos científicos de las últimas dos décadas traen a la mesa nuevos aportes, el más revolucionario de los cuales es lo que los expertos han dado en bautizar como Smartfoods o “alimentos inteligentes”. No se trata de comidas que piensen por sí mismas ni que vayan a aumentar el coeficiente intelectual de quien las ingiera, sino de alimentos que poseen determinadas sustancias que ayudan al organismo de una manera totalmente novedosa: aumentan la longevidad y protegen contra enfermedades fuertemente relacionadas con el envejecimiento.

Son treinta alimentos comunes pero al mismo tiempo muy especiales porque tienen la capacidad de dialogar con el ADN de nuestros cuerpos y hasta de cambiarlo, lograr que los genes del envejecimiento enmudezcan. Algunos de ellos, inclusive, imitan los efectos del ayuno, y esto se relaciona con la comprobación que diferentes científicos han tenido acerca de que cuantas menos calorías se ingieren más tiempo se vive y más se evitan algunos trastornos relacionados con la tercera edad.

No se trata de alimentos sin sabor (por caso, uno de ellos es el chocolate negro) ni sex appeal (la frutilla es otro), ni siquiera de unos que no tengan azúcares (como la uva), sino de alimentos placenteros, en su gran mayoría. La dieta basada en los smartfoods no se basa en raciones pequeñas ni enormes, ni en la cantidad de veces en que hay que llevarse algo al estómago a lo largo del día, ni en contar calorías: todo lo que toma en cuenta son algunas de las recomendaciones más consensuadas científicamente a nivel nutricional, y el gusto personal de cada persona en cuanto a la combinación y al acompañamiento de esos alimentos. Es una manera de comer libre y personalizada.

¿Alguien habría pensado que sentir cómo se derrite una tableta de chocolate en la boca podría ayudarlo a vivir más y mejor? ¿O que degustar un par de cerezas estaría protegiendo su cerebro? Esa es la propuesta. Pero para comprenderla hay que hablar de ciencia, porque son científicos quienes están detrás de ella.

Nutrigenómica. Una de las características de los veinte alimentos inteligentes de la longevidad es que actúan sobre los genes de la persona. Alcaparras, berenjenas, caquis, cebollas, cerezas, chocolate negro, ciruelas negras, col lombarda, cúrcuma, espárragos, frutillas, frutos del bosque, ají y pimentón picante, lechuga, manzanas, naranjas rojas, papas violetas, radicchio rojo, té verde y negro y uvas, de algún modo, dialogan con el ADN del organismo. De ese diálogo surge algo que cambia las nociones previas sobre la herencia, aquellas que congelaban a una persona en lo que sus genes dictaban, desde la concepción y hacia la muerte.

La ciencia ha descubierto y comprobado que las sustancias que forman a los genes pueden ser modificadas por el medio ambiente, y esto incluye a la forma en que alguien se alimenta o si hace ejercicio físico, por ejemplo.

Ciertas sustancias, a largo plazo, pueden afectar la expresión de uno o más genes, es decir, activar o desactivar un gen, despertar o dormirse. Los científicos denominan a estos cambios “modificaciones epigenéticas”. Los veinte alimentos inteligentes tienen la capacidad de modificar ciertos genes, en particular aquellos que están relacionados con el envejecimiento.

“La relación entre la alimentación y el ADN es de doble vía: por un lado, los genes afectan la forma en que el cuerpo absorbe los nutrientes; y por el otro, algunas otras sustancias pueden afectar la expresión de nuestros genes, para modificar el manual de instrucciones del cuerpo”, explica Eliana Liotta, autora del libro “La revolución smartfood”, que escribió en conjunto con Pier Giuseppe Pelicci y Lucilla Titta, del Instituto Europeo de Oncología (IEO). Y agrega: “La dieta Smartfood entra en el campo de la nutrigenómica, que estudia la influencia de lo que comemos sobre nuestro ADN. Parece de ciencia ficción pero no lo es: algunas moléculas contenidas en los alimentos pueden llegar al corazón de las células y cambiar el funcionamiento de los rasgos genéticos”.

El estudio de ciertas moléculas contenidas en los alimentos en experimentos de laboratorio y en animales realizados en el IEO, mostró que esas moléculas inteligentes logran amordazar a los genes que nos hacen envejecer, como el p66 y el Tor. Además, activan genes que alargan la vida, como es el caso del Sirt.

Estas vías genéticas coinciden con las vías del metabolismo. Los genes de envejecimiento, o gerontogénicos, se desencadenan después de comidas abundantes y ordenan a las células generar energía y almacenar grasa. Pero la hiperproducción de la acumulación de energía y grasa generan a su vez decaimiento físico y enfermedades relacionadas con la senescencia (envejecimiento), como el cáncer. Por el contrario, si hay escasez de alimentos, los genes de envejecimiento no son expresados y sí "hablan" los genes de la longevidad: requieren el uso de la energía disponible sólo para reparar diversos daños en los tejidos, y por tanto para mantener la salud del cuerpo.

“Podríamos decir que con algunos alimentos nos pasa que los comemos y es como si no hubiéramos comido”, resume Liotta.

Según los resultados de las investigaciones, esas moléculas contenidas en los veinte alimentos inteligentes mencionados al principio, tienen la habilidad de imitar al ayuno, es decir, simular los efectos de la falta de nutrición en las vías genéticas del metabolismo, qué básicamente son dos: inhibir a los genes de envejecimiento y estimular a los de la longevidad.

Cuando los genes del envejecimiento son silenciados, se limita la producción de radicales libres (perjudiciales para los tejidos si están en exceso) y la acumulación de grasa en el organismo. Por el contrario, la activación de los genes de longevidad parece favorecer el proceso encargado de convertir las células grasas en energía, y el uso de esa energía para reparar células y tejidos.

Gordura y enfermedad. ¿Por qué tenemos genes del envejecimiento? La idea preponderante es que el deterioro físico es un fenómeno que se debe al desgaste, a una consecuencia del paso del tiempo. Pero los científicos dicen ahora que no es así, que en general el envejecimiento es una condición determinada por el genoma. Hay genes de la senescencia, y existen porque aportan un beneficio para la multiplicación de la especie, para la procreación. Lo que antes no sucedía es que los seres humanos vivieran tanto, y antes, más que de viejos, hombres y mujeres morían por frío, por enfermedades, porque los mataba un animal u otro ser humano en una guerra. En la evolución, no estaba previsto que tantas personas llegaran a peinar canas.

Así que los genes del envejecimiento tienen básicamente la función de controlar el metabolismo energético. Se despiertan si se come en abundancia. Ante una comilona, envían al organismo la orden de que se aprovechen esas calorías y aceleran el metabolismo: lo que hacen es propiciar que se acumule mucha energía de uso inmediato en las células y que, al mismo tiempo, una parte quede almacenada en forma de grasas, para cuando haya escasez o mucho frío.

Así fue por miles de años. Así sigue siendo ahora, pero el hecho es que la vida de la mayor parte de los seres humanos del planeta cambió, y mucho. La comida ya no es necesariamente escasa (no al menos como en las épocas prehistóricas) y la vida es mucho más sedentaria. La grasa se va acumulando progresivamente en el cuerpo.

Oxidación. Por otro lado, cuando se come en abundancia y sin interrupción, se genera un estrés oxidativo en el que también intervienen genes del envejecimiento, como el p66. Lo que hacen es bloquear los sistemas de autorreparación de las células y llevar a su muerte programada (este proceso se denomina, técnicamente, apoptosis). Esa muerte de células, en última instancia, favorece la renovación de los tejidos. Evolutivamente, creen los expertos, esto tiene siempre el mismo objetivo: garantizar la reproducción de la especie, por medio de la eliminación de los tejidos gastados y la aparición de otros nuevos. Pero el recambio celular tiene un precio: el ADN contenido puede dañarse, pueden aparecer tumores y hay envejecimiento. Por eso, Liotta, Pelicci y Titta aseguran: “¿Qué nos pasa a los seres humanos del tercer milenio? Si nos sobrealimentamos, estamos sujetos a un estrés oxidativo permanente. O sea, a la acción constante de los genes del envejecimiento, como el p66”.

Y algo (negativo) más. Los gerontogenes causan la acumulación de grasa; el tejido adiposo favorece la producción de hormonas y sustancias inflamatorias, poniendo en marcha una serie de enfermedades. El cáncer es solo una de ellas.

Pier Giuseppe Pelicci y su equipo demostraron, por ejemplo, que animales a los que se les privó (por ingeniería genética) del gen p66 no sólo vivieron durante más tiempo, sino que además eran más delgados y ni siquiera cuando fueron sometidos a un régimen dietario hipercalórico se volvieron obesos. La frutilla del postre: se enfermeraron menos.

Pero entonces los científicos trasladaron a los animales a Siberia, a un vivero al aire libre. Allí, ninguno de los que no codificaban el p66 logró sobrevivir al invierno. Los otros, los que sí tenían el gen, terminaron la prueba en salud.

El experimento demuestra que el gen es esencial para sobrevivir en un ambiente hostil, mientras que en un entorno protegido provoca envejecimiento. “El objetivo de los genes del envejecimiento no es que nos deterioremos y muramos, sino que esto es una especie de peaje a cambio de otra función que eligió la evolución para el bien de la especie”, concluyen los investigadores.

La quercetina, el resveratrol, la curcumina, las antocianinas, la epigalocatequina galato, la fisetina y la capsaicina son componentes de los veinte alimentos inteligentes que la dieta Smartfood propone consumir con regularidad y producen, por una vía u otra, modificaciones en esos genes del envejecimiento.

Bajas calorías. Experimentos llevados a cabo en distintos lugares del mundo dan cuenta de que una ingesta reducida en calorías, sin llegar a la desnutrición, pone en acción a los genes de la longevidad e inhibe la acción de los vinculados con el envejecimiento. La restricción calórica demostró alargar la vida en todas las especies entre las que se puso a prueba hasta el momento, desde células de levadura, moscas de la fruta, gusanos, ratones, perros. Si se alimenta a un animal con entre un 30% y un 40% menos de las calorías de las que ingeriría normalmente vive más. Un 30% en el caso de los ratones, y hasta un 200% en moscas y arañas. Los experimentos de este tipo llevan ya dos décadas de desarrollo.

Además de vivir más, los animales tienen menos enfermedades vinculadas con la vejez, hay menos cáncer, menos trastornos cardiovasculares y menos patologías neurodegenerativas, como Alzheimer y Párkinson. Todo lo que falta es que se pueden hacer trabajos para comprobar si esto mismo ocurre con los seres humanos. En julio del año 2014, la revista científica Science publicó un estudio histórico que demostró que la restricción calórica alarga la esperanza de vida en monos en un 30% y reduce a la mitad la incidencia de tumores e infartos.

El caso es que en este aspecto también influyen los alimentos inteligentes: su funcionamiento se parece un poco al ayuno. La diferencia es que la persona sigue comiendo. “No es que las siete moléculas inteligentes identificadas en alimentos y bebidas comunes hagan que absorbamos menos calorías. No funciona así –advierte Liotta–. Lo que hacen es activar los mismos caminos metabólicos que pone en marcha la carencia de comida. Por eso se dice que imitan el ayuno. Inhiben los gerontogenes y estimulan a sus parientes buenos, los genes que alargan la vida.”

Uno de los alimentos más estudiados en este caso es la naranja roja. Lo que tiene de inteligente es su alto contenido en antocianinas, pigmentos que explican su color rojo intenso. Los ratones que consumieron este tipo de naranja (en experimentos) vieron estimulados los genes vinculados con la longevidad, neutralizada la obesidad y protegido su sistema cardiovascular. Otro ejemplo que los científicos vienen estudiando desde hace años es el resveratrol (contenido en la uva), que se une al gen Sirt, el primer gen de la longevidad descubierto por los científicos, y lo pone en funcionamiento.

Los alimentos con antocianinas y la quercetina protegen el corazón y el sistema cardiovascular. Una revisión británica de 2015 comparó los estudios sobre el chocolate y ha concluido que el consumo regular de 30 gramos de chocolate negro al día a 70% puede disminuir la presión sanguínea, regular los niveles de colesterol, mejorar la elasticidad de buques y fluidez de la sangre. Un consumo exagerado, sin embargo, no es buena idea: 100 gramos de chocolate negro contienen 33 gramos de grasa y 500 calorías.

La dieta Smartfood combina los alimentos inteligentes con otros, protectores: verduras, cereales integrales, semillas y legumbres, que aportan proteínas, fibras, hidratos de carbono, grasas buenas y sales minerales. “Son sustancias que sirven para prevenir la ateroesclerosis, los tumores, la diabetes, la obesidad, entre otras”, puntualiza Eliana.

Todos los alimentos smart contribuyen a mantener delgado el cuerpo. Los de la longevidad, porque les ponen freno a los genes responsables de la acumulación de grasas, y los protectores, porque poseen poder saciante y son sabrosos. De ningún modo dejan afuera a las proteínas de origen animal, o algunos alimentos más calóricos, siempre y cuando no superen ciertas cuotas a lo largo de la semana.

El filósofo alemán Ludwig Feuerbach lo dijo ya en el siglo XIX: “La comida se convierte en sangre y la sangre en corazón y cerebro, en materia de pensamientos y sentimientos. El alimento humano es la base de la cultura y el sentimiento. Si queréis que el pueblo mejore, no le deis proclamas contra el pecado, sino una alimentación mejor. El hombre es lo que come”.

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