Tragedia. Espera impaciente del milagro. Decepción, dolor, bronca. La Argentina es una dimensión empecinadamente angustiosa. La palabra del año fue “desaparecido”. Un joven contestatario en un río sureño. Un submarino con cuarenta y cuatro tripulantes en el fondo del mar. Qué importa si el término era el más apropiado para una y otra circunstancias: anda siempre rondando, vuelve y vuelve, nos define cual maldición histórica. El ente predestinado a desaparecer es la verdad. Cromañón. Once. Nisman. La cadena de desinformación del caso ARA San Juan evocó demasiado a la de Malvinas. Despliegue cinematográfico. Exaltación del heroísmo.
Valor. Patria. Vamos ganando como sea. Mentiras a cuentagotas. Oídos sordos a un estallido que se confirmaría desde Viena, 12.000 kilómetros al noroeste. Un Comandante de las Fuerzas Armadas que suplica no ser engañado. Un ministro de Defensa invisible, tuitero precoz (y fallido). Un jefe de la Marina en Babia. Cuarenta y cuatro familias resumen un país con el corazón en la boca. Una nave recauchutada sintetiza un país empobrecido y sin plan. En tres décadas y pico, la democracia no ha sabido replantear la cuestión militar, como tantas otras cuestiones, desde un punto de vista estratégico. El debate desapareció de la agenda política. Parece prohibido. Un tabú bajo la alfombra de los bajos recursos y el marketing ideologizado: de una ministra montonera pasamos casi sin escalas a un ministro amigo de represores cordobeses. Todo pura cáscara. Destino a la deriva. Que Los 44 tengan algún sentido de futuro.
Especulaciones y mentiras
El miércoles 15 de noviembre a las 7.30 de la mañana, el Ara San Juan se reportó por última vez. La comunicación fue de rutina. En ese llamado no se notificaron problemas técnicos ni con la tripulación. La información oficial de las Fuerzas Armadas informó que la última posición conocida de la nave había sido a 432 kilómetros del Golfo San Jorge, en la provincia de Chubut. Hasta ese momento, el viaje de Ushuahia a Mar del Plata, debía ser absolutamente normal.
Sin embargo, algo falló y el submarino y sus 44 tripulantes desaparecieron en el Atlántico. Al cierre de esta edición, no se había logrado dar con su paradero. La versión de que la nave habría explotado ese mismo miércoles fue confirmada por la Armada, pese a que la fuerza y los familiares continúan preguntándose cómo se produjo el colapso.
Lo que sucedió ese 15 de noviembre es un gran misterio. Desde el primer minuto, la información sobre lo que pudo haberle pasado al submarino fue confusa o directamente falsa. Incluso se tejieron hipótesis que suenan descabelladas y parecen sacadas de una novela de espías.
Se dijo que el ARA San Juan podría haber estado navegando el mar territorial en una misión secreta; que habría sido derribado por otros países como Gran Bretaña y que podría haber estado realizando un operativo ilegal en conjunto con Estados Unidos. Todas estas versiones fueron alimentadas a lo largo de los días por fuentes extraoficiales, vinculadas a los servicios de inteligencia. En diálogo con NOTICIAS, un perito cercano a la Armada, también se volcó por las hipótesis conspirativas que relacionaban la desaparición del buque con un entramado internacional: “Hay una especie de cofradía entre los submarinistas. Los barcos de afuera, que están ayudando a la Argentina, vienen a ver también qué estamos haciendo. Y Chile quería ver si estábamos haciendo algo en Malvinas”, aseguró.
A medida que pasaban los días y la situación se volvía más desesperante, la información oficial comenzó a cerrarse. En un principio, el Gobierno decidió que hubiera dos voceros: uno en Mar del Plata, Gabriel Galezzi, y otro en Capital Federal, Enrique Balbi, donde se manejaban los datos más sensibles. Poco después sólo quedó a cargo de esa tarea el portavoz de Buenos Aires ya que el Gobierno sintió que en Mar del Plata, se habían encendido alarmas “innecesarias”: desde allí se reveló que el ARA San Juan había informado una avería relacionada con las baterías que había sucedido con anterioridad. “No es que no lo debería haber comunicado. Pero la palabra ‘avería’ alarmó y si bien es verdad que el submarino tuvo ese problema, quizás eso no haya tenido que ver con el motivo de la desaparición”, agregó una alta fuente de la Armada. Primer cortocircuito en la vocería oficial.
Otro cortocircuito apareció entre el ministro de Defensa Oscar Aguad y la Armada, a quien el primero señala como la responsable de las fallas en la comunicación durante toda la búsqueda. Durante los primeros días, voceros del ministro traídos expresamente para afrontar la crisis desparramaron la versión a los medios de que el funcionario estaba furioso con el jefe de la Armada, Marcelo Srur, por haberle transmitido con demora y sin precisiones la desaparición del buque. De hecho, el propio Aguad cometió un blooper al tuitear que se habían recibido siete llamadas del submarino que luego se comprobó que eran ruidos ecológicos, lo que lo dejó públicamente como un ministro desinformado. Tanto como la gaffe vinculada con la cantidad de tripulantes: el ministro no sabía que había cinco buzos tácticos en la nave. “Está furioso y después de esta crisis va a echar a Srur”, repetían sus voceros.
Y agregaban que el ministro está convencido de que varios de los errores que cometió él mismo se debieron a este proceder de los militares. Según trascendidos, esto le habría valido un reto del presidente Mauricio Macri, quien le requirió a Aguad que no hablara más en público.
Para sobrellevar esta situación de gravedad, Aguad se rodeó de gente de su absoluta confianza e hizo traer a Buenos Aires a viejos conocidos para que oficiaran de voceros.
Sin embargo, en un momento de absoluta tensión, estos voceros difundieron interpretaciones personales acerca de los motivos de la tragedia, creando mayor confusión en la cobertura del caso. “Yo creo que las Fuerzas Armadas sabían (de la explosión) desde el minuto cero”, se animó a especular en un mensaje de Whatsapp envíado a NOTICIAS una vocera del ministro. Estas declaraciones no hicieron más que alimentar el enfrentamiento entre Defensa y la Armada que ellos mismos habían promovido.
Sin embargo, en las últimas horas, cuando el país estaba envuelto en la conmoción que produjo la noticia de la explosión, el discurso oficial pareció cerrar filas. El capitán Balbi buscó dejar en claro que no había “desaveniencias” con el Ministerio de Defensa. El militar hasta se animó a plantear que “los medios dan informaciones imprecisas”, cuando, en algunos casos, era el mismo Gobierno era el que las filtraba. Y Aguad, en privado, desmintió a sus propios voceros. “No me informaron tarde ni estoy evaluando correr a Srur”, les dijo. Insólito. Aunque al cierre de esta edición, la crisis en las alturas del poder daban lugar a una guerra de rumores, que contemplaba el inminente descabezamiento de la cúpula de la Armada.
Aguad nunca salió públicamente a hablar del accidente. Algunos interpretaron este silencio como un gesto de desconfianza del Presidente. Sin embargo, en Defensa se atajan. “Fue una decisión de Macri para que las primeras informaciones fueran técnicas y no interpretaciones políticas”, explican. La oposición pidió ya la interpelación de Aguad en el Congreso.
Consenso tardío
¿Qué estaba haciendo el Ara San Juan en esa zona del Atlántico? Esta fue otra de las preguntas cuya respuesta generó sospechas. Según la Armada, su función natural es vigilar, en conjunto con la Prefectura, la milla 200 del territorio marítimo, es decir, el límite donde termina la zona económica exclusiva de la Argentina.
Explicaron que el trabajo de la nave consiste en detectar buques pesqueros ilegales que quieran aprovechar los recursos nacionales sin estar habilitados. Ese rol de patrullaje en la frontera alimentó las versiones -en principio disparatadas- de posibles ataques de otros países por cuestiones geoestratégicas.
Todas aquellas versiones terminaron de descartarse el jueves 23, cuando la Armada le comunicó a los familiares de los tripulantes que el mismo miércoles de la desaparición se había producido una explosión en la nave. El dato fue un quiebre para los que esperaban noticias.
En la base militar de Mar del Plata, que el Gobierno acondicionó para recibir a los familiares, se vivieron horas dramáticas. Gente en el piso con ataques de nervios, llanto, gestos de desesperación. Muchos de los familiares se enfrentaron con los funcionarios y los culparon de haber mentido. Brenda Salva, amiga del tripulante Alejandro Tagliapietra, contó a NOTICIAS que no comprendía la forma de comunicación. “Hoy a la mañana el jefe de la base de Mar del Plata, el capital Rossi, nos confIrmó que habían muerto todos los tripulantes. Esto nos lo dijo a las 10.45 de la mañana. A las 11 fue la conferencia de prensa donde habló Balbi y no mencionó nada de eso”.
La madre del tripulante Fernando Villarreal, María Rosa, manifestó el mismo descontento e incertidumbre: “Nos mintieron desde el primer día”, dijo y agregó: “Lo único que quiero decirle al almirante (Marcelo Srur) es que si no está en condiciones que se vaya”.
Entre los familiares, la versión de que todos habrían fallecido es cada vez más fuerte. Desde Defensa, sin embargo, insisten con la cautela: “No podemos darlos como muertos si no encontramos el submarino”, insiste Balbi, quien además negó que se les hubiera dado esta noticia a los familiares.
“Perversos. Nos mintieron, están muertos hace rato y nos tuvieron acá hace una semana”, gritó Itatí Leguizamón, esposa del cabo Germán Suárez, en la base marplatense.
¿Hasta dónde comunicó el Gobierno o la Armada todo lo que sabían? Los familiares se sintieron engañados. Pero la Armada insistió en que fue transparente en la comunicación oficial: Balbi explicó que el primer indicio lo tuvieron el miércoles 22 alertados por gobierno norteamericano que había detectado un ruido similar a una explosión. Pero, según la versión oficial, se esperó para comunicarlo hasta tener un segundo chequeo que llegó ayer desde Viena, donde funciona la Organización de Control de Test Nucleares, y que informó un incidente hidroacústico regitrado ese mismo miércoles “a las 10:15 horas de características anómalo, singular, corto y violento, no nuclear, consistente en una explosión”.
Sin embargo, hubo un detalle que pasó desapercibido en la conferencia de prensa del jueves 23 brindada por la Armada. Un periodista le preguntó a Balbi por qué dos corbetas que acompañaban al submarino lo habían dejado solo poco tiempo antes de su desaparición. Él contestó que “al no tratarse de una emergencia no tenía por qué estar acompañado por dos unidades de superficie”. Y agregó: “Si hubiese habido estado ahí una unidad, no hubiese impedido el siniestro que hubo”. Error: quizás pudo ayudar a localizar la nave, acaso facilitar un eventual rescate y ahorrar 10 días de angustia a los familiares.
Condiciones en duda
Durante los primeros días de búsqueda, las explicaciones oficiales daban cuenta de que el submarino había salido a navegar en perfectas condiciones. Incluso lo ratificó el propio Gobierno: “Si todo no está perfecto, el comandante no da la orden de salir”.
Sin embargo, en la Argentina de “lo atamos con alambre”, este parece un axioma difícil de creer. En medio del dolor, algunos familiares se animaron a deslizar deficiencias técnicas y de mantenimiento que las autoridades omitieron en esta cadena de desinformación. “Las condiciones del submarino eran pésimas”, dijo el padre del marino Alejandro Tagliapietra. En la misma línea se manifestó Itatí Leguizamón: “Mandaron una mierda a navegar.
Siempre usan cosas vencidas, rotas. No creo que sea exclusivo en este ámbito. Están diciendo que las condiciones estaban cada vez peor. Que las reparaciones del 2014 habían sido sólo superficiales, muy por afuera, y que por dentro seguían funcionando mal”, afirmó.
Itatí contó además un antecedente inquietante. Recordó que, en el 2014, al submarino le falló el sistema de propulsión y les costó emerger a la superficie. “Varias mujeres contaban que entre los compañeros se decía: 'si pudimos zafar de esta, podemos zafar de cualquiera porque creía que no la iban a contar'”.
En el 2014, el ARA San Juan había terminado de ser reparado en el Complejo Industrial Naval Argentino, donde ahora la Justicia investiga qué tipo de intervención se le hizo. Durante la gestión kirchnerista fue objeto de múltiples reparaciones como el recambio de sus 960 baterías. De hecho, fue Cristina Fernández la que lo había relanzado con el famoso “al agua pato”. Pero algo falló. Y más allá de lo técnico -una avería en las baterías-, está claro que evidenció la decadencia presupuestaria de las Fuerzas Armadas. Durante el kirchnerismo hubo reducción de recursos: del 1,1 % del PBI, en el 2002, al 0,9 %, en el 2015. Y esta tendencia sigue en el nuevo gobierno.
Lo que también dejó expuesta esta situación de crisis fue la hipocresía de la sociedad, y de la clase política, sobre el futuro de las Fuerzas Armadas, que no pueden despegarse del papel nefasto que jugaron durante la dictadura y que convierte en ideológica cualquier decisión estratégica de defensa nacional. Una sociedad que se horroriza ante la sola posibilidad de hablar de aumentar el presupuesto militar pero que se sensibiliza cuando ocurre una tragedia como la del submarino, que pudo haberse evitado.
Demasiada precariedad y la sospecha de un cóctel fatal de desinversión y negociados.
Sin reparar en la hipocresía compartida, nuestra democracia no soporta las malas noticias.
por Daniela Bianco, Giselle Leclercq
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