★★★★ Los vericuetos del quehacer escénico son imprevisibles, pero cuando una obra cala hondo en el sentimiento popular, el horizonte se amplía. Por ejemplo, en 1962, “Esperando la carroza”, de Jacobo Langsner, mucho antes de convertirse en un clásico de la cinematografía argentina, fue estrenada por la Comedia Nacional de Uruguay. Luego tuvo una adaptación televisiva emitida en el ciclo “Alta comedia” en la década del ’70 y en 1985, llegó al cine con dirección de Alejandro Doria. Bien podemos avizorar entonces un recorrido similar para esta comedia costumbrista que escribió la dupla del cineasta Juan José Campanella y el guionista Emanuel Diez.
La suposición enunciada se funda en el viejo y sabio refrán que reza “pinta tu aldea y pintarás al mundo” que refleja su argumento y el rotundo éxito de público que acompaña la propuesta desde su estreno. Aquí la situación planteada es una reunión de consorcio en el hall de entrada de un edificio porteño (minuciosa y lograda escenografía de Cecilia Monti). El tema de la asamblea resulta espinoso: dirimir si Walter, el encargado, debe permanecer o no en su cargo.
El grupo está dividido: unos lo quieren afuera de inmediato por su aparente sedentarismo y otros no ven razones para avalar semejante decisión que perjudicaría a este campechano, oriundo de Misiones que algunos confunden como paraguayo. Para colmo, el administrador, es el típico chanta acomodaticio regido por la ley del menor esfuerzo, posee una verborragia ladina y no tiene reparos en adaptarse a cualquier decisión.
El gran hallazgo de la pieza fue encontrar el tono hilarante en diálogos que bordean el absurdo y permitir que la risa cabalgue sobre el escalofrío. Al mismo tiempo, retratar con maestría a los vecinos que cruzamos en el ascensor, el barrio, el transporte público o cualquier rincón del país.
Dirigida con ritmo trepidante, en el elenco sobresalen la admirable composición de Campi, como el inescrupuloso regente; la sibilina criatura que moldea Karina K, al encarnar una mujer que siempre encuentra la paja en el ojo ajeno; y el sorprendente desempeño de Fabio Aste, a cargo de dos personajes, que representa de forma impecable, con modismos, acentos y posturas físicas bien diferenciados.
Si el lector busca entretenerse, no titubee, esta es una de las mejores opciones de la actual temporada. La única condición es ir predispuesto a reírse de uno mismo, porque sin duda, se verá reflejado. Nada más, ni nada menos.
De Campanella y Diez. Con M. Rodríguez y elenco. Dir: J. Campanella. Multiteatro, Ctes. 1283.
por Jorge Luis Montiel
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