Y un día sucedió el hecho histórico en Cuba. Nadie sabe bien cuándo, porque las cosas en el país caribeño se manejan de esa manera: sin demasiada información.
- El miércoles deja la presidencia Raúl - contó el taxista que me llevaba al centro de La Habana.
- ¿Harán un acto?
- No. Esas cosas las deciden ellos y la hacen entre ellos. Nosotros con suerte nos enteramos- se sinceró el conductor.
Tras 59 años de revolución, finalmente sucedió: Raúl dejó la presidencia que le cedió su hermano Fidel y tras seis décadas, ningún Castro quedó en el poder de Cuba. Ninguno de los arribados en el mítico yate Granma, que se exhibe en el Museo de la Revolución, dirige los designios del país, aunque el pueblo adormecido no repara en lo que sucede.
Cuba es un país embalsamado. Tildado en la revolución del ‘59. Por eso todo rememora aquella gesta heroica donde un grupo de guerrilleros, junto a un pueblo hastiado, corrieron a Fulgencio Batista y a su gobierno pro norteamericano para instalarse en el poder. A la revolución la mantienen vivas desde los carteles en la ruta hasta el periódico Granma, que desde la tapa se ocupa de rememorar gestas históricas anti imperialistas: esta semana, la batalla de Playa Girón, sucedida hace 57 años.
El taxista que me llevó hasta el hotel es un estereotipo que se repetirá hasta el hartazgo en La Habana, un cúmulo de contradicciones: maneja un coche ruso, pero tiene la bandera de Estados Unidos colgada del espejo retrovisor. Protesta contra el Gobierno, pero trabaja para ellos. Cruza por la plaza de la Revolución y señala a Ernesto “Che” Guevara como a su ídolo, pero luego reniega de una revolución que le impide vivir cómodamente y le pone trabas para salir del país.
Mientras tanto Raúl dejó la presidencia con la intención de que nada cambie. “La revolución socialista sigue encendida. No hay nada que apague la voz de un pueblo enardecido”, dice el Granma, aunque la llama de los cubanos este cada vez más extinguida.
La elección. “Se adelanta el inicio de la sesión constitutiva de la Asamblea Nacional del Poder Popular” con ese título se informaban en los medios que el miércoles 18 sería el día de la elección. 605 diputados encerrados en el Palacio de Convenciones decidieron quién sucedería a Castro Ruz.
No hubo transmisión en directo de la sesión: apenas el canal oficial filmando desde el lobbie del lugar. Adentro se decidían los designios del país: el pueblo no sabía qué sucedía, aunque nadie sospechaba que pudiera haber ninguna sorpresa. Hay un partido único y verticalista.
El hermano de Fidel, con 86 años, creyó que era necesario dejarle lugar a la nueva generación. Es el momento clave para saber si la llama de la revolución sigue viva: 530 de los 605 diputados de la asamblea nacieron después de iniciada la gesta histórica. La edad promedio de los electores es 49 años y el 53% son mujeres.
- Nosotros votamos también. Ustedes creen que no, porque no les informan eso. Pero sí lo hacemos- me asegura una vecina.
El sufragio es altamente indirecto: la gente elige a representantes municipales, ellos a los provinciales y estos a los asambleístas que deciden quién será el presidente.
No se escuchan voces disidentes en el camino, aunque los diputados hablen de una oposición casi fantasmal: “defenderemos la democracia, aunque a muchos le duela”, afirma una legisladora. “Uno dirá que esto es una falsa representación, pero partió del pueblo”, refuerza el periodista que conduce la transmisión oficial.
El elegido de la asamblea es el ex vicepresidente de Raúl, Miguel Díaz-Canel, un ingeniero electrónico de 57 años. "Habrá presidentes en Cuba siempre defendiendo la Revolución y serán compañeros que saldrán del pueblo", confesó entonces para el canal Telesur. Y agregó: "La revolución es atacada en medio de una situación que se ha ido deteriorando. Se ha estado deteniendo todo aquel proceso de mejoramiento de relaciones con EE.UU. ante una administración que ha ofendido a Cuba. Se volvió a la retórica de la Guerra Fría”, aseguró en referencia al presidente Donald Trump. Solo faltaban detalles para que fuese oficializado como nuevo presidente.
Ritmo cubano. Cuatro Mercedes Benz esperan en la puerta del ministerio de Salud, en la calle 23. Nadie pregunta por qué algunos funcionarios tienen esa ventaja. Nadie hace reproches, al menos en voz alta.
En la intimidad, y ante el interrogante curioso de un turista, son muchas las voces que reprochan al Gobierno. Pero casi entre susurros, con temor. No hay disidencias al Partido Único de la Revolución. Tampoco habría medios donde publicarlo, todo le pertenece al Estado.
Con un sueldo promedio de unos 20 CUC (poco más de 20 dólares) y un máximo para profesionales de 40 CUC, el estilo de vida de los vecinos de La Habana se reduce a comer: “Al menos podemos alimentarnos”, se consuela uno. El salario promedio equivale a tres pollos o a unos 40 tomates. Algunos detalles de unas vidas sufridas que encuentran en el mercado en negro con los turistas (entre propinas y habanos de dudosa procedencia) una forma de darse respiro.
Eso sí, la calidad de vida aumenta con el nivel de seguridad que tienen: es absoluto. “Si yo cometiera un delito, no solo perdería mi trabajo sino que perjudicaría el futuro de mis hijos. Por eso nadie piensa en hacerlo”, intenta explicar un vecino de la calle Obispo, una de las centrales de La Habana Vieja.
La modernización de la economía será uno de los objetivos del nuevo presidente cubano. La demostración de que se puede gobernar y continuar con las ínfulas revolucionarias, a pesar de no haber estado con el ejército Rebelde que echó del poder a Batista, es otro de los puntos cruciales.
Del otro lado del caribe, el enemigo ya les mostró sus cartas. Se acabaron los aires de apertura que habían caracterizado a la gestión de Barack Obama en Estados Unidos. Donald Trump no maquilla sus intenciones. Argumento que calza justo con los objetivos revolucionarios que la dirigencia cubana quiere seguir fogoneando en su pueblo. Sin los Castro, pero al pie del cañón como en el ‘59.
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