Andrés Ibarra es Macri. Por donde se mire al nuevo segundo de Marcos Peña siempre se obtiene el mismo resultado: un hombre puro de Macri, como algunos otros pocos en el Gabinete que acompañan al líder del PRO desde hace décadas. Sin embargo, Ibarra tiene el raro privilegio de no pertenecer exclusivamente al círculo íntimo de Mauricio. En el pasado se ganó el respeto de Franco, el patriarca, a través de años de trabajo y de negocios en Socma, e incluso entró al Clan luego de darle clases de economía a Gianfranco, el hermano del mandatario que ahora está a cargo de la empresa familiar. Esta semana arribó a las primeras líneas del oficialismo el hombre a quien Macri le confió, cuando apenas estaba dando sus primeros pasos en el mundo privado, el cuidado de que su acaudalada billetera no pierda un peso más de lo necesario. Además, llegó ahí alguien que escaló desde una simple pasantía en Socma hasta la cima del poder, y no va a ser fácil que pierda ese lugar.
Identikit. Ibarra no tiene el currículum tradicional del hombre PRO. Es un self made man, como lo era Mario Quintana, el ex funcionario a quien Ibarra llegó para reemplazar y con el que mantuvo una sorda tensión durante la gestión. Una ironía: el nuevo vicejefe de gabinete ocupó en estos días la oficina en la Casa Rosada que el empresario expulsado dejó vacía. Ibarra, como el ex CEO de Farmacity, viene de una familia, en este caso de Vicente López, que tiene poco que ver con el mundo de los negocios o la política. El padre de Ibarra era un empleado en el Banco Nación que falleció rápido y que le inculcó la obsesión por el trabajo. Los que se codean con Ibarra lo describen así, con una manía constante por el hacer y, en especial, por los números. Los pocos amigos que tiene en el Gabinete –como Jorge Triaca, Hernán Lombardi o Gustavo Lopetegui- no saben bien dónde nació ese recelo metódico para revisar las cuentas y memorizar las cifras, si fue en su paso como alumno pupilo en el estricto Liceo Militar General San Martín, de donde mantiene, hace casi medio siglo, su círculo íntimo de amistades, o los estudios de Economía en la Universidad Católica, pero es ese amor por los detalles lo que cautivó a los Macri. Otra ironía: en el peor momento de la relación Vaticano-Buenos Aires, con él llegó a la mesa chica del oficialismo un cristiano convencido que se graduó en la institución religiosa que estuvo muchos años bajo el mando de Jorge Bergoglio.
A Ibarra le gusta contar cómo un recorte de diario le cambió la vida. En el año en que Argentina logró su primer campeonato mundial de fútbol, mientras el país se desangraba a fuerza de plomo y desapariciones, el actual Secretario de Modernización tenía 21 años y ganas de progresar. Su padre había muerto hacía poco y trabajaba de sol a sol en la extinta financiera Taquini S.A, y en sus ratos libres iba sumando materias y finales a su libreta universitaria. Ahí llegó el diario: lo abrió en un desayuno y vio que en Socma, empresa que en esos años crecía a ritmos acelerados, buscaban un becario en el área de Economía. Fueron sus primeros pasos en el Grupo Macri, como “analista de proyectos”.
Ibarra, ayudado por el vínculo que estableció dándole clases en la UCA a Gianfranco, escaló más rápido que el peso en las recientes corridas cambiarias, y para 1982 se convirtió en Jefe de Finanzas, y en 1987 ya era Gerente de Sideco. Ahí empezó a codearse con el mundo político y en los primeros años de los noventa negoció, como enviado de Franco, la privatización de la empresa pública de abastecimiento de agua, Aysa, que le fue entregada al clan en 1992. Eran los años de la fiesta menemista, donde el mundo entero estaba al alcance de un manotazo para los grandes empresarios que se enriquecieron bajo el manto estatal. En 1993 Ibarra volvió a ser el enviado de los Macri que consiguió de parte del Estado la concesión de la explotación de 120 kilómetros de la Panamericana para Autopistas del Sol, empresa que era parte de Sideco. Ese fue un gran negocio para los Macri, que premiaron con el puesto de Gerente de Recursos Humanos a Ibarra: tan provechoso fue que recién a mitad del año pasado los Macri vendieron las acciones que les quedaba de esa empresa, que continuaba con el control de esa parte de la autopista. Ibarra, como los Macri, también debe su crecimiento a la patria contratista.
Durante esa década Ibarra empezó a padecer, como otros gerentes de Socma como Néstor Grindetti, actual intendente de Lanús, o Leonardo Maffioli, ahora CEO del Grupo Macri, la tortuosa separación entre Mauricio y Franco. Según reconstruye la periodista Gabriela Cerruti en su libro “El Pibe”, todos estos hombres coincidían más, por ideas y edad, con Mauricio, pero veían en Franco a un gran empresario y un hábil líder, y así quedaron entre la espada y la pared del enfrentamiento familiar. No les quedó otra que abandonar el barco junto al actual Presidente. La gota que rebalsó el vaso fue la privatización del Correo Argentino, a la que el hijo de Franco se opuso con tozudez: Ibarra fue, otra vez, el enviado del grupo para negociar con el Estado, y ocupó cargos directivos en la empresa de servicios postales desde 1997 hasta el fines del 2003. Ese fue el año en el que la cuerda se rompió, y Andrés siguió a Mauricio a un Boca Juniors que logró todo lo que se propuso. Las fechas hablan de la relación de Ibarra con Socma y Franco: no fue con Macri al equipo de la Rivera en 1995, año en que el cual actual Presidente logró ser electo, sino siete años después.
Del paso en Boca, donde Ibarra, que fue Gerente General del club y sigue siendo un fanático bostero que continúa yendo a la cancha, quedan algunos recuerdos. Uno es la estrategia que confeccionó en el 2005 junto a Mauricio para que, por primera vez en la historia del club, el Gerente General pueda tener una firma y un voto en la Comisión Directiva, acción por la cual Macri logró superar en números a la facción que respondía al entonces Vicepresidente, Pedro Pompilio, con el que mantenían una dura batalla. Otra es la aceitada relación que mantuvo con Orlando Salvestrini, otro ex directivo de Socma que siguió a Mauricio en su aventura futbolera. Tanto fue así que Ibarra contrató, en Modernización, al hijo de Salvestrini, Gustav Raskov, en marzo del año pasado, un joven que venía de trabajar en el área de Marketing de Boca. El actual vicejefe de Gabinete también se llevó el recuerdo, de esos años, de escribir junto a Macri el libro “Pasión y gestión”.
Del paso en Boca, además, quedó en la historia la contratación de Jorge “el Fino” Palacios como Jefe de Seguridad del club, de quien varios ex Boca aseguran que era cercano a Ibarra. La vida de Palacios es conocida. Policía de carrera, Palacios fue jefe de la Metropolitana de Macri a partir del 2009, y luego quedó vinculado como el gran armador en la causa de las escuchas ilegales, en la cual continúa procesado. Su segundo en esa supuesta obra de monitoreo ilegal de opositores, el espía Ciro James, estaba contratado en el Ministerio de Educación, que presidía Mariano Narodowsky. Tanto James como Narodwsky continúan procesados. Por los pagos de Narodowsky, un académico de larga carrera en la educación que perdió el cargo luego de que saltó el escándalo, todavía supuran bronca contra Ibarra, a quien le achacan haber sido el nexo con James y Palacios. Esteban Bullrich, ahora senador, también lo padeció cuando reemplazó a Narodowsky. “Es muy difícil tener abajo a un tipo que es 100% de Macri, tenés que hacer tu gestión con un poder paralelo”, señalan hombres del PRO.
Ibarra luego se convirtió en secretario de Recursos Humanos de la Ciudad. Esa cartera, en el 2011, se reconvirtió en el Ministerio de Modernización porteño, cargo que ocupó hasta que Macri ganó las presidenciales y lo llevó al mismo lugar pero a nivel nacional. Ese ministerio es similar al puesto que ocupó en Socma: es, entre otras cosas, el encargado de los recortes y despidos de personal. “El ministro que ajusta ministros”, lo apodaron funcionarios que sufrieron que Ibarra les controle las cuentas. Que Macri lo haya encumbrado en el recambio de figuras del Gabinete es toda una señal de austeridad.
De la gestión nacional de Ibarra destacan varios momentos: haber logrado erradicar el uso de papel de todos los procesos internos del Estado, que ahora son digitales, y la suma de una gran cantidad de trámites digitales, a través del Sistema de Identidad Digital, y la denuncia que le hizo la entonces diputada Margarita Stolbizer, por el contrato que Modernización hizo de la consultora Labcom, por el cual se pagó $1.200.000. Según la denuncia, Labcom es una empresa altamente irregular: no tiene registrado ningún empleado y jamás pagó un aporte. Además, sus tres socios eran funcionarios públicos al momento de la contratación, e incluso uno comparte un condominio con el Presidente en Salta.
Presente. Ibarra, que cultiva un perfil bajo, está casado con Carla Piccolomini, diputada nacional de Cambiemos, y tiene cuatro hijos. Mantiene un envidiable estado físico y juega los miércoles los picados de fútbol con funcionarios en Olivos y los jueves con sus amigos. Los que lo sufrieron en cancha dicen que es un cinco cerebral y de buen pase largo, y que, a sus 61 años, tiene la calidad intacta. El deporte –también practica tenis y golf-, es su cable a tierra, junto a su familia.
El domingo 2 de septiembre Ibarra entró por la tarde a la Quinta Presidencial. Unas horas antes Macri y Peña le habían notificado a Quintana que no requerían más de sus servicios. Cuando llegó Ibarra, estaban listos para ofrecerle ese puesto. Lo hicieron en una reunión entre los tres. El ex Socma se convirtió, días después, en el primer vicejefe de gabinete de la historia del país: hasta el miércoles tres, día en que el decreto 802 que lo nombró en ese cargo salió en el Boletín Oficial, la figura del vicejefe era sólo simbólica.
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