La Iglesia, en tanto institución milenaria, apuesta a que los problemas vinculados a los curas abusadores y su encubrimiento se morigeren, para que, finalmente, el tiempo diluya sus efectos negativos sobre la imagen de la Santa Sede. Ese es el objetivo de fondo de la hábil estrategia comunicacional de Francisco, que se apoya en anuncios y numerosos e incansables pedidos de perdón. Dos hechos lo desmienten categóricamente.
En 2015, cuando un emisario contactó a Julieta Añazco para invitarla Roma, donde el Santo Padre le ofrecería su perdón en público, la referente nacional de la Red de Sobrevivientes de Abuso Eclesiástico de Argentina le contestó que iría sólo si en el mismo acto se comprometía ante todos a hacer los cambios de fondo que vienen reclamando este tipo de organizaciones. Básicamente, transparencia y simetría entre las partes durante la realización de los juicios canónicos; y la entrega de los sacerdotes sospechados y la información pertinente a la Justicia ordinaria.
El segundo es el informe del Comité de Derechos del Niño de Naciones Unidas, que, en enero de 2014, sentenció que el Vaticano “no ha tomado las medidas necesarias para hacer frente a los casos de abuso sexual infantil”. En septiembre de 2017 venció el plazo para que Francisco respondiese, demostrando que estaban produciéndose las transformaciones exigidas para desmantelar la mecánica del horror. Nada de eso pasó.
*Periodista. Autor de "La trama detrás de los abusos y delitos sexuales en la Iglesia Católica" (Ed. Random House).
por Julián Maradeo *
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