Enfundado en un conjunto deportivo, Carlos Menem recibe a la familia a almorzar en su casa. A los 88 años, vive solo, rodeado de empleados domésticos y custodios. A la mesa se suman su ex, Zulema Yoma, sus hijos Zulemita y Carlos Nair, el hermano Eduardo y los sobrinos Martín y Adrián. Lo llaman “el prócer”.
Hablan de los nietos y de River, pero esquivan las noticias judiciales que mantienen expectante al ex presidente: tras festejar la absolución por el contrabando de armas, lo preocupa la condena por el pago de sobresueldos, que podría derivar en un pedido de desafuero. Confía en que la misma Cámara de Casación que lo condenó le permita llevar el caso a la Corte. El plan está en marcha. Sólo debe esperar.
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Intimidad. Las puertas de su casa están abiertas para todos, menos para Cecilia Bolocco. El propio Menem lo anunció en Twitter cuando Máximo, el hijo de ambos, acusó a Zulemita de impedirle ver a su padre. Quienes conocen de cerca los movimientos del riojano cuentan que está lúcido y sano, aunque “ya no es el mismo Menem de cuando era presidente” y le cuesta caminar. Por eso va poco al Senado, donde este año presentó sólo dos proyectos.
Las reuniones políticas también son en su casa. “Recibe a asesores y a ex funcionarios que hoy están vinculados a Macri”, dicen en su entorno, sin dar nombres. Aseguran que “pasan a saludar o a pedir algún consejito”. Menem no quiere opinar en público de la performance del Gobierno. Pero en privado se preocupa por el rumbo económico. Todas las charlas terminan en anécdotas de cuando logró “domar una inflación del 5.000 por ciento anual” o de ese país en el que “no existía la grieta y había firmeza en el manejo de la seguridad”.
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En mayo pasado se le escuchó la voz. Entre carraspeos presentó su libro “Mi vida y mi historia política” y “bendijo” a Miguel Ángel Pichetto para el 2019. Justamente su amigo y jefe de bloque en el Senado es el guardián de sus fueros.
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