Los más encumbrados funcionarios del Gobierno atraviesan un estado emotivo muy particular. Y no es para menos. Garantizar cada pasito de una cumbre como la que se está llevando a cabo en Buenos Aires implica una cadena de desafíos enormes, precisos, coordinados. Decir “los líderes más importantes del planeta” es fácil. No así tenerlos en casa bien cuidados, bien atendidos y en las mejores condiciones posibles para que, incluso, se peleen a solas.
El llanto de Mauricio Macri en el Teatro Colón fue la exteriorización incontenible de un mundo de sensaciones. Brote de argentinidad al cabo del efectivo show onda Tinelli. Noción de ser el centro: su rol protagónico es el de anfitrión, no el de líder universal ni de árbitro y lo desempeñó muy bien. Natural derrame de ego: este G20 representa, también, el examen más vistoso del mayor desafío de su vida. Hasta la calle lo ayudó, allá lejos tras el círculo militarizado de control, para que la fiesta fuera completa. La protesta, multitudinaria, transcurrió en tiempo, en forma y en paz.
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Patricia Bullrich era, después de Macri, la autoridad más tensa y en la mira desde antes del arranque del cónclave. River, Boca, las internas fútbol-poder y la Policía de la Ciudad se la habían hecho más difícil todavía en la previa. Al evaluar los acontecimientos callejeros del viernes 30, a la ministra se la vio exultante, cual DT victorioso al cabo del primer tiempo. Realzó una “convivencia pacífica” de la que no parecíamos capaces.
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Ayer, en este mismo espacio, señalábamos que también los movimientos sociales tenían la oportunidad histórica de demostrarle al país que habían pasado su etapa adolescente. Salvo en los discursos superficiales, consignistas, pasaron la prueba. El acuerdo previo Gobierno-piqueteros resultó efectivo, maduro en la diferencia. Posible, sobre todo. El que protesta, protesta. El que controla, controla. Podemos hablar, diría Kusnetzoff. Y mañana la seguimos.
Pero por eso mismo, cuidado: este G20, desde el punto de vista político-social interno, demuestra que ni anteayer estábamos tan al borde de la insurrección ni pasado mañana estaremos reconciliados en el ámbito paradisíaco de un país normal. La Argentina sigue siendo la Argentina, con sus conflictos, sus inequidades, sus infantilismos y sus especulaciones electoralistas.
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Parece que los argentinos, cuando tomamos noción de que nos están observando sin necesidad de llamar la atención para que nos miren, tendemos a portarnos un poquito mejor. Claro que la adicción al qué dirán, acaso fruto de un modelo educativo que aún sigue dejando alguna huella, conlleva un problema: ojalá este G20 signifique un service de autoestima.
Este G20 tiene, para nosotros, un sentido instructivo invalorable. La “izquierda” puede ver de cerca el ambicioso capitalismo de los comunistas chinos. La “derecha” tiene a mano, en vivo y en directo, el unilateralismo conservador y proteccionista de los libremercadistas estadounidenses. El doble discurso de los europeos. La autosuficiente soledad de los rusos… Está bien, de vez en cuando, dejarse llevar por el efecto narcótico de las emociones. De carne somos. Pero ojalá este G20, con el mundo y sus problemas tan entre nos, sirva para elevar la vara del debate y ponernos a trabajar en serio en quiénes pretendemos ser.
*Jefe de redacción de NOTICIAS.
por Edi Zunino*
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