En el pueblo de Le Puy en Velay viven menos de 20 mil personas. Por allí pasa una de las etapas francesas del Camino de Santiago de Compostela y durante el último mes, es uno de los lugar donde más impacto han tenido las manifestaciones de los Gilets Jaunes (Chalecos Amarillos en francés). Los manifestantes no hacen nada en particular, se juntan en las rotondas de las rutas, sin interrumpir el tránsito, sin violencia y festejan cuando algún vehículo les hace sonar la bocina en señal de adición. Diferentes grupos ocupan diferentes rotondas a las salidas de la ciudad. No hay contacto entre ellos. “Los de las otras rotondas son muy radicales”, dice uno de los manifestantes a NOTICIAS.
En Le Puy en Velay se resume la esencia de los Chalecos Amarillos, este movimiento que está poniendo en jaque al gobierno de Emmanuel Macron -y al sistema económico mundial por igual-. Ubicado en el centro de la Francia semi rural, con pobladores de recursos medios y bajos, el pueblo no cuenta con un sistema de transporte público integrado y eficiente que permita a las personas desplazarse a sus lugares de trabajo. El sistema sanitario también funciona mal, lo mismo la educación y los otros servicios públicos. "Sin el auto, no hay forma de ir a trabajar y cada vez se hace más difícil llegar a fin de mes", apuntan.
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Cuando el gobierno de Macron anunció la suba del impuesto a la gasolina para el 2019, la gente explotó. Fue la gota que rebalsó el vaso, dicen. “Ras-le-bol”: hasta el raz, una de las frases que más se escuchan en las marchas junto a “Macron dimisión”. A la pérdida del poder adquisitivo, los trabajos precarios y los impuestos cada vez más altos, la gente salió a defenderse con lo primero que encontró en el baúl: el chaleco amarillo obligatorio para casos de emergencias. Todos los franceses tienen uno en su auto, un chaleco que los iguala aún en las diferencias, neutral y poderoso símbolo de identidad.
“La gente dice que lo que los une es el odio visceral a Macron, un odio personal, porque creen que desprecia a la gente. Altivo, distante de los problemas comunes, un Presidente que beneficia a los ricos”, le dice a NOTICIAS Belarmino Fragoso, periodista español residente en París que ha cubierto todas las manifestaciones del movimiento.
Y es que las huelgas iniciadas el 17 de noviembre pasado no comenzaron en París, sino que llegaron a la capital como una forma de hacerse notar “desde lejos”. Muchos de los que participan en las manifestaciones son abstencionistas, nunca habían votado o habían votado en blanco, un fenómeno que se repite en toda Europa y que de alguna medida, ha posibilitado la asunción de partidos de ultraderecha xenófobos.
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Ecología. “Hace más de dos años que estamos luchando contra las reformas del Código de Trabajo”, cuenta a NOTICIAS Rachid Benouaret, un ambientalista de París que ha participado activamente en las huelgas de los chalecos amarillos así como en las masivas marchas del 2016 contra la reforma laboral. El descontento popular viene desde hace años, cuenta, desde cuando Nicolas Sarkozy dejó sin efecto un referéndum votado por el pueblo francés en contra de la Constitución Europea, allá por 2005.
“El movimiento Gilets Jaunes no va a parar, cada semana hay más gente que está consciente de que el problema no viene de los políticos sino del sistema. Este movimiento se desarrolla poco a poco, no se creó en un mes. Después de Sarkozy vino Hollande, pero siempre es la política de la Comunidad Europea. El 80 por ciento de los impuestos que pagamos aquí en Francia sirven para pagar la deuda externa. Esto es una trampa”, agrega el francés.
Heterogéneo. “No hay líderes, es un movimiento muy espontáneo pero la mayoría es gente de principios progresistas. El porcentaje de derecha es mínimo aunque los medios digan lo contrario. No estamos en contra de los impuestos sino que queremos un impuesto justo, que se pueda pagar”.
Los Chalecos Amarillos nacieron de Facebook. Es en esa red social donde se organizaron las primeras propuestas. Sin un portavoz identificable, este monstruo sin cabeza no cuenta con alguien que pueda sentarse a negociar con el gobierno. Simpatizantes de Marine Le Pen (extrema derecha) y de Jean-Luc Mélenchon (extrema izquierda) se entrecruzan en las calles con el grupo llamado Gilets Jaunes Libre, una de las facciones más moderadas, los Chalecos amarillos solitarios y hasta los infiltrados: “Hemos visto infiltrados en las huelgas. Cuando la manifestación fue al Arco del Triunfo, nos encontramos con que la puerta de acceso estaba abierta con muy pocos policías. Luego, vino un grupo con pasamontañas y comenzaron a hacer los disturbios, que son las imágenes que salieron en televisión. Eso lo vi con mis ojos”, cuenta Rachid. Pero también están los Chalecos Amarillos más recalcitrantes, los más radicales, que simplemente quieren echar a Macron y hacer un cambio radical del sistema político-económico, para quienes nada de lo que haga el gobierno los dejará tranquilos.
Los sindicatos están participando de las marchas a través de la CGT, la Confederación General del Trabajo, cuyo secretario general Philippe Martinez, claro opositor al gobierno, ha declarado que el Presidente de la Nación “no entiende nada”, llamando a seguir movilizándose el próximo sábado.
La tardía respuesta del presidente francés fue en cadena nacional, anunciando la suspensión del impuesto a la gasolina por seis meses y el otorgamiento de un bono de 100 euros para los que perciben el salario mínimo. Un intento por frenar las marchas que a estas alturas han sumado reivindicaciones mucho más profundas a sus reclamos, que van desde una nueva Constitución y voto de leyes a través de referendums directos al estilo de Suiza, la salida de Francia de la OTAN y de la Unión Europea, y el freno a la inmigración masiva entro otras muchas.
por Carla Oller
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