En los 36 años que se cuentan desde el regreso de la democracia en España, ningún partido de extrema derecha había logrado escaños en el parlamento de Andalucía, bastión indiscutido de la centro izquierda del PSoe, el Partido Socialista Obrero Español. Pero el 2 de diciembre de 2018, un nuevo jugador, Vox, metió 12 diputados de un sólo plumazo. Y el impacto de este hecho todavía se intenta asimilar.
Marco. Andalucía es la comunidad autónoma más poblada de España, con 8.379.820 ciudadanos y representa el 18 por ciento del total del país en términos poblacionales. Es además, la comunidad más extensa y la más pobre: el 23 por ciento de su población está desocupada: la tierra del sur es hoy uno de los puntos con más desigualdad del territorio español y sus costas, son la nueva puerta de entrada de los inmigrantes africanos.
Hasta ahora, ningún partido español se había atrevido a utilizar el rechazo a la inmigración ilegal como bandera política. Pero Vox dijo lo que nadie se animaba, y España, la excepción dentro de Europa, se suma a la larga lista de los movimientos xenófobos que nacen de la crisis humanitaria y política de un bloque que pugna entre reciclarse y desaparecer.
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Autoritarios. Alemania, Italia, Polonia, Hungría, Austria, Suecia. En toda Europa, los votos hacia partidos de ultraderecha se han triplicado en los últimos 20 años. Y no se trata de que la gente se volvió intolerante de golpe, sino más bien de una radicalización hacia la derecha de un pensamiento a priori conservador.
En el caso de España, y particularmente de Andalucía, aquellos votantes del Partido Popular (PP) o de Ciudadanos, -ambos de derecha-, se inclinaron hacia Vox en las últimas elecciones al considerar a los partidos tradicionales como “blandos” ante las nuevas problemáticas que los españoles consideran urgentes.
Sentido inverso siguen, a su vez, los partidos progresistas: el Psoe por ejemplo, si bien fue el primer partido en porcentajes, perdió cantidad de votos y la mayoría en el parlamento andaluz. Y Podemos, el partido de los indignados, no logra captar a un electorado que escapa decepcionado de las urnas.
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Los de derecha se ponen más de derecha, y los de izquierda, descreen de la democracia. Pero hay algo más, cuando se leen los números de la elección en Andalucía se puede ver que hay más participación electoral en los distritos de mayores ingresos (que es donde Vox sacó más puntos), que en las barriadas más bajas (donde Vox salió último). La desigualdad en la participación política también tiene una lectura de género: el 70 por ciento de los electores de Vox son hombres. Si se tienen en cuenta estos fenómenos y el hecho de que el nivel de abstención en esta elección fue superior al 40 por ciento, la lectura sobre el avance del pensamiento neofacista puede aclararse, aunque no moralmente.
“Nos identificamos más con Marine Le Pen y con Trump que con Angela Merkel, que está destruyendo Europa, abriendo las puertas a la inmigración masiva y a la destrucción de la soberanía de los Estados nacionales. Nosotros tenemos una posición muy firme en materia migratoria, lo que no era un debate hace 20 años; tenemos una posición muy clara en cuanto al actual estado de las autonomías”, dice Santiago Abascal Conde, el joven presidente de Vox, ex militante del PP.
“Lo que se ha estropeado durante 40 años, no se va a arreglar de la noche a la mañana”, dijo Abascal en un claro guiño al Franquismo. “Soy partidario de la discriminación”, arrojó, compartiendo igual nivel de irresponsabilidad en sus declaraciones que el ministro del Interior italiano, Matteo Salvini, el líder más sobresaliente de este nuevo movimiento populista europeo, autoritario, nacionalista y conservador, que busca la figura del “hombre fuerte” que proteja a los ciudadanos de las amenazas externas pero también internas.
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Voces. Otros representantes de Vox también tienen facilidad para las declaraciones polémicas. Francisco Serrano Castro por ejemplo, un juez de familia de Sevilla, líder de la agrupación en Andalucía acusó al movimiento feminista de ser un “yihadismo de género”. Serrano Castro había sido inhabilitado por 2 años tras permitir una salida de un menor con su padre, en contra del régimen de visitas y del consentimiento de su madre. Y Eugenio Moltó, cabeza de lista por Málaga, aseguró sin titubeos que el franquismo no fue una dictadura. Una ama de casa, una médica, un ex integrante de la Guardia Civil y hasta un piloto son algunos de los personajes de Vox que llegarán al parlamento andaluz, todos con poca o nada experiencia política.
Pero no sólo la cuestión de los inmigrantes saca de las casillas a un porcentaje de la población española que se inclina por las derechas: la precariedad laboral, la falta de empleo y la recesión que los gobiernos del “establishment”, -Psoe y PP-, han llevado adelante, guiados por una UE intrusiva a las órdenes de Alemania, fastidian en grande.
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Con una economía endeudada, España no puede más que seguir las recetas que Bruselas impone. Pero el bloque aparece como el responsable de la pérdida de calidad de vida. “Somos euroexigentes frente a los europapanatas que sólo quieren obedecer los dictados de los burócratas globalistas de Bruselas”, expresó Abascal Conde en un canal de televisión.
Los casos de corrupción (como la salida de Mariano Rajoy), y el desencanto que estos partidos demócratas generaron en las últimas décadas, deja sin adversarios reales a estos partidos de derecha que levantan banderas de nacionalismo, el retorno a la soberanía nacional, la mano dura y los derechos garantizados “para los españoles primero”.
El otro factor determinante en la vida política española hoy es la cuestión territorial. Nada ha calado tan hondo en la vida de los españoles como la pretensión de independencia catalana, algo central en la agenda política y ciudadana que Vox ha sabido capitalizar. El “orgullo nacional”, con las banderas en los balcones y el pensamiento de que “Hay una España y no 17”.
Mientras tanto en Andalucía, los partidos conservadores del PP y Ciudadanos están intentando formar una coalición con la ultraderecha para gobernar, corriendo definitivamente del escenario al maltrecho Psoe, mientras Podemos e Izquierda Unida buscan desesperadamente matar al monstruo antes que termine de nacer.
por Carla Oller
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