Para muchos desconfiados, el hecho confirmó que Trump es un títere de Vladimir Putin.
Si algo no debía hacer en ese puñado de días tan turbulentos, era tomar una decisión que lo mostrara funcional a los designios geoestratégicos de Rusia. Sin embargo, el magnate que ocupa la Casa Blanca empezó a preparar la retirada de las tropas de norteamericanas que se encuentran en Siria.
Nada más acorde a los deseos del Kremlin. Quienes aplaudieron complacidos el anuncio no fueron los estrategas del Pentágono, sino los liderazgos de Siria, Turquía, Irán y Hizbolá, además del hombre que introdujo a Rusia por primera vez en un conflicto lejano al espacio geográfico que la circunda. Mientras los generales brindaban en Moscú, Damasco, Teherán, Ankara y el cuartel general de Hizbolá en Beirut, en Washington dimitía como secretario de Defensa el general Jim Mattis, dejando en claro su desacuerdo con el presidente.
Tan funcional a las fichas rusas en el tablero estratégico es la decisión de Trump, que la escalofriante advertencia que a renglón seguido hizo Putin sobre el peligro de una guerra nuclear pareció destinada a salvar la imagen del presidente norteamericano. Se refería a la decisión de dejar sin efecto el tratado sobre misiles de alcance intermedio (INF) que habían firmado Reagan y Gorbachov en 1987.
Por cierto, aquel tratado que desmanteló proyectiles estadounidenses Pershing 2 y soviéticos SS-20, fue clave para alejar el peligro de un holocausto en Europa y para desactivar la Guerra Fría. Pero no está claro si la decisión de Trump al respecto constituye de verdad un desafío a Rusia, o es una simulación acordada para dar imagen de tensión y enfrentamiento donde en realidad hay entendimientos secretos. Al fin de cuentas, a esta altura, los Pershing y los SS-20 podrían estar obsoletos y cerca de ser reemplazados por una nueva generación de misiles.
En cambio la retirada incondicional de Siria no parece una simulación sino un regalo (o un pago) de alto valor estratégico que le hace Trump a Putin, incursionando en inmensas contradicciones como beneficiar a Irán regalándole un corredor directo por tierra con Hizbolá a pesar de haber reimplantado las sanciones económicas aunque Teherán.
Pero la principal beneficiada es Rusia. La participación de la potencia euroasiática en ese conflicto del Oriente Medio fue tan exitosa que logró salvar al régimen alauita de una segura derrota, ayudándolo a recuperar gran parte del territorio que había perdido. De ese modo, aseguró la permanencia de su base naval en Tartus y la continuidad de un gobierno árabe sobre el que ejerce una gravitación determinante.
Lo único que le falta a la victoria rusa, es que el régimen que responde a Moscú controle la totalidad de Siria, para lo cual necesita no sólo acabar con los diminutos remanentes de ISIS y de los grupos ligados a Al Qaeda, sino también con las milicias del sunismo moderado que iniciaron la rebelión armada, y con los kurdos que controlan las tierras habitadas por esa etnia en el noreste sirio. Y para aplastar a esas fuerzas necesita que Estados Unidos las deje libradas a propia su suerte.
Trump le está haciendo ese favor. El anuncio que hizo describe una retirada incondicional. No medió una negociación en la que participaran esas milicias, ni Washington acordó con Moscú y Damasco nada que les garantice no ser aniquiladas.
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Los kurdos cumplieron un rol clave en la lucha contra ISIS. Fueron la más heroica resistencia al califato genocida que convirtió en un campo de concentración los vastos territorios que había conquistado en Irak y Siria. Ni el ejército local ni el de Turquía los ayudaron cuando los sanguinarios jihadistas del califa Abú Baker al Bagdadí los sitiaron en la ciudad mártir de Kobane. Sin embargo, los kurdos están por ser nuevamente traicionados, como lo fueron en 1923 cuando el Tratado de Lausana enterró el Kurdistán independiente que había establecido tres años antes el Tratado de Sevres.
La retirada incondicional que pretende Trump abandona a las milicias kurdas al peligro de ser atacadas por el ejército turco, en el norte, y por el ejército sirio y las fuerzas iraníes en el centro y en el sur. Moscú, Ankara y Damasco están alcanzando en las negociaciones de Astaná (Kazajstán) entendimientos que aumentan la vulnerabilidad de esas milicias, tan cruciales para conseguir la derrota del Estado Islámico.
Pero los kurdos no serán los únicos traicionados por Trump. También las llamadas Fuerzas Democráticas de Siria (SDF) quedarán desguarnecidas, a pesar de haber colaborado estrechamente con Washington en la guerra contra el Califato.
Por eso sonrieron satisfechos con el anuncio de Trump fueron Asad y Erdogán. Los dos saben que le deben este favor al presidente de Rusia.
La justificación que dio el jefe de la Casa Blanca es que la potencia occidental había entrado en Siria para combatir a ISIS y, como ISIS ha sido derrotado, ya no es necesario que las tropas permanezcan allí. Falso. Los expertos le explicaron que organizaciones de las características de ISIS son como el ave Fénix. Además, en la pequeñísima porción de territorio que unos cinco mil jihadistas aún controlan a orillas del Éufrates, hay yacimientos petroleros y, por ende, la posibilidad de volver a financiar reclutamiento y compra de armas para retomar la ofensiva.
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La única explicación lógica de la decisión de Trump es inconfesable: la funcionalidad que la retirada tiene para la apuesta geopolítica de Putin en Oriente Medio. Y el precio que paga Washington por ese favor al líder ruso, es la traición a las milicias aliadas de los norteamericanos en ese atroz conflicto.
Para colmo, con monumental negligencia, lo anuncia en el mismo puñado de días en que su ex abogado Michael Cohen confesó haber mentido al Congreso para encubrirlo en la investigación de las operaciones que hizo Rusia, precisamente, para convertir al amigo multimillonario en presidente de los Estados Unidos.
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por Claudio Fantini
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