Una secuencia de eventos políticos y diplomáticos transformaron en poco más de 10 días, la realidad del Mercosur, del Continente Americano y del Mundo, a partir del “efecto Venezuela”.
Por primera vez desde la crisis económica y política, Maduro se ve enfrentado a la presión internacional por la aparición de una oposición unida. Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional, fue nombrado mandatario interino para normalizar la situación democrática de la mayor reserva petrolera del mundo. Y a partir de este evento, todo cambió.
El mundo se dividió en torno de Venezuela: Estados Unidos y la mayoría de los países de América Latina (incluyendo un tibio apoyo de la Unión Europea) apoyan a Guaidó; Rusia, China y la izquierda latina, banca a Maduro
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De alguna forma, Venezuela dio inicio a un nuevo orden geopolítico donde los intereses se mezclan entre humanitarios, democráticos, políticos, pero también económicos: Estados Unidos es el principal importador del petróleo, mientras China y Rusia son las mayores acreedores de la deuda venezolana.
Mientras estos gigantes juegan para los medios, la OEA presiona para una solución urgente, pero lo más importante, poco piensan en el pueblo venezolano que vive entre la desolación y la esperanza. Esperanza en que el Vaticano que, como actor (teóricamente) neutral, pueda hacer un llamado a la paz y a la ayuda humanitaria como prioridad de todos (Francisco ya fracasó como mediador para una solución democrática y pacifica).
Y la desolación: una definición interna por medio de la definición de las fuerzas armadas apoyando a sobreviva políticamente, pero limitando su acción.
por Gustavo Segre
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