Estimado lector: esta nota es arbitraria pero no carece de cierto criterio. Aprovechando estos meses en el que el ocio se hace (un poco) más abundante, la idea es recomendarles una película de cada género importante del cine. En realidad la noción misma de “género” es mucho más lábil de lo que puede pensarse. “Western” es un género (definido por una iconografía, un territorio y una época precisos), pero “animación”, para muchos, también (cuando se trata de un conjunto de técnicas: puede haber comedias, dramas o lo que fuere “animados”).
Sin embargo, vamos por lo simple: western, musical, melodrama, terror, comedia (cómica y romántica), ciencia ficción, policial negro, animación y superhéroes, que por volumen de películas y peso en la cultura popular -amén de un “canon” narrativo- ya es un género por derecho propio. La intención un poco lúdica y un poco didáctica es que, con esta lista, se acerque a las formas del cine popular y después pruebe por las suyas. Segunda advertencia: el cine nació realmente en Hollywood, allí se generaron sus reglas. Negar Hollywood es como amar el arte pictórico y odiar el Renacimiento italiano. Así que, dado que esta selección tiene alguna pretensión de ABC, vamos a ir a por la Meca.
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Western. Fue el primer gran género en estabilizarse y el primero en crear una ficción importante (“El gran asalto al tren”, de 1907). ¿Qué es un western? Un relato que transcurre entre el final de la Guerra de Secesión (1861-1865) y principios del siglo XX en la franja que incluye la frontera estadounidense con México (o la guerra con México por Texas) y el centro-oeste desértico de los EE.UU. Es el género de la aventura en espacios abiertos y también el que muestra el conflicto americano (de toda América) por excelencia: civilización versus barbarie.
Probemos con una película de John Ford, paradigma absoluto del género, “Más corazón que odio”: un soldado vencido del Sur (John Wayne) vuelve con su familia en el Oeste. Indios renegados (desplazados por los blancos) matan a esta familia y raptan a su sobrina. Wayne y otro sobrino (mestizo, y el personaje de Wayne encima es racista) pasan años buscándola hasta rescatarla. Está todo: la civilización esquiva, la barbarie, el espacio abierto, los sentimientos reprimidos y, al final, un mundo reconstituido que ya no tiene lugar para el prejuicio. Después puede seguir con “Río Bravo” (Howard Hawks), “El tren de las 3:10 a Yuma” (Delmer Daves) o “Pistoleros del atardercer” (Sam Peckinpah).
Policial. Cuando surgieron las ciudades modernas, el Mal se fue al fango en el submundo, debajo de la “normalidad”. El policial negro, con sus detectives privados un poco al margen de la ley crece sobre todo en la segunda posguerra. Una película arquetípica del género es “Al borde del abismo”. Basada en El sueño eterno, primera novela de Raymond Chandler sobre Phillip Marlowe (de pie), la dirigió Howard Hawks y la protagonizaron Humphrey Bogart y Lauren Bacall. Marlowe investiga un caso complicadísimo que implica filmaciones pornográficas a cargo de chicas de alta sociedad. Más allá de la enorme química de la pareja central, la película dice que tras la normalidad y el lujo aparece algo perverso y oscuro que corroe todo. Después puede seguir por “El beso de la muerte”, de Robert Aldrich y “Sed de mal”, obra maestra de Orson Welles.
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Melodrama. El cine negro es la variedad más criminal del melodrama, y ambos son cines sociales. En el primero, se trata de elucidar la corrupción de las ciudades e instituciones; en el segundo, hay siempre una regla social que las pasiones de los protagonistas tienen que quebrar. El amor no correspondido o prohibido es en estos casos un buen motivo para analizar las prohibiciones y tabúes no escritos de una sociedad.
El clásico del género es el alemán Douglas Sirk, quien además era un maestro en el uso del color y la ironía, con actuaciones apasionadas pero miradas un poco desde lejos. Hay mucho para elegir, pero nos quedamos con “Escrito en el viento”, donde un joven rico con amigo pobre se enamora y casa con la chica que en realidad ama el otro; en el medio hay otra chica bastante mala y problemas con el alcohol.
Musical. El espectáculo es metáfora de lo real para que lo veamos mejor. Nos transforma la cola de la Afip en una ballena blanca, para que nos entendamos. De allí que el musical sea de lo más reflexivo: nos pregunta justamente por qué nos atrae ver baile y canto (spoiler: porque si la vida fuera solo la cola de la Afip, carecería de sentido).
Aunque la película paradigmática sea “Cantando bajo la lluvia” (que además nos cuenta cómo el cine pasó del mudo al sonoro), recomendamos “Brindis al amor”, de Vincente Minelli, que cuenta cómo un artista pretencioso quiere hacer de un musical “ligero” algo “intelectual”, fracasa y un entertainer con mucha calle logra el equilibrio justo. No solo vale la pena por ese tema, sino porque además va a ver bailar a Fred Astaire y Cyd Charisse, que es el equivalente cinemático de escuchar a Mozart o ver la Gioconda. Pruebe luego “Un americano en París”, la más reciente “Moulin Rouge!” y la extraña opera rock de Brian de Palma “Fantasma en el Paraíso”.
Comedia. Es aquello que es falso ostensiblemente y nos permite reír de la desgracia (porque nos dice “ojo que esto es falso, ríase que nadie sufre realmente”). El cine específicamente cómico (el que busca el efecto de la risa) tiene mucha tradición y solo “lo viejo” es tratado con respeto. Así que vamos a una película vieja: “Sopa de Ganso”, de Leo McCarey. Es de los Hermanos Marx, Groucho es presidente de un país que entra absurdamente en guerra, Chico y Harpo son espías que juegan para cualquier bando y la película se ríe de ricos, pobres, militares, abogados e incluso la lógica cartesiana. Nos dice que el mundo es ridículo y la guerra -y la política- mucho más. Luego pruebe “El terror de las chicas” (Jerry Lewis) y “Una guerra de película” (Ben Stiller). La comedia romántica, aunque opta muchas veces por lo cómico, habla del amor, de la felicidad hallada en otra persona.
“Sintonía de amor”, de Nora Ephron, aunque no es un film “fundador” es paradigmático: arranca con una tragedia (un hombre pierde a la mujer que ama y madre de su hijo) y se dirige a la felicidad. Es un cuento de hadas y Meg Ryan y Tom Hanks lo comprenden así, aunque transcurra en Seattle y Nueva York en los años '90. Después, vea “Algo para recordar”, de Leo McCarey, y “Sucedió una noche”, de Frank Capra.
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Animación. Terminemos con lo fantástico, donde pasan cosas que en la realidad no pueden suceder. El cine de animación tiene, por propia técnica, ganado un lugar gigante en ese terreno, y lo que importa es hasta qué punto creemos que esos dibujos, píxeles y muñecos están fijos y el proyector “inventa” que se mueven. Antes de cualquier otra cosa, vea “Fantasía”, el largo de Disney de 1940. Hay muchas razones, pero la principal es que compendia todo lo que puede hacerse con el dibujo animado, desde representar una realidad imposible (el nacimiento de la vida en la Tierra) hasta crear horrores monumentales (el anteúltimo episodio con música de Mussorgsky), pasando por el libre movimiento de formas y colores (el abstracto inicio con Bach) y contar un cuento de hadas (Mickey Mouse y El aprendiz de hechicero). Luego, probar “Mi vecino Totoro”, de Hayao Miyazaki, y “Ratatouille”, de Brad Bird.
Terror. En cuanto al miedo, diferenciar “terror” de “horror”. Lo primero, es el miedo absoluto a ver (pero desearlo, ojo); el segundo, es repulsión por haber visto.
La película que une ambas cosas y también todas las tradiciones del género (la presencia activa del Mal metafísico en el mundo, el horror de sus manifestaciones, el miedo de que el horror surja de lo real, la complementaria idea de que el Mal absoluto implica la existencia del Bien, al que también se le teme) es “El Exorcista”, de William Friedkin. Porque además está filmada con mucho realismo, para que el miedo surja, lentamente, de pequeñas cosas cotidianas, de la incertidumbre total. Anterior, ver “La mujer pantera”, de Jacques Tourneur; posterior, “Príncipe de las tinieblas”, de John Carpenter, ambas por el mismo camino.
Super héroes. Y la ciencia ficción es fantasía pero en lugar de que la “magia” aparezca justificando lo imposible, lo hace una especulación científica. Dado que gran parte del cine de superhéroes es, también, ciencia ficción, recomendamos calurosamente unir ambos géneros con “Iron-Man 3”, quizás de lo mejor del género. No solo es una película donde la tecnología justifica lo imposible, sino que además, con humor, se ríe un poco del tema clásico del superhéroe (cuál es el límite y la responsabilidad moral de un poder sobrehumano) y le hace honor a todo su canon, sin que deje de ser una fantasía (aunque, bien vista, es la biografía disfrazada del propio actor Robert Downey Jr.).
Para seguir por ese camino, ver luego “Batman Vuelve”, de Tim Burton, y “Guardianes de la Galaxia”, de James Gunn. Única garantía en esta lista sumarísima: la va a pasar bien.
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