Llegó casi corriendo. Serio, impecable, casi ejecutivo. Sin hablar, empezó a tocar primero, cual hombre orquesta, a cantar tan profesionalmente como es posible esperar de Aznar, de Pedro, el caballero del rock nacional. Fue con una versión casi sinfónica pero ejecutada por un solo hombre del “Because” de los Beatles. Al paso del concierto la prolijidad cedió lugar a una camisa rosada que escapaba del impoluto traje perfectamente combinado y a un rítmico intercambio de instrumentos: a cada tema, una guitarra, un bajo, un teclado, una caja, un fondo grabado.
Con su voz, con ESA voz acompañada o con varios a capella casi imposibles, con y sin micrófono, llenando e inundando el espacio, llevando al máximo la demostración de la acústica casi perfecta del escenario del Teatro Colón (lindo, tan lindo como había mucho no se lo veía), el alma de Pedro Aznar fue colmando plateas, palcos, galerías superiores. Arte y emoción en un in crescendo imparable. El marco, la excusa, la ceremonia de encuentro estuvieron dados por el Festival Únicos, que ya tuvo a Café Tacvba, a Gustavo Santaolalla, a Lila Downs y que en breve estará recibiendo a Luciano Pereyra y a Juanes.
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Clímax. El recorrido musical que comprendió algunos de los temas más emblemáticos de Aznar de los últimos 35 años en el marco de su gira Resonancia estuvo acompañado por un regalo que cayó entre el público como un don: David Lebon primero (con una versión casi de estudio de su “Dos edificios dorados”, de 1973) y Charly García después, los tres finalmente, sobre ese escenario, el máximo de la Argentina.
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Los monstruos del rock nacional, los dueños de sonidos tan perfectos y de letras tan íntimamente humanas como “A cada hombre, a cada mujer”, se encontraron, se abrazaron, se quisieron, se divirtieron como adolescentes sobre las tablas del Colón. Hasta afinaron sus instrumentos mientras el público festejaba como chico en el día del Niño. Charly, ansioso, entró antes al escenario, y el estallido fue unánime. Un poco perdido entre esos pesados cortinados y los escalones que tenía que subir y bajar cada vez, supo muy bien lo que estaba haciendo cuando cantó “Confesiones de invierno” con menos voz y estridencias que hace una década, pero con una comunicación gestual intensa, intimista, confiada, conmovedoramente pícara. Aznar, con la ternura de la que es capaz en cada una de sus interpretaciones, le dejó todo el espacio necesario y más para interpretar aquél temazo de la época de Sui Generis.
Mirá la entrada de Charly García al escenario:
Creo haber visto más de una lágrima rodando por mejillas maduras y no tanto, incluidas las mías. Ahí estaban los tres monstruos, los tres maestros, tres de los máximos fundadores del rock argento, 37 años después de la primera vez que los ví, cuando yo todavía era una cría y entendía apenas el 15% de lo que cantaban.
Por el escenario del Colón y del brazo de Pedro desfilaron las sombras de Atahualpa Yupanqui, Jorge Luis Borges, los Quilapayún, Lila Downs (de cuerpo presente, con una preciosa versión de “Por la vuelta”), Elton John. Pedro vino, habló, contó, se rió, hizo chistes, bailó, desafinó apenas 10 segundos, vió y venció. Como siempre. Como lo pueden hacer los grandes cuando se van poniendo cada vez más grandes y dejan todo sobre un escenario.
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