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MUNDO | 03-06-2019 12:21

Brexit duro o elecciones: agrietada Bretaña

El populismo a lo Trump arrasó en las elecciones europeas del Reino Unido. Plan de salida no pautada y una pata en Westminster.

Al Partido Conservador británico le está pasando lo mismo que le pasó a su correlato norteamericano, el Partido Republicano. En los Estados Unidos, un cenáculo extremista de posiciones recalcitrantes llamado tea Party creció hasta ejercer una fuerte gravitación sobre el viejo partido de los conservadores.

El movimiento cuyo nombre se referencia en el “Motín del Té”, rebelión bostoniana del siglo XVIII contra la corona inglesa, surgió a finales de la década pasada en respuesta a leyes dictadas por George W. Bush y por Barack Obama. La unión de libertarios (ultra-liberales) con fundamentalistas evangélicos y con ultraconservadores, energizó a los republicanos reaccionarios y empujó el partido a una deriva extremista que desembocó en Donald Trump.

El Tea Party de los tories es el ultranacionalismo liderado por Nigel Farage. La versión británica de la francesa Marine Le Pen, el italiano Matteo Salvini, el húngaro Viktor Orban y el holandés Geert Wilders, se había alejado de la política ante el estancamiento de su minúscula agrupación política: el UKIP (Partido Independiente del Reino Unido). Su extremismo parecía condenado a la extinción, cuando percibió que su obsesiva presión para que Gran Bretaña abandone la Unión Europea empezaba a convertirse en furor y gravitaba fuertemente dentro del Partido Conservador, generando una infección demagógica.

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David Cameron pensó que conjuraría definitivamente esas presiones externas e internas sobre su gobierno moderado, mediante un referéndum en el que los británicos se pronunciaran por permanecer en la UE. Pero el tiro le salió por la culata y tuvo que renunciar.

Theresa May era la secretaria del Interior de Cameron y había apoyado la opción de la permanencia, aunque sin demasiado entusiasmo. Por eso su gestión al frente del gobierno se concentró en cumplir con el mandato popular del Brexit, pero de la manera más sensata y lógica posible. O sea, acordando con Bruselas los términos de la desconexión y conservando algunos vínculos imprescindibles, como la unión aduanera, para entre otras cosas mantener la frontera abierta entre Irlanda y el Ulster.

El gobierno de Theresa May es uno de los síntomas de las rarezas que están desfigurando los escenarios políticos en buena parte del mundo. En el último siglo casi no hay antecedentes de una jefatura de gobierno que llegue al cuarto año de duración acumulando fracasos y sin obtener ni un solo éxito.

Jaqueada. May llegó al cargo con la debilidad de no haber sido votada, y esa debilidad creció al perder tres votaciones parlamentarias sobre los planes que elaboró para un Brexit suave acordado con Bruselas.

Para ella, la tercera no había sido la vencida y se disponía a presentar a votación un cuarto plan, incluyendo esta vez la posibilidad de un segundo referéndum, cuando nuevas dimisiones en su gabinete le dieron el récord de 36 renuncias en un solo gobierno. Supo entonces que lo que esperable de otra votación parlamentaria era la cuarta derrota, y presentó su renuncia.

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La sucesión de May podría enrarecer aún más el paisaje político británico. Al nuevo gobierno podría encabezarlo el extravagante Boris Johnson, cuya formación en las elitistas aulas de Eton y en los prestigiosos claustros de Oxford, no tallaron en él ni el equilibrio ni la capacidad de los estadistas. Y aunque también podrían ocupar el cargo dirigentes más convencionales como Andrea Leadson, Michael Gove o Jeremy Hunt, existe la posibilidad de que Sajid Javid se convierta en primer ministro, haciendo que el Reino Unido tenga un musulmán como gobernante, lo que ya ocurre en Londres con el alcalde laborista Sadiq Kahn.

Pero las rarezas no están sólo en los aposentos del 10 de Downing Street. En el escenario electoral que mostraron las elecciones para el Parlamento Europeo quedó totalmente alterado el tradicional bipartidismo. El extremista Partido del Brexit (versión actualizada del UKIP, de Nigel Farage) fue el más votado, mientras que los laboristas y los conservadores quedaron relegados al tercer y cuarto puesto, porque como segunda fuerza quedó el Partido Liberal Demócrata (PLD).

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¿Cómo pudo ocurrir que un partido marginal resultara ganador y que la eterna tercera fuerza también se pusiera por encima de los tories y los laboristas? Porque los ultranacionalistas de Farage y los liberal-demócratas están totalmente definidos sobre el Brexit: los primeros a favor y los segundos en contra. En cambio los dos partidos tradicionales están divididos en ese tema. Ambos tienen alas pro Brexit y pro Remain. Esa indefinición los barrió del liderazgo del sistema, aunque las elecciones europeas no necesariamente conforman escenarios permanentes.

Ultranacionalistas y liberal-demócratas desplazaron de los primeros lugares a los partidos tradicionales, por estar claramente definidos sobre la UE. Ahora bien, que el ganador haya sido el partido del Brexit no implica que la mayoría de los británicos estén aún a favor de la salida ni que esa posición sea mayoritaria en el Parlamento.

Al ser difícil saber si los conservadores y laboristas pro-Brexit son más que los contrarios en sus respectivas filas, es difícil saber cuál sería el resultado en un segundo referéndum. Y si esa opción no ha logrado imponerse aún en el debate parlamentario, es porque los laboristas y los conservadores que consideran negativo abandonar la UE, están divididos, a su vez, entre los que consideran jurídicamente válido un segundo referéndum, y quienes consideran que realizar una nueva votación sobre algo que ya fue refrendado es contrario al espíritu de las leyes.

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Un nuevo referéndum, probablemente, desactivaría el Brexit. Ocurre que los demagogos ultra nacionalistas y tories que lo impulsaron no habían explicado las inmensas dificultades, además de los costos y los riesgos, que implica abandonar la Unión, incluyendo el peligro de retrotraer la situación norirlandesa a la etapa previa al histórico Acuerdo de Viernes Santo y la posibilidad de que Escocia abandone Gran Bretaña para permanecer en el espacio común europeo.

Nadie sabe a ciencia qué ocurriría en las urnas si, tras cuatro años deambulando errático en un escenario político que se deformó notablemente, el Reino Unido efectuara un segundo referéndum. Lo que resulta indudable es que, extraviado en el laberinto del Brexit, el tradicional bipartidismo británico ha comenzado a descomponerse.

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Claudio Fantini

Claudio Fantini

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