NUEVA YORK.- Una rata corre a toda velocidad por la avenida Broadway hasta esconderse debajo de los estantes de una frutería y confirma lo que publican los diarios: que Nueva York está invadida por roedores. Cerca de allí, en la esquina de Broadway y la calle 95, sentada en un café, la politóloga argentina que da clases sobre Latinoamérica en la Universidad de Columbia, Victoria Murillo, confirma otra realidad: “En Estados Unidos nuestra región no es prioridad. Puede que México porque está cerca y Centroamérica, por los migrantes. Algo Cuba. Pero ni Brasil ni la Argentina. A (Donald) Trump no le importa la Argentina”. El tema es que a nuestro país sí le debería importar lo que está sacudiendo a esta capital financiera del mundo.
Amén de los pronósticos cada vez más apocalípticos sobre la destrucción de la naturaleza, en Wall Street se discute sobre la nueva guerra comercial que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha desatado contra México como respuesta a la supuesta falta de control del flujo migratorio hacia su país. Batalla que se suma a la librada contra China. Conflagración que pone en duda la actividad económica mundial, según adviritió la directora gerenta del FMI, Christine Lagarde, y que ha llevado a que este 4 de junio el presidente de la Reserva Federal (Fed, el banco central norteamericano), Jerome Powell, dejara abierta la posibilidad de que el mes próximo comience a bajar la tasa de interés para motorizar el PBI. A principios de año se temía que la Fed subiera demasiado la tasa, con el consiguiente encarecimiento del financiamiento de países emergentes como la Argentina.
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Una menor tasa favorecería a nuestro país, que podría atraer capitales especulativos y controlar así el dólar. Pero no así una desaceleración de la economía mundial. Tampoco que, como consecuencia de esta inestabilidad global, los capitales busquen refugio en activos seguros como el oro. Detrás de este tembladeral, está el malestar con la globalización.
“En los últimos tres años, en las mayores economías del mundo hubo una ruptura del tradicional criterio de división entre izquierda y derecha”, comenta Irene Finel-Honigman, profesora adjunta de la Escuela de Asuntos Públicos e Internacionales de Columbia, en un aula sobre Broadway y 116. Y cita ejemplos. “En junio de 2016 se pensaba que el Brexit no iba a ocurrir. No tenía sentido, pero ocurrió. Entonces entramos en un nuevo territorio”, relata. En las recientes elecciones europeas, los nacionalistas hicieron añicos a conservadores y laboristas.
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“En noviembre de 2016 sucedió algo de lo más disruptivo: ganó Trump”, continúa Finel-Honigman. “Vino de la nada, sin afiliación política ni ideología particular, tras 30 años aportando a candidatos demócratas, no iba a ganar, pero ganó”, recuerda el ascenso del republicano. Y al año siguiente un candidato independiente de los conservadores y los socialistas franceses, el liberal Emmanuel Macron, venció a la ultraderecha. “Cuando vemos estos movimientos disruptivos, concluimos que estamos en un periodo de transición total”, comenta la profesora de Columbia.
“El populismo está contribuyendo a la inestabilidad política y la incertidumbre económica”, opina el vicepresidente ejecutivo de asuntos públicos del grupo financiero Citi, Ed Skyler. Y pone como ejemplos a Trump, el Brexit, el viceprimer italiano, Matteo Salvini, los presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, y de Brasil, Jair Bolsonaro, o los chalecos amarillos de Francia.
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En ese contexto, Lagarde ha reconocido con diplomacia el “delicado momento de la economía global”, en el que los países han perdido la resiliencia que habían demostrado tras la crisis mundial de 2008/2009 y la europea de 2010/2012. “Desde 2008 se han tomado medidas para que no vuelva a haber más crisis, pero la pregunta es si estas regulaciones son suficientes para evitar una crisis futura”, plantea Finel-Honigman.
Inflexión. La economía mundial por ahora desacelera su crecimiento. En especial por China, segunda economía mundial tras Estados Unidos, y Latinoamérica, sobre todo por un Brasil que con Jair Bolsonaro funcionara peor que lo esperado por el mercado. “En la economía de Estados Unidos, en cambio, todo luce genial… o no”, pone en duda Finel-Honigman. Si bien en el primer trimestre creció su PBI más del 3% y el desempleo bajó en abril al menor nivel desde hace 50 años, hasta el 3,7%, la continuidad de la bonanza está en duda por el proteccionismo, el exceso de gasto público y el recorte agresivo de impuestos a las empresas y los más ricos.
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Precisamente, otro asunto de “stress” en el mundo radica en el “exceso de desigualdad”, añade Finel-Honigman. Un colega suyo en la misma escuela de Columbia, el profesor de economía Suresh Naidu, explica que la inequidad crece desde que en los 80 el gobierno de Ronald Reagan inauguró una era de economías altamente financierizadas. La austeridad fiscal ha contribuido con este proceso. “En cambio, los impuestos, los sindicatos y el salario mínimo son ideas a favor de la igualdad”, apunta Naidu.
Desde una perspectiva histórica, “las sociedades donde hubo reformas agrarias exitosas y después se industrializaron son las que han tenido más crecimiento e igualdad”, evalúa el profesor de Columbia. “Ningún país se hace rico por la agricultura, pero si una persona no tiene tierra, debe aceptar cualquier cosa cuando migra a la ciudad”, se explaya. “Y cuanta más igualdad, más movilidad social entre padres e hijos”, destaca.
En 1870, la inequidad radicaba sobre todo en la clase social, pero en 2000 reside principalmente en el país de origen, según el economista Branko Milanovic, profesor de la City University of New York. Por eso, Naidu sostiene que la eliminación de las restricciones a las migraciones permitirían bajar la desigualdad en el mundo, como ha sucedido en países como Qatar, pero advierte que Estados Unidos, Reino Unido y Brasil son ejemplos de que soplan vientos contrarios esas soluciones. Hasta en el mundo financiero lo reconocen. “La desigualdad de la riqueza está creciendo globalmente y la clase media está exprimiéndose”, advierte Skyler, de Citi.
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